Centalla
Juan A. Morales.
En el desconcierto se acordaron del bebé <<¡Jesús! El niño se quedó en la cocina>>. Como la cocina se veía normal, las mujeres corrieron al machero, donde rebuznos, relinchos y coses hablaban del dolor; y la chamusquina en el pesebre subía en espirales desde las entrañas del burro fulminado por el rayo; y contrario al dicho popular, las mulas patearon el pesebre.
Heló, el llano amaneció con ventarrones. Sin árboles que procuren abrigo, la tierra reseca se agrietó y caminábamos entre abrojos congelados. Pasadas las tres de la tarde calentó el día, y al chisparnos la ropa, la lana chisporroteó quejumbrosa. Después del rayo, todo quedó en calma y el olor a burro quemado se esparció por las treinta casas apretujadas en el ejido, dónde sólo reinaba el olor a chivos.
Ante el siniestro, Godeleba la plañidera y rezandera de velorios, rezó la “Magnífica”, que para estos casos, dijo, es magnífica. Se dio golpes de pecho y con aspavientos contó a tío Cheo lo que vio, no sin antes jurar que era verdad: <<Llegaron las nubes, negras y bajitas se extendieron por el llano y soltaron el rayo que mató al burro. De seguro el Diablo anda suelto>>. Tío Rojo, que tiene la virtud de estar donde no lo llaman, se apoyó en el bastón de nogal y para secundar a la rezandera, alargó cuanto pudo la primera sílaba <<Aaabrón, parecía feria. Se llenó de luces>>. Recargó su humanidad en la pierna más corta y siguió <<Se abrió el cielo y parió otro rayo, que no cayó, sino que corrió horizontal, blanco y azul >>, y Godeleba la rezandera, precisó <<El rayo descargó su rabia en esas bolas que flotan, que de seguramente son brujas>>. Tío Cheo llegó apenas dos minutos después del fenómeno y no vio las bolas. Necesitaba datos. Tío Rojo continúo <<Cambiaban de forma, una era redonda, otra alargada como huevo, y la tercera como disco… Median como tres cuartas>>, y extendió los dedos de su mano, para ilustrar el tamaño.
Tío Cheo movió la cabeza y la rezandera se sintió intimidada <<Una bola chocó con la campana y ¡plof!, desapareció. Por eso digo que “eso” no es bueno>>. A tío Rojo le incomodó la duda de su compadre, <<Se movían sin ton ni son, dijo, una se acercó al tractor y se descargó>>. En eso llegó Susana la curandera, trayendo consigo yerbas de gordolobo y sábila para las quemaduras, sauco para espantar la electricidad, gobernadora macerada en alcohol para las infecciones, y de entre las naguas sacó una anforita de ajenjo, que pasó a la vieja Godeleba quien le dio un trago que retuvo en la boca para dosificar la quemante bebida mientras bajaba por el gaznate. <<Por allá, dijo Susana, una bola se movía lenta, otra volaba rápido, y la tercera flotaba sin tocar la nopalera>>. Tío Rojo, para darse tiempo a pensar, acurrucó en sus labios la anforita <<Una hacía el silbo fino del chiflón que se cuela entre las rendijas, la otra crujía, y la tercera ni chistaba>>. La curandera abundó <<La que flotaba nunca tocó la hierba. La vi a tres metros, la miré bien, se abrió como gajos de naranja y tenía adentro una luz azul resplandeciente>>. Tío Rojo precisó: <<La hierba que se embarró de luz, se mecía con el paso de la bola>>.
Tío Cheo caviló. Bajo el sombrero rascó su calva y dijo que en la historia de Loma Larga, solamente escribiría la verdad, pero le recordó Susana, que nuestra verdad no siempre se parece a la verdad verdadera, que por eso la gente de las otras rancherías, le llaman a nuestro poblado “Ejido Lengua Larga”. La miré angustiada, entonces me dijo <<Sí, Meche, aunque no lo creas, tenemos fama de chismosos y mentirosos>>.
Llegaron dos mujeres encargadas de la capilla y abrazaron a mamá, quien aceptó la muerte de nuestro burro <<¿Qué hacer?, dijo mamá, ¡es la naturaleza!>>. Pero inyectada de no sé qué fuerza, Godeleba la rezandera explotó <<Es obra del maligno. Son brujas que se chupan a los niños>> Y se acordaron otra vez de mi hermanito que se quedó solo en la cocina, pero en lugar de ir a verlo, ayudamos a las bestias a salir del machero, para curar sus quemaduras.
Las capellanas alejaron a mamá de los “Principales” porque sangraba de un pie, y aun así, primero hicimos el recuento del rebaño <<Dieciocho, diecinueve y veinte. Completo>>, dijo mamá y se apoyó en doña Carmen, la nana de mi hermanito, que día con día compartía de su turgencia, la leche que le sobra a su hijo Carlitos, porque mamá decía que estaba seca. Entonces les dije <<Lleven a mamá a la cocina, y para que usted vea a mi hermanito>>. A pesar de mi edad, doña Carmen aceptó mi propuesta y estimuló sus exuberancias para alimentar al bebé <<Sí, Meche>> me dijo, y nos encaminamos hacia la cocina.
Entramos y vimos una bola luminosa. Del techo colgaba la cuna de madera. Para aminorar la dureza, mamá le puso un vellón de borrego. La cuna se mecía y la esfera saltaba de un extremo a otro. Nadie se movió, ni siquiera hablaron. Tío Cheo reconoció la esfera que parecía tener vida <<Es una centella, explicó, no daña>>. Del globo danzante salió una cola blanca delgadísima y brillante, que soltaba chispas diminutas. <<El vellón tiene la misma carga eléctrica que la bola, por eso no se tocan>> explicó tío Cheo. A la rezandera se le atravesaron las palabras, lo que interpretó como un ataque del maligno <<Se lo va a chupar la bruja>>. Tío Cheo la fulminó con la mirada <<¡mujeres!>>. Mi hermanito ronroneaba parejito, como gatito echado junto al tecuil. La luz formó un arco eléctrico en la cabeza del bebé, y proyectó una sombra en los tablones encalados de la cocina. Era una bola con cuernos.
<<Ave María, santísima>> dijo la rezandera. Las encargadas de la capilla, que en todo quieren ganarle a la rezandera, abrazaron a mamá, y Osbelia, la líder, con la fuerza que le caracteriza dijo <<Es el mismísimo Santo Niño. Vivirá tocado por la gracia>>, pero la rezandera señaló la sombra en la pared y chilló <<Es el mismísimo Diablo y vivirá marcado por el pingo>>. Tío Cheo no les hizo caso y tomó una barreta a la que enredó un trapo viejo y la acercó a la centella, pero ésta escapaba. Tomé entonces la coladera del champurrado, que es grande y con mango de madera, atrapé la bola que esparció chispitas, tío Cheo acercó el acero y la energía luminosa bajó por el metal hasta los tenamastes del tecuil, ahí desapareció. Mi madre tomó a mi hermanito, que dormía como un bendito.