A Manuel Rosete Chávez
Por Sergio González Levet
[Disculparán la entendida lectora y el comprensivo lector que por esta ocasión
dirija mi columna a un solo destinatario, pero es que mi estimado amigo y colega
está pasando una vez más un duro trance].
Manuel:
Me consta que eres fuerte -siempre lo has sido, como corresponde a quien es y
sigue siendo esposo y padre, protector y amantísimo; velador perenne del
bienestar y la salud de los suyos-, pero la pena acumulada de tantas desgracias
familiares en tan poco tiempo puede velar tu ánimo y tu espíritu, ante el tamaño de
la tristeza que se ha convertido en un rayo que no cesa.
Ayer, cuando me enteré que perdiste a otro ser querido, a tu hermano Carlos, a la
edad de 62 años, temprana con tanto adelanto de la ciencia médica, no pude más
que condolerme contigo, que has sido compañero de tantas batallas periodísticas,
que para nosotros se volvieron de vida y enseñanza.
Primero fue tu padre, que era además para ti un compañero inseparable en las
horas más tempranas del día y lo seguía siendo en toda la jornada. Hace apenas
unos años tuviste que dejarlo ir, y un instante después también despedías para
siempre a tu madre honesta y cumplida, todo amor y enseñanza.
Para ti, Manuel, perder a tus padres fue motivo de una gran tristeza porque tuviste
a los mejores, que te prodigaron su cariño y su ejemplo.
Llegabas apenas a la resignación cuando un nuevo golpe, demoledor, se llevó
trágicamente a tu querido cuñado Guillermo, un ser excepcional cuyo asesinato
sigue esperando la justicia de que quien le mandó a segar la vida pague el castigo
que los hombres y la ley le han impuesto. Esa pena profunda acabó en unos
meses a tu otro cuñado, Rafael, y por poco se lleva a tu amada esposa Martha,
quien sobrevive gracias a tus cuidados y al amor de tus hijos Manolo y Gerónimo.
Entre pena y pena, tuviste que sacar fuerzas de lo más profundo de tu corazón
para asistir el dolor de tu primogénito, que perdió con el cáncer a la compañera
sentimental de su vida.
Hace apenas unos días nos vimos en otro funeral -cuántas desgracias depara la
vida a todos-, en el de Joaquín, el querido hermano de mi esposa Elsa, que se nos
fue en la flor de la vida, y ahí nos inculcabas fe y esperanza, nos deseabas
resignación y consuelo.
Qué íbamos a imaginar que en tan poco tiempo tendríamos que devolverte los
mismos deseos, darte este pésame sentido, en medio de nuestros dolores
entreverados.
Lo que me queda, Manuel, es desearte que sigas encontrando el ánimo del
espíritu, que saques fuerza de flaqueza una vez más, a pesar de tantas tragedias
reiteradas.
La vida sigue su curso, es inevitable, y algún día encontrarás que aunque nunca
desaparecerá, el tiempo permitirá que el dolor se vuelva soportable, como te dijo
con justeza alguna vez un atinado amigo.
Eres todo un profesional en esta vocación que hemos elegido como oficio. Tus
logros y tus triunfos cotidianos, tu esfuerzo permanente de reportero sin descanso
y sin cuartel, te darán el respiro que necesita tu corazón.
Fuerza, Manuel, una vez más los tuyos necesitan tu sostén. A veces quisiera uno
poderse dar el lujo sucumbir a la debilidad, pero ése no es tu sino.
Quienes estamos cercanos en el afecto te acompañamos en tu dolor, y te
deseamos que todo pronto pase y que tu noble corazón encuentre de nuevo la
calma.
Y por el buen Carlos, una oración… elevada desde lo más profundo de nuestra
tristeza compartida.
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