CANTO A MARÍA
Por Rafael Rojas Colorado
Coatepec es una tierra en la que florece la poesía, es un jardín de letras y canción, es la cuna de María Enriqueta Camarillo y Roa, quien volcó la gratitud a través de bellos poemas hacia el suelo que un día la vio nacer y, naturalmente, a la misma vida.
El destino de María Enriqueta le tendió los caminos hacia lejanos horizontes, ella se atrevió a desafiarlos con valentía, en ellos fue escribiendo su obra literaria, cada poema, cada canto, novela o simplemente idea, iba abrazado de una emoción, sentimiento y profunda inspiración. La luz de las letras la iluminaron al otro lado del océano, pero también estuvo presente en su vida el presagio, el agotador peregrinaje por países extraños y el lastimoso dolor de perder a sus seres amados y a su propia juventud.
Cuando regresó a México su piel ya no era lozana como aquel día en el que plena de sueños e ilusiones partió al extranjero, la vida es una aventura y ella simplemente se atrevió a vivir el sueño que le persuadía el alma, un destino impregnado de claros oscuros, como su poema del mismo título lo expresa, en él se adivina su caminar por el universo, no obstante, conoció la gloria de la escritura, también pagó la factura por ello.
María Enriqueta Camarillo y Roa nació en la Villa coatepecana inmersa en una quietud provinciana, solo siete años vivió en este lugar, pocos o suficientes para crecer y disfrutar del maravillosos vergel que la rodeaba, quizá fue un ritual espiritual entre ella y el campo, preparándola, nutriéndola de inspiración para convertirla en una futura creadora literaria, de esta tierra se llevó, implícita, suficiente dosis para desahogarla en el futuro y en cualquier lugar en el que se encontrara, la canción de sus poemas puesto que los llevaba anudados en el alma, solo bastaba una emoción o sentimientos para despertarlos y se desataran para volar con la misma libertad del viento.
Un 19 de enero del año 1872 la luz despertó su alma, primero lloró enternecedoramente, luego abrió sus alas y comenzó su vuelo bajo los cielos del mudo. María Enriqueta, aún no te has marchado de la vida, tu nombre es eterno en este paraíso natural en el que tu cuerpo es dulcemente abrazado por sus entrañas.