Especial

         PATRIA QUERIDA…

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El general Manuel Mondragón, puntualizaba todas las partes en la víspera del día señalado y sin poder dormir, recordaba su fiel implicación en el ejército de Porfirio Díaz, donde con sus dotes de inventor, patentó el fusil Mondragón M-1908, primer rifle semiautomático del mundo. Por su mente pasaba su obstinada oposición al movimiento maderista, y su ausencia obligada al triunfo de éste. También recordaba como en tan poco tiempo, por la “benevolencia y tolerancia del endeble presidente Madero”, regresó al mando de batallones del “glorioso Ejército Mexicano”.

 

El día señalado, 9 de febrero de 1913, la mafia del poder tenía todo listo para liberar de la prisión militar de Santiago Tlatelolco al decrépito General Bernardo Reyes y de Lecumberri, al General Félix Díaz, para que fueran a darle en la madre al chaparrito Francisco Ignacio Madero que ya tenía 14 meses de regir los destinos de la Nación y ese grupo sin escrúpulos odiaba que con la legítima y contundente contienda en las urnas, el pueblo mexicano había acabado con los cotos de poder del senil Porfirio Díaz, con la única manifestación democrática que ha registrado la historia de este país.

 

Liberados Reyes y Díaz, en impetuosas monturas, se dirigieron a su objetivo sin estimar que el General Lauro Villar, adicto a Madero, estaba más que deseoso de accionar las armas que resguardaban LA PUERTA PRINCIPAL DE PALACIO NACIONAL. Don Lauro, persuadía a don Bernardo de que no cometiera tal imprudencia, y al no obtener respuesta, tuvo que traspasarle el corazón con un pernicioso y certero balazo del 45.

 

En un estado de completo alucinamiento (como los que acostumbran los que mandan), los ingenuos mocosos alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan, fueron seducidos para unirse al grupo de detractores, y juntos no pudieron acorazar al jefe Reyes.

 

Los incitadores Díaz y Mondragón (artífices del plan para degradar al legítimo mandatario), testigos de la aterradora escena, recularon sus tropas para  refugiarse en La Ciudadela, el depósito de armas y municiones propiedad de la Nación. El presidente Madero, enterado de  ese quilombo y de que el Palacio Nacional estaba resguardado por sus leales seguidores, escoltado por fieles cadetes, salió en chinga en brioso corcel del Castillo de Chapultepec hacia el zócalo capitalino, en una gran acción que le llamó MARCHA DE LA LEALTAD. Quedó instituido que cada año, en esta fecha, el Heroico Colegio Militar, la conmemore como un ejemplo de ordenanza, cumplimiento y amor a la PATRIA QUERIDA.

 

Amigos, Mark Twain inmortalizó la frase: “Lealtad al país siempre. Lealtad al gobierno cuando se lo merece”.

 

¡Ánimo ingao…!

 

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

 

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