ADIOS MAGNO MANUEL
En la calurosa mañana del pasado domingo, aprecio la decoración de la cúpula de la iglesia del Corazón de Jesús; relieves dorados de ramilletes de flor de lis en los ocho gajos; la formación de cuatro pechinas, que, acotadas por la imposta, trasladan la carga a su respectiva columna; identifico a Mateo con el ángel, a Lucas con el buey, a Marcos con el león y al joven Juan con el águila, los cuatro fieles vigilantes; del centro, observo el descenso de la lámpara de araña, colmada de candelabros de cristal cortado.
Vista al frente, en la parte superior del altar, un ramillete de la misma flor, circunda el medallón que exhibe el símbolo del sagrado Corazón de Jesús. En misma fachada, abarcando casi todo el ancho, cuelga una fruncida lona de vinil aparentando el cielo con nubes, que hacen resaltar el resplandor dorado de la efigie de Nuestro Señor Jesucristo, envuelto en veste zarca; su rostro revela tristeza. Rodeados de alcatraces, nardos y aves del paraíso, dos ángeles de la guarda, uno de rojo y otro de azul, ambos también tristes, custodian las Hostias Consagradas, ocultas detrás del fino visillo.
Los fieles poco a poco llenan la iglesia, faltan unos minutos para que inicie la ceremonia; los cantantes afinan voces e instrumentos y los acólitos con rojos atuendos, ultiman todos los detalles. Son las doce, los dolientes familiares del amigo Magno Manuel, lentamente conducen su féretro hasta el pie del altar. El cura inicia la misa, todos con atención a lo que dice la primera y segunda lectura, dispuestos para aceptar el Evangelio de San Juan, el cual, referido a Magno Manuel, invoca para que permanezca en el Señor, ya que lo que pida, se le realizará.
El tiempo retrocede y me lleva a una mesa del quiosco, donde, Magno Manuel, sentado al lado, departe interesante tema. Escucho la bien acertada crítica, la acompaña el ineludible sarcasmo, que, como un dardo en el blanco, provoca la risa de todos los presentes. El tono de voz, la vestimenta, los gestos, el achicar de ojos para evitar el humo del cigarro, no volverán.
Regreso a la misa, el ataúd de madera veteada, es el pedestal de su retrato y del ramo de flores blancas, investido por una rosa rosa, símbolo de la simpatía y franqueza. El cura sigue su homilía y me da oportunidad de oír las décimas espinelas que Magno concibe para el evento del día de muertos; medida exacta, rima acertada, con el jocoso sello impreso en el remate de su mensaje. Me cuenta de su familia, de sus hijas, de la querencia con su nieto, de la ascendencia del apellido Montes, de sus padres, de su juventud y de cuando se fue a México a probar suerte, encontrándose con otros coatepecanos en la puerta de la oficina de su paisano el Lic. Roberto Amorós, en fin, mil y una anécdotas, nomás p’a pasar el rato.
La preparación de los dones, la plegaria eucarística, la comunión, el padre nuestro y el otorgamiento de la Paz, son agradables y el rostro de los ángeles custodios y el del Señor Jesucristo, ya expresan alegría al recibir el cuerpo y el alma del hermano Magno Manuel, que a la cappella de su hija Marisol con el Ave María, descansa en paz. Así sea.
Amigos, desde Rancul, La Pampa Argentina, Don Alberto Cortez nos manda a decir que: “Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído, que ya no vuelve a brotar, porque el aire lo ha vencido”.
¡Ánimo ingao…!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz
Escuche usted la versión de audio en la voz del «Jarochito»: