BALAS, TEAS, HOGUERAS
BALAS, TEAS, HOGUERAS
Martín Quitano Martínez
“La violencia
es el miedo a los ideales de los demás”.
Mahatma Gandhi (1869-1948)
Político
y pensador indio.
Es aterrador que en nuestro
país se incremente la violencia cada día y se convierta en un aspecto cotidiano
que se mira de reojo, asumiendo su existencia y la brutalidad en la que se
mueve, como parte de la grotesca “normalidad” de los tiempos que vivimos. Las
notas de prensa están saturadas de casos de violencia, de crímenes de distinta
índole, en particular de los feminicidios que no paran.
Seis mujeres desaparecen al
salir a trabajar y días después aparecen sus restos calcinados. Nada pasa, es normal
porque sucedió en una zona controlada por el crimen organizado y son los daños
colaterales del desafío de dos grupos que se enfrentan. Es una nota más de
prensa de la vorágine de lo inmediato, son muchos y continuos los hechos que se
suceden, que parecieran ya no estremecernos. Es un dato más que se suma a la
numeralia del horror.
Apenas pasamos el 8 de marzo.
Las reivindicaciones, los gritos de miles contra la violencia a las mujeres es
ahogada por esa violencia que se hace sistemática, permanente, terriblemente
salvaje, que pareciera pasar de largo de quienes se ubican en el plano de los fraseos, en los
discursos que conducen al estado idílico de una sociedad, de un pueblo, que se proclama
feliz por las transformaciones en las que nos encontramos.
Sin embargo, el día del “magno
evento del festejo nacional de la soberanía”, se prende fuego a la figura de una
mujer. Para quienes lo hacen, merece la pena por ser “diferente” de ellos, por
tener una opinión que les confronta, porque para ellos pensar distinto representa
la corrupción, significa un dique que les impida transitar a su Edén, por ello
la repudian públicamente, quemando su figura en la plaza pública. Un “pueblo
bueno” azuzado contra quien no aplauda su verdad incuestionable, el odio como
sello de una posición política.
La violencia toda, los odios
que la amparan y la provocan, deben ser rechazados, sin embargo, desde arriba y
hasta abajo se ha dado por situarlos como razón de pertenencia, como muestra de
convicción, como virtud de bautismo. Desde el poder se asume y mira como un
botón de identificación. De allí el terror, porque se ha vuelto el santo y seña,
no sólo en el espacio de las definiciones políticas sino en la palpable
condición de grupos fácticos, en psiques individuales que aun siendo contrarios
al poder, se visten con otros colores pero actúan igual, pues como
comportamiento que se abroga cualquiera en defensa de su “verdad” para hacer
uso de su “poder”, cualquiera que consideren tener.
Con miles de muertos, con
violaciones sistemáticas de derechos, cuerpos y ánimos, con encarcelamientos de
conciencias y personas que sufren por ser o pensar distinto, con dolores y terrores
que cada vez más se pasean por nuestras vidas, mucho habría que pensar y más
hacer. De allí veremos si aún hay tiempo para darle la vuelta a un futuro que
no pinta nada bien.
DE
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La palabra decretada
de continuidad el 18 de marzo de, “hagan lo que hagan”, es ofensiva hasta para
sus corcholatas. Al diablo el juego democrático.
twitter: @mquim1962