AHORA, LAS VÍCTIMAS SON ELLOS
AHORA, LAS VÍCTIMAS SON ELLOS
El hallazgo de un
campo de exterminio en un rancho de la localidad de Teuchitlán, Jalisco, no es
más que una evidencia más del Estado fallido que pervive en México y de cómo
las omisiones de todos los niveles de gobierno, han llevado a este país a una
intolerable emergencia humanitaria.
El horror que
sugieren –porque ni siquiera ha sido necesario encontrar cuerpos en el lugar-
los cientos de pertenencias personales encontradas en el rancho Izaguirre es
dantesco: hablan de tortura, de dolor, de la pérdida total de humanidad para
infringir el mayor daño posible en los últimos momentos de la existencia de una
persona.
Más de mil 300
registros de prendas, identificaciones y efectos personales –quizás los más
impresionantes, los cerca de 200 pares de zapatos- encontrados en ese lugar dan
cuenta, además del terror sufrido por las víctimas en los últimos momentos de
sus vidas, de la brutal impunidad de los criminales y la complicidad de autoridades
que nunca quisieron enterarse de lo que estaba sucediendo en sus narices. Lo
cual ha sido una constante en prácticamente todo el país.
De Tijuana a Cancún,
de Matamoros a Tapachula, la violencia sentó sus reales con la ayuda de
autoridades que se coludieron con los criminales más sanguinarios de la
historia de este país; que les entregaron no solo los territorios de
comunidades, municipios, estados y regiones enteras, sino la tranquilidad y el
derecho a la vida en paz de millones de personas, que hoy vivimos en la
zozobra, que no contamos con ninguna certeza de que el Estado cumplirá con una
de sus obligaciones fundamentales, básicas, que es la de garantizar la
seguridad de la población, que para eso es que se dota de los diferentes niveles
de gobierno.
Ciertamente, no es
una situación nueva. Ni siquiera reciente. La escalada de violencia extrema
lleva por lo menos dos décadas asolando al país, como resultado de la
corrupción del poder político que, demasiado tarde, se ha dado cuenta de que
fue rebasado por el poder de los asesinos, lo cual quién sabe cuánto costará
revertir.
En Veracruz conocemos
bien de eso. Dos décadas de violencia en la que tres partidos diferentes han
(mal) gobernado y han sido cómplices, por obra y omisión, de una tragedia que ha
provocado luto en miles de familias. Eso, en el “mejor” de los casos, cuando al
menos han tenido la oportunidad de hacerle un funeral a sus seres queridos.
En el peor, otros
tantos miles de personas, sí, miles, están en calidad de desaparecidas, sin que
se sepa de su paradero desde hace lustros, décadas, lo cual es una agonía aún
más desgastante para quienes llevan todos esos años buscándoles con la
esperanza de poder despedirles y darles una última morada. O por lo menos, para
tener la certeza de que ya no se encuentran en este plano.
Por ello es que
resulta deleznable que la respuesta del gobierno, antes y ahora, sea intentar
negar que el horror sucede, que la muerte campea y que todo esto ocurre gracias
a sus omisiones, a su complacencia o a su abierta colusión.
La respuesta de la
presidenta Claudia Sheinbaum y de otros personeros del régimen los pinta de
cuerpo entero. “Es una campaña negra contra el gobierno”, “¿quién dice que esos
zapatos son de personas desaparecidas?”, “o dejen en paz al presidente –porque
así lo siguen viendo- López Obrador”, son botones de muestra de la miseria de
la autoproclamada “cuarta transformación”, en la cual nada se ha transformado y
la corrupción es igual o mayor que la de otros gobiernos.
Bueno, algo sí es
diferente. Ahora, las víctimas son ellos.
Las andanzas del “Veterano”
¿Qué andaba haciendo
en Teocelo, Veracruz, un líder de la Mara Salvatrucha, con una ficha del FBI,
considerado uno de los 10 prófugos más buscados en Estados Unidos, acusado de
conspiración narcoterrorista, crimen organizado y tráfico de
personas? ¿Con quiénes se entendía en el estado y quiénes lo protegían?
Preguntas que alguien
debería contestar.
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