Especial

Atardecer

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Juan A. Morales

Mientras Diana sube la cuesta el espejismo dibuja ondulaciones transparentes y crea una sensación de irrealidad. Trae dos bolsas con víveres y busca la sombra de los aleros. La humedad y el calor la sofocan pues la blusa le queda muy justa. Se rasga una bolsa y se detiene bajo una jacaranda. Desata su larga cabellera para orearla y la vuelve atar. Busca alguna mirada indiscreta, pero está sola. Toma un respiro y el olor de un guayabo le recuerda que su marido se llevó a una jovencita ingenua, y pierde el temple. Los jitomates se desparraman.

Un automóvil se detiene y el chofer baja a levantar el recaudo, lo echa en un morral de yute y lo entrega, pero Diana ni lo ve, está atrapada en los laberintos de la infidelidad. Se levanta y por el esfuerzo se le desprende un botón a la blusa. Se sonroja. ¾Permítame, la llevo. Me llamo Héctor, soy abogado¾. Abre la portezuela, acomoda la bolsa y le pide la botella del aceite que ella abraza. Diana no ve conocidos y aborda apresurada. Héctor la ve perder el control y el arrebato de rabia que se le escapa. Conduce en silencio mientras la mujer se va serenando ¾Perdone. ¿A dónde la llevo?¾. El carro se amolda perezoso al empedrado. ¾¿Quiere un café?¾ Pero el horno no está para bollos ¾Híjole, no quiero que me vean, lléveme a donde no haya gente¾. Y se le escapa un mohín cuando se da cuenta que pierde el segundo botón de la blusa.

En su despacho le muestra el habitáculo de “soltero” que ya dejó de oler a Rebeca, su segunda esposa, quien lo dejó por una tontería; había ido al Puerto de Veracruz con su secretaria, concienzudo compró jabón Camay para no oler a Jardines de California, un frasquito de Dolce Vita, para confundir el olfato de Rebeca, la Secretaria lo esperó a la salida del pueblo y ahí mismo la dejó al regreso. Todo iba bien hasta que decidió bañarse, y el mundo se le vino encima. Un rosario de insultos, golpes con la zapatilla y media bajilla rota fue suficiente para que firmara el divorcio. Al salir del Juzgado, en son de paz le preguntó ¾¿Cómo te diste cuenta?¾ Y Rebeca respondió ¾Infeliz, traías los calzones al revés¾.

Dado que Héctor exagera las atenciones, Diana aprovecha ¾¿Oiga, puede ayudarme?¾ Y a botepronto suelta un resumen: su esposo tiene dos mujeres y cuatro hijos, dos con ella y dos con la “otra”, pero ahora engatusó a una muchachita tonta y seguramente tendrá otro bebé. El abogado pregunta ¾¿Conoce a la otra?¾ Sí, pero a la tontita, no¾. Héctor escarba ¾¿La otra, es tan bonita como usted?¾ Pero Diana intuye por dónde va Héctor ¾¡Es igualita a mí, de fea!¾.

Diana abre la ventana e irrumpe el aire caliente acompañado del acordeón de una cumbia ¾No dejó dinero ¾se queja mientras pasea por la estancia, ve unas botellas ambarinas y verdes. ¾¿Es de Xico?¾ Se refiere al licor artesanal de yerbas. ¾No. Es Yolispa. ¿Quieres?¾ Lo ve agradecida ¾No sé tomar¾. Con torpeza intenta acompasar las zapatillas a la cumbia, pero no puede. Ella aventura ¾Regresará. Ama a sus hijos. Ellos tienen las mismas edades. Como es previsor nos embarazaba al mismo tiempo, para evitar los celos, los de ella y los míos¾. Héctor sigue atento ¾Los cuatro niños viven conmigo. Soy buena madre. ¿Los inocentes qué culpa tienen?, además me ayuda mi hermana¾.

Diana ve el reloj de pared y toma el bolso de la mesa para ocho comensales ¾¿No es grande para un hombre solo?¾. Héctor no da importancia ¾Puedo volver… ¡a saludarlo, claro!¾. La despide con un beso pero ella se funde con él, y lo explora impaciente. Al jurista le sorprende el arrebato, porque lo excitante de la conquista es el proceso, no la conclusión; algo tan rápido carece de valor, ella lo intuye y se va.

Al otro día, mientras prepara la agenda, reniega que el Estado no sea capaz de establecer los Juicios Orales. Toma café cargado, con semillas de cardamomo y cuando se le atora, busca sin éxito un mendrugo de pan. Sale a buscar qué comer y ve a la mujer en la puerta que trae una canasta con alimentos. Pasa la mujer y sin preámbulos le expone —No busco novia, ni amante, porque mi salario no da para eso. Cuando ella asiente expande su perfume y él recuerda que su primera esposa encontró una bolsa de polietileno con un fajo de cartas, en la guantera del automóvil. Eran de una clienta, que a falta de presupuesto, le pagaba en especie. Cuando Héctor regresó del banco la esposa le quitó todo el dinero y él rezongó ¾Ajá, ¿y yo en qué leo?¾ Ella contestó sonriente ¾¿Qué, ya te quemaron tus cartas? Y le entregó la bolsita con las cenizas de la correspondencia. La separación fue exprés.

La tarde se cuela por el vitral y proyecta en el cuerpo de la mujer un sol colorado. Desnuda se levanta y va hacia las botellas ¾¿Es de Xico?¾ Héctor lo toma a chunga y le sirve un trago que ella toma con avidez¾¿Dijiste que no te gusta el licor?¾ Lo ve desafiante ¾¿Eso dije?¾, le sonríe y ella misma sirve otra ronda. Ve el viejo aparato, coloca un disco y le tiende la mano a Héctor que disfruta de la cadencia exquisita de “Rosy Roa”, el danzón que le dedicaron a Cantinflas ¾¡Y eso que no sabes bailar!¾, reclama el jurista y ella cuchichea ¾¡Quiero venganza!¾. Lo abraza y lo besa ¾¿Lo meto a la cárcel?¾ Ella se enoja y advierte ¾¡Nada de violencia!¾ Héctor queda sorprendido ¾La “otra” es sagrada, pero quiero vengarme con la misma moneda¾. Y ruedan nuevamente por la alfombra cuando el atardecer ya se va por el ventanal.

Al tercer día se ducha encuentra en el refrigerador un pedazo de queso y se echa a roerlo al sofá. Prende la tele y cuando se emociona suena el timbre. Abre la puerta. Es ella. ¾¿Podemos pasar?¾ Sorprendido ve dos mujeres idénticas, vestidas igual; y ambas traen una canasta ¾¿Quién es Diana?¾, y ella contesta ¾Es mi hermana Artemisa¾.

Artemisa es más avispada, extiende una servilleta a modo de mantel, esparce los cubiertos y sirve los alimentos. Va al tocadiscos y encaja un Danzón. Héctor saca a Bailar a Diana ¾¡No sé bailar! Artemisa quiere que nos ayudes¾. El abogado recobra la compostura y con tono profesional pregunta ¾¿Quieres divorciarte?¾ Se pone nerviosa, toma un trago y tose ¾¡Queremos venganza!¾ Diana lo ve consternada y él argumenta ¾Creo que de venganza ya fue suficiente¾. Artemisa baja la mirada y Diana se decide ¾Ayer se vengó mi hermana, ahora me toca a mí¾.

 

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