BELLEZA Y GRANDEZA DE LA FAMILIA CRISTIANA
BELLEZA Y GRANDEZA DE LA FAMILIA CRISTIANA
El
domingo siguiente a la fiesta de la Navidad, celebramos en la Iglesia católica
la fiesta de la SAGRADA FAMILIA. La Sagrada Familia está integrada por San
José, la Virgen María y Jesús, ellos son el modelo para toda familia. Por eso este domingo consagramos de un modo especial a todas nuestras
familias a Jesús, José y María.
La
familia de Nazareth es un icono para todas las familias. Como en todos los
hogares, también en la familia de María y José, hubo gozos, alegrías y
satisfacciones, pero también momentos críticos, situaciones de preocupación y
de sufrimiento.
A
la luz de la fe, la familia cristiana reconoce que su existencia se debe a la voluntad creadora de Dios. Esto
significa que la familia no es el resultado simplemente de una convención humana para que un hombre y una mujer vivan juntos.
La
Sagrada Escritura desde sus primeras páginas nos enseña que Dios creó al hombre
y a la mujer para que formaran una comunión plena de vida y constituyeran una
familia. “Dios Creó al hombre y a la mujer, los bendijo y les dijo sean fecundos y multiplíquense” (Gn 1, 27-28). “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer” (Gn 2, 24). En estos
elementos bíblicos se fundamenta la vocación de la familia cristiana que
empieza con el sacramento del matrimonio.
Gracias
al sacramento matrimonial, hombre y mujer empiezan a formar una familia que por
la bendición de Dios se proyectan en el mundo como una pareja santificada. La gracia redentora de Cristo se ofrece a los esposos cristianos y los hace capaces de un amor genuino, en la
donación recíproca y completa, superando así el egoísmo que se anida en el
corazón humano y que es la más grave amenaza en una vida de pareja.
El Espíritu Santo que es amor, eleva el amor humano, lo sostiene y lo purifica, al grado que los esposos cristianos están llamados a amar como Cristo,
con un amor desinteresado, oblativo hasta el extremo de dar la propia vida por
la persona amada en recíproca fidelidad.
La
familia cristiana la caracteriza el amor mutuo e indisoluble así como la
recíproca fidelidad. “Los dos serán una sola carne” dice el primer libro de la Biblia
(Gn 2, 24). Así lo confirma también nuestro Señor Jesús, cuando habla del
matrimonio (Mt 19, 6). Por eso, agrega, lo que Dios ha unido, que no lo separe
el hombre. El matrimonio por lo tanto, se caracteriza por la unidad y la
indisolubilidad.
Teniendo
en cuenta estos elementos de un compromiso estable de una pareja que se
caracteriza por la unidad y la indisolubilidad, la familia se convierte en el
lugar natural para acoger la vida. Dios creador concedió esta misión a los
esposos hombre y mujer: “crezcan y multiplíquense”. De esta manera sólo un
matrimonio que es la unión entre un hombre y una mujer, puede llevar a cabo
esta noble tarea de trasmitir la vida, acogerla y protegerla desde el momento
de la concepción hasta su desenlace final.
Ciertamente
también los esposos tienen el derecho y la obligación de la paternidad
responsable, es decir, decidir cuantos hijos y cada qué tiempo los pueden engendrar para recibirlos en forma responsable y amorosa. Se es padre y madre, no solo engendrando la vida
físicamente, sino también protegiéndola, cuidándola y alimentándola.
La
familia cristiana es también el lugar del crecimiento moral y espiritual de los
esposos. El hombre y la mujer se esposan cristianamente para crecer juntos,
para caminar en la misma dirección y progresar juntos en la senda de la
perfección humana y de la santidad cristiana.
Para los hijos, la familia, es la primera escuela de la vida; el lugar de su educación fundamental, civil y religiosa. En la familia aprendemos a ser buenos ciudadanos y buenos cristianos. Por eso
es que la familia cristiana es llamada también una iglesia pequeña o Iglesia doméstica.
La
familia cristiana se alimenta de la fe, por ello tiene necesidad de practicarla
y cultivar los actos externos del culto a Dios. Así nos lo enseña la sagrada familia, María y José que van al templo para presentar a Jesús observando con ello una tradición judía que se funda en la
ley de Dios.
Esta
belleza y grandeza de la familia cristiana está llamada a cristalizarse en lo
cotidiano y ante los desafíos de la realidad que estamos enfrentando.