Antiguas prácticas del culto popular durante la Semana Santa en Coatepec, Veracruz
Antiguas prácticas del culto popular durante la Semana Santa en Coatepec, Veracruz
Jesús
J. Bonilla Palmeros
Cronista
oficial de Coatepec
El
mundo cristiano se dispone a participar en las actividades litúrgicas de la
sexta semana de la cuaresma. Semana mayor en la que se conmemora la Pasión,
muerte y resurrección de Cristo, la cual inicia con la entrada de Jesús de
Nazaret a Jerusalén, la última cena, la crucifixión de Jesucristo (viacrucis),
los rituales del Sábado de Gloria y Domingo de Pascua.
Los eventos religiosos que tienen
lugar durante la Semana Santa, han observado una serie de cambios y/o
continuidades a través de tiempo, tanto aquellos que corresponden a un proceso sincrético
determinado por la fusión de antiguas prácticas culturales de tradición
mesoamericana, y aquellos cambios implementados por la propia Iglesia Católica.
Hace cincuenta años, en la ciudad de
Coatepec era común que el grueso de la población participara con mayor apego a
las actividades litúrgicas desarrolladas en las diversas iglesias de la
localidad. El domingo anterior a Domingo de Ramos, se formaba una cuadrilla que
se trasladaba hasta Jalcomulco con el fin de cortar en aquella región toda la
palma a utilizar en los adornos de las iglesias, aparte de la que se obsequiaba
el jueves santo durante las “siete visitas”. En aquel entonces la familia Monge
facilitaba el vehículo para movilizar los rollos de palma a la ciudad de
Coatepec, cuyo traslado culminaba en una comida por parte del mayordomo.
La
conmemoración de la entrada de Jesús de Nazaret a Jerusalén, revestía gran
solemnidad entre los católicos Coatepecanos, quienes realizaban los grandes ramos
cuyo rasgo distintivo era la de mostrar una diversidad de figuras tejidas en
palma (elotitos, flor del maíz, mazorquitas, botones en flor, guías, frutos
floridos y atrapadedos o culebras, entre otras formas), ramas de olivo, laurel,
romero, manzanilla, naranjas, pequeñas jícamas o granadas ventureras, y una
diversidad de flores que se cultivaban en los jardines de las casas, o aquellas
reproducidas en las pequeñas macetas que adornaban las fachadas de muchas casas
con paredes de tablas. En sí las palmas adornadas de esta región, son la
pervivencia de un proceso sincrético en el que se fusionan simbólicamente la
planta de maíz, el árbol florido de tradición indígena, el árbol del bien y del
mal, junto con la carga simbólica de la palma como referente de martirio y vida
eterna. Por lo que el conjunto de elementos conlleva un trasfondo vinculado
iconográficamente al ciclo agrícola en el que se inserta la Semana Santa.
Era un verdadero agasajo visual ver
la gran cantidad de enormes ramos adornados, durante la procesión del Domingo
de Ramos, cuyo inicio tenía lugar en la iglesia de Dolores y culminaba en el
templo parroquial donde se impartía la bendición de las palmas. Adornos que
después se disponían en el interior de los hogares junto a la puerta de entrada
como protección de la casa, aparte de otros usos en el denominado culto
popular.
Sobre
los ritos que tenían lugar entre el Jueves santo y Domingo de Resurrección, a
nuestros abuelos les tocó vivir con mayor rigurosidad, debido a que no se
permitía prender los radios para escuchar música, se prohibían los juegos, el
ingerir bebidas alcohólicas, la abstinencia de relaciones sexuales y sobre todo
guardar la vigilia. Una práctica curiosa en aquellos tiempos consistía en
estrenar ropa y zapatos, en el caso de los niños eran los padrinos quienes
tenían la obligación de proveer lo necesario para ajuarar a los ahijados y
aparte “darles para su matraca”. Antigua costumbre que permitía reforzar los
lazos de compadrazgo anualmente.
El Jueves santo se realizaban las
siete visitas a los templos de la localidad, incluido el oratorio del Hospital
de Caridad, en cada iglesia a cambio de la limosna daban un rollito de palma
bendita y era común ver personas que iban tejiendo alguna figura tradicional en
lo que se trasladaban entre una iglesia y otra, o hacían cola para ingresar a
los templos. En la iglesia del Calvario se disponía recostada la imagen de
Jesucristo sobre una larga mesa cubierta con un mantel blanco, y las personas
encargadas repartían entre los visitantes un copo de algodón y un cordel que
alternaba tramos en color morado y blanco, aparte de una rebanada de pan de sal
bendito.
Durante
el Viernes santo predominaba el silencio, las campanas enmudecen, las
actividades se anunciaban sonando una gran matraca desde lo alto del
campanario, las mujeres vestían de negro, los hombres dejaban de lado las
actividades cotidianas, y todas las imágenes de las iglesias eran cubiertas con
una tela de color morado, en sí el luto de los santos. Los viacrucis
originalmente se circunscribían al atrio parroquial y desde la década de 1920
el recorrido iniciaba en la iglesia de San Jerónimo y culminaba en la cima del
Cerro de las Culebras, actividad suspendida durante la persecución religiosa y
vuelta retomar años después.
El Sábado de Gloria las personas se
preparaban para participar en las últimas actividades litúrgicas previas a la
resurrección de Jesucristo, entre las mismas podemos mencionar una práctica ya
desaparecida dentro del denominado culto popular, como era el de la llevar a la
iglesia nuevamente una palma adornada junto con mazorcas y rollitos de frijol
en vaina para que fueran bendecidos a la par de la denominada “Agua de Gloria”.
Las semillas benditas y parte del agua se utilizaban para sembrar y proteger
los cultivos de los fenómenos naturales. En el
mismo Sábado de Gloria a los niños que no crecían los ponían boca abajo
y levantándolos por las extremidades,
una persona les pegaba en la espalda con la palma, situación similar se daba
con aquellos árboles que no querían florear ni dar fruto. Todavía hace unos
cuarenta años se acostumbraba en la población de Cosautlán llevar palma,
mazorcas y frijol a bendecir el Sábado de Gloria.
Cerraba el ciclo litúrgico el
Domingo de resurrección, en el que las actividades cotidianas volvían a la
normalidad, las campanas nuevamente rompían la monotonía, y en el parque se
degustaban las nieves, los dulces y repostería de antaño.