Ars Scribendi

CANTINAS DE AYER

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ARS SCRIBENDI

Rafael Rojas Colorado

CANTINAS DE AYER

En el Coatepec de ayer, los naturales, involucrados en su trabajo, problemas y diversiones también fueron persuadidos por el licor, de esta manera se liberaban de las presiones que los agobiaba o, simplemente, lo hacían por el placer de disfrutar de un rato agradable con los amigos, aunque el vicio siempre manipula la voluntad de muchas personas.

Tanto en las calles céntricas como en los nostálgicos barrios, los bares, cantinas y antros, mantenían las puertas abiertas hasta altas horas de la noche. Quienes atendían el negocio recibían a su clientela con amabilidad, cada lugar tenía una manera especial de brindar el servicio a quienes los visitaban, algunos bebedores distinguían con su presencia a determinadas tabernas.

Selecta la clientela que gustaba visitar a la Estrella de Oro, un espacio amplio y con espejos de procedencia francesa, al que los asiduos al lugar, embrutecidos por el alcohol, se miraban fijamente en los mismos intentando conservar el equilibrio. Fue muy solicitada por los ebrios la media cuadra y flor de lis, los que no caían al piso fantaseaban un mundo irreal. Allí también se jugaba a las cartas y entre muchas otras cosas, le daban gusto al paladar con los chiles rellenos que preparaba la señora María, esposa de don Ezequiel, dueño de la cantina. Vecino de esta tasca se encontraba a don Lauro Altamirano ofreciendo entre sus bebidas embriagantes las tres tintas, rompope y el vino jerez, y como botana los chiles secos en vinagre.

En el Bar La Estación se exhibía cierto lujo y especial atención por su propietario señor Roberto Aguilera, la gente que la visitaba era bendecida por su economía. Enfrente se ubicaba La Central, espacio en el que, como todos estos negocios, tienen historias que contar, cierto día un joven que disfrutaba de un momento bohemio compró un billete de lotería a un billetero que entró a probar suerte, le regaló un pedacito a la muchacha que lo atendía, el billete salió premiado y ambos mejoraron su economía con ese milagro. Lo mismo el Bar de Godínez, abierto al público desde el año de 1947 y popular por su burro con anís, cuando un cliente tomaba esta bebida acompañada de una cerveza decía –tomé palo y pedrada– los efectos pronto se conocían, empezaba a hablar enredado y a mentar la madre a quienes tenía enfrente. Estas cantinas se ubicaban en la Avenida Constitución sin alterar el sosiego de los transeúntes.

En el 16 de septiembre la cantina del Huevo que aún prevalece, y a cierta distancia el señor Vicente Jácome recibía a su distinguida clientela, su bar se llamó Carmelita en honor a su esposa, en este último se daban cita la sociedad más selecta de la época, un espacio amplio con sillas y mesas en las que, aparte de los brandis y licores, se hizo popular una bebida espirituosa llamada Rubor, las mejillas de quienes la ingerían se sonrojaban, también saboreaban carne salada y la salsa con huevo, botana tradicional de la casa, fue un bar en el que no cualquiera se atrevía a entrar por considerarse un lugar más refinado. Cerca de allí en la tercera de Aldama se ubicaba la cantina conocida como La Burra Mechuda, un lugar áspero, pero que asentaba bien a quienes acudían a emborracharse. Una cantina muy popular de esos años los fue la Xiqueña, se ubicaba en la esquina de Justo Sierra y Hernández Hernández, por aquella época la referían por el rumbo de la pedrera; enfrente la taberna de Rosita. En la calle Colón que en un principio se llamó san Juan, los focos del alumbrado público difusamente apartaban las sombras de la noche de la puerta de entrada a la cantina de Eufemio Gómez Herrera, (le llamaban el jefe) allí se le veía sirviendo su especialidad, el Zapote Domingo y sus clásicos pambazos con frijoles y chiles envinagres, –les llamaban mari bombas porque picaban mucho–, claro que en escondidas de jefe porque se enojaba y si alguien se ponía difícil don femio poseía un carácter idóneo para la imponer disciplina.

Caminando en dirección al panteón los que buscaban alejar las penas con una copa de licor entraban al Bar Casa Bonilla, jamás faltaban los tríos para acompañar los momentos bohemios, la música y las canciones les persuadía la alegría o la tristeza por algún recuerdo pasional o de otra índole, hasta la fecha aún perdura la mencionada cantina en la esquina de Juárez y Cuauhtémoc. En el barrio de Morelos el Mula, famosas fueron sus envinadas, también la cantina de don Isidro Lozano gozando siempre de buena clientela. En Santos Degollado y Melchor Ocampo se pasaban agradables momentos en el Club, y a no mucha distancia una cantina en las orillas del pueblo, la atendía doña Reina Lagunes, mujer de prominente belleza; en esos barrios se localizaba el bar Chofi, los asiduos al lugar fueron bien atendidos por la anfitriona que con gracia emitía sus dichos, “te sientes bien”, “me lleva toda”. enfrente don Rafael Rodríguez. Deambulando por Arteaga y Leona Vicario El Nido de la Águilas, y en la segunda calle de Zamora Tio tin también presumía de una vasta clientela en esa quietud provinciana. CONTINUARÁ.

 

 

 

 

 

 

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