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LA CANDELARIA

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María y José, descendientes del rey David —joven matrimonio de la tribu de Juda—, fueron muy afortunados porque con el nacimiento de su primogénito en Belén, se formalizaba lo que siglos atrás los profetas habían anunciado (la Natividad). María, al término de su cuarentena, tenía la obligación de purificarse legalmente de acuerdo a la ley de Moisés y con una ofrenda presentaría a su hijo al templo para ser rescatado y consagrado a Dios. En la víspera, se ocupaban de todos los detalles para asistir con el recién nacido a Jerusalén, caminando dos horas para cubrir los 10 kilómetros que los separaban.

Esa misma noche, Ana la viuda, hija de Famuel, descendiente de la tribu de Asehr y de provecta edad, se dormía tranquila con el presentimiento de que al otro día en su visita al Templo de Jerusalén, le ocurriría lo que por años esperaba. Ana —que tenía fama de profetisa—, entregada al ayuno y a la oración, le caracterizaba su piedad y el conocimiento sobre el redentor.

No lejos de ahí, otro anciano llamado Simeón, justo y temeroso de Dios, muy inquieto se recostaba en su tálamo y apagaba la lámpara de aceite con la intención de dormir; todas las noches no dejaba de pensar y de dudar en la revelación del espíritu profético que lo acompañaba desde muchos años atrás, de que “no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”. Sabía que Abraham jamás perdió la esperanza y que alcanzó las primicias de la salvación cuando nació Isaac, el hijo que su nonagenaria Sara le había dado.

En la fecha señalada, la sagrada familia arribó puntualmente a la plaza; María, con el niño en los brazos, llegó al atrio de las mujeres y en la puerta de Nicanor, el venerable anciano Simeón, impulsado por el Espíritu Santo se aparece y tomando al niño entre sus brazos, prorrumpe entre peregrinos y devotos diciendo: “—¡Adoradores de Yavé!, éste es el esperado de Israel, es la luz que brillará en todas las naciones, todos tomarán partido, unos a favor y otros en contra, ahora puedo cerrar mis ojos y morir en paz”. Ana la viuda a un lado, al reconocer de inmediato al niño, vive el momento más especial de sus 84 años de vida terrenal y también orando, dijo a los presentes: “—Por fin ha llegado el Salvador”, María, con el candelabro entre sus manos y la vela encendida, iluminaba aquella escena donde la paz y el amor pareciera que reinaban.

Y eso nos dicen sobre el origen de la fiesta de las candelas o la fiesta de la Candelaria. Así, para los creyentes, esta fiesta es un encuentro del Cristo y su Iglesia, y una manera de agradecer por nuestra vida y salud al representante de la esperanza y del anhelo de gran parte de la humanidad, nuestro Señor Jesús.

Amigos, a la mitad del invierno, estos fríos nos han atacado inmisericordemente, pero ya tendremos oportunidad de encender fuego a menos de una semana en la ya cercana fiesta del carnaval.

¡Ánimo ingao…!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz  

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