Especial

CAMINO DE BELEN

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La pequeña vivienda del asturiano don Juan González, era parte del inmueble que alojaba a la Fábrica la Purísima. Don Juanito, como le llamábamos, era jubilado de la misma factoría y había vivido ahí la mitad de su vida. En la década de los cuarenta, tuvo a bien casarse por lo civil con una joven viuda madre de siete hijos, que lo atendió hasta el día de su muerte; siempre se hablaron de usted, al igual que, siempre durmieron en sus respectivas moradas.

En esa impecable casa, predominaba un agradable aroma, mezcla de tabaco y agua de colonia. Don Juanito fumaba puro y usaba loción de flor de naranjo. En el acceso, un vetusto cancel de madera, disimulaba la sala de estar y para llegar al comedor y cocina, había que pasar por la recámara. En la sala, colgaban los retratos de familia, así como un inmenso mapamundi cuyas imágenes, eran representativas de cada uno de los cinco continentes.

En ese planisferio, vi por primera vez, el nombre y la ubicación de Jerusalén. Lo señalaba una cruz resplandeciente y junto aparecía la ciudad de Belén. La esposa de don Juanito, que era mi abuela Josefina, esa mañana del 24 de diciembre, no tardó en contar a mi hermano Ramiro y a mí, el acontecimiento de la Navidad, la Epifanía y la visita de los tres reyes magos.

El emperador romano César Augusto —iniciaba el cuento la abuela— necesitaba un censo para regularizar el pago de impuestos, y para ello, desde Roma publicó un edicto para que todos los tributarios del imperio acudieran a empadronarse en “su propia ciudad”. Era tiempo de paz y las legiones romanas dominaban Palestina. José y su esposa María, grávida por el espíritu santo, vivían en Nazaret, provincia de Galilea. La orden fue acatada, y con el borrico cargado de atuendos y víveres, emprendieron el viaje hacia el sur, a la ciudad de Belén, situada en la provincia de Judea, cumpliendo así con la ordenanza del imperio. A pregunta expresa que mi hermano Ramiro hizo de la palabra grávida, la abuela contestó que era el embarazo de la virgen María porque estaba a días de dar alumbramiento a su hijo. Conforme con la explicación, también preguntó, qué era un edicto. La abuela lo aclaró.

Con el desayuno casi listo, doña Josefina siguió platicando que, José y María, después de ocho jornadas de andar, llegaron a Belén y no encontraron alojamiento; los dolores del parto estaban en momento máximo, por lo cual, aceptaron un portal que más bien era un “machero”, —eso dijo— para pasar ahí la noche. El advenimiento del niño ahí tenía que suceder, según una profecía y María, ese 25 de diciembre dio a luz al Salvador. Ese acontecimiento se llama LA NAVIDAD, que eso quiere decir, nacimiento, nacimiento del niño Dios, remató la abuela.

Sin quitar la vista del mapamundi, ubicamos el Mar Muerto, el Golfo Pérsico y al continuar con el relato, doña Jose con el dedo índice, señaló la ruta que desde Irán y Arabia Saudita, los Reyes Magos recorrieron, guiados por la estrella de oriente, y así llegar a Belén cargados de incienso, mirra y oro, regalos para adorar al Niño Jesús. El suceso fue un 6 de enero, y le llamaron, la EPIFANÍA, que quiere decir, mostrarse. En este caso, era la evidencia del nacimiento de Jesús ante los Reyes Magos.

La clase de geografía y de Historia bíblica, estuvo interesante, pero más interesante fue el desayuno que don Juanito y la abuela, esa víspera de la navidad, nos compartieron.

Amigos, dice el refrán que: “para criar, los padres y para malcriar, los abuelos”, pero eso no es verdad, los abuelos siempre andamos inventando qué aleccionar a los nietos. ¿verdad?

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

 

 

 

 

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