ADIÓS AL UNIVERSAL MARIO VARGAS LLOSA
ADIÓS AL UNIVERSAL MARIO VARGAS LLOSA
Ricardo Israel Sánchez
Becerra
Agencia Reforma
Ciudad de México 14 abril
2025.- Iniciado en el «placer supremo» de las letras desde sus
lecturas infantiles de Alejandro Dumas y Víctor Hugo, y con William Faulkner
como uno de sus primeros modelos, Mario Vargas Llosa gozaba de los relatos que
cautivaran más allá de lo racional.
«Es fundamental que el elemento
intelectual, cuya presencia es inevitable en una novela, se disuelva en la
acción, en las historias que deben seducir al lector no por sus ideas, sino por
su colorido, por las emociones que inspiran, por su elemento sorpresa y por
todo el suspenso y misterio que son capaces de generar», consideró alguna
vez el escritor peruano para The Paris Review.
«En mi opinión, la técnica de una novela
existe esencialmente para producir ese efecto: para disminuir y, si es posible,
abolir la distancia entre la historia y el lector. En ese sentido, soy un
escritor del Siglo 19. Para mí, la novela sigue siendo la novela de
aventuras», afirmaba el Premio Nobel de Literatura 2010 y último gran
representante del Boom latinoamericano.
Al darse a conocer este domingo la noticia de
su fallecimiento en Lima, donde vivía retirado de la vida pública desde el año
pasado, Vargas Llosa sería reconocido por una copiosa legión de seguidores como
el brillante autor de un corpus literario que conjugó ficción, historia y
política, y que para tantos de ellos representó el inicio de su propia aventura
por las letras.
Leerlo, en palabras del sociólogo peruano
Fernando Tuesta Soldevilla, es recorrer no sólo la geografía del Perú, sino
«sus heridas más hondas».
«Es sentir el peso existencial de
preguntarse ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’, en Conversación en La Catedral;
es explorar el fanatismo religioso en La guerra del fin del mundo, las entrañas
de las dictaduras en La fiesta del chivo, o el dolor adolescente en La ciudad y
los perros. Su literatura nos educó, nos conmovió, nos sacudió. Y, sobre todo,
nos hizo mejores», compartió.
«Cuánto hay que agradecer la sutil
construcción de sus tramas, sus personajes inolvidables, su arquitectura
clásica pero también osada, innovadora, su prosa nada barroca: precisa,
riquísima y transparente», le había dedicado el historiador Enrique Krauze
hace sólo unos días con motivo de su cumpleaños 89, cumplidos el 28 de marzo
pasado.
La fórmula, como dijo a REFORMA en 2019 a
propósito de su novela Tiempos recios, era adicionar la investigación con una
buena dosis de fantasía, de imaginación, «que es a lo que tienen derecho
los novelistas; eso es la superioridad que les da sobre los
historiadores».
«Gigante de las letras universales»,
a decir del autor Jorge F. Hernández, y «uno de los más extraordinarios
narradores e intelectuales hispanoamericanos», para la poeta Malva Flores,
Vargas Llosa partió de este mundo rodeado de su familia y en paz, de acuerdo
con el comunicado difundido por sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana.
«Su partida entristecerá a sus parientes,
a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que
encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga,
múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá»,
externaron, adelantando que los restos del autor serían incinerados y que no
habría ninguna ceremonia pública.
Aunque nacido en 1936 en Arequipa, un pequeño
pueblo sureño al pie de los Andes peruanos, Vargas Llosa creció los primeros
años de su vida en Cochabamba, Bolivia, debido al divorcio de sus padres.
Fue hasta 1945 que volvió a su tierra, donde
asistió a la Academia Militar Leoncio Prado, lo cual supuso «una
experiencia extremadamente traumática» que, en varios sentidos, marcó el
final de su infancia al descubrirle una sociedad violenta, compuesta por
facciones sociales, culturales y raciales en total oposición, el germen de su
literatura; «eso despertó en mí la gran necesidad de crear, de
inventar», diría.
«Hasta ahora, ha sido prácticamente igual
con todos mis libros. Nunca tengo la sensación de haber decidido escribir una
historia de forma racional y fría. Al contrario, ciertos acontecimientos o
personajes, a veces sueños o lecturas, se imponen de repente y exigen
atención», compartió a Susana Hunnewell y Ricardo Augusto Setti en el
otoño de 1990.
Formado en Derecho en la Universidad de Lima,
al terminar sus estudios se exilió voluntariamente del Perú -por primera vez-
durante 17 años, durante los cuales trabajó como periodista y conferencista.
Ahí despegaría su pluma, que a la postre le granjeó el Nobel.
Era profesor invitado en la Universidad de
Princeton cuando recibió la llamada de la Academia Sueca antes de las 6:00
horas. Quien contestó el teléfono fue Patricia Llosa, su segunda esposa y madre
de sus hijos a pesar de ser su prima hermana; la primera fue su tía política,
Julia Urquidi Illanes, con quien se casó a los 19 siendo ella 14 años mayor que
él.
«Se puso pálida antes de pasarme el teléfono.
Me asusté mucho al verla, y lo primero que pensé fue: ‘Una muerte en la
familia'», contó Vargas Llosa al catedrático Rubén Gallo, de los primeros
en llegar ese día al departamento que alquilaba el escritor a unos pasos de
Central Park.
Cuatro días después del anunció, a la
conferencia que ya tenía previamente programada en Princeton llegaron cientos
de paisanos suyos que no cabían de la felicidad.
«Yo lloré, lloré, Mario, cuando vi lo del
Nobel en la televisión. Lloré porque para todos los peruanos es un orgullo, es
lo más bello que nos podía pasar», le dirigió una mujer al tomar el
micrófono.
«Mario, Mario, yo voté por ti»,
presumió uno más, cuyas palabras refieren al paréntesis que el Nobel peruano
hiciera en su ordenada agenda literaria para buscar, como candidato del partido
Libertad, la Presidencia de Perú.
Tras las elecciones multipartidistas, perdió
la segunda vuelta contra Alberto Fujimori el 10 de junio de 1990. Decepcionado,
Vargas Llosa hizo las maletas y se marchó a España, donde unos años después se
nacionalizó. Curiosamente, terminaría respaldando en 2021 a Keiko Fujimori,
hija de su denostado rival, frente a Pedro Castillo.
Fue también en el 90, en un coloquio de
intelectuales convocado por la revista Vuelta y transmitido en Televisa, cuando
el peruano acuñó el régimen priista como «la dictadura perfecta»
delante del Nobel literario mexicano Octavio Paz.
«No era tan perfecta», comentó en
2019 a este diario, entre risas, «porque finalmente la dictadura
desapareció, pero lo que es terrible es que vaya a resucitar. Yo tengo un poco
la impresión de que Andrés Manuel López Obrador es como la resurrección del
PRI, del que formó parte en su juventud».
Para Vargas Llosa, si bien las dictaduras
militares habían sido superadas en América Latina, los estragos en la región
ahora se deben a las dictaduras ideológicas, particularmente al populismo;
«es la demagogia que sacrifica, digamos, el futuro en nombre de un
presente muy efímero, con medidas que no tienen un sentido de la realidad»,
definió.
«Creo que eso es lo que cabía esperar de
López Obrador en el poder», expresó. «Desgraciadamente, pues ésta es
una política que está retrocediendo a México, que había encontrado un camino
interesante de democratización luego del PRI».
«A veces he notado en su rostro una
expresión de tristeza ante el desolador espectáculo del mundo. Pero siempre
reaparece la sonrisa. Hay un soldado estoico en el alma de Mario, pero un
estoico que responde al mal con imaginación, ironía, humor e inteligencia. Y
con una inagotable combatividad moral», plasmó Krauze.
Con información de Francisco Morales V.