Daniel Badillo

Charla a media lluvia

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Por: DANIEL BADILLO

 

A Doña Estela Trejo Domínguez, 

con respeto y gratitud. 

 

Una a una las goteras empezaron a sonar hasta que de repente eran miles y chocaban contra la lámina de zinc de la casa diminuta. El olor a café recién salido se esparcía por doquier, y un bolillo que tenía ya varios días acompañó la oscuridad de aquella tarde. Sentados en un pequeño tronco de madera, “El Veloz” hizo más placentera la estancia con su plática de sobremesa sobre sus hazañas en la selva de Los Tuxtlas. Sus manos revoloteaban como mariposas, mientras su voz ronca y apacible deleitaba a la pequeña audiencia con historias sobre monos y serpientes. “El Veloz” solía atrapar aves en la espesura de la selva para llevar el sustento a casa, acampando debajo de los árboles en medio de la noche. Salía de Coatepec a Catemaco, transbordando de un camión a otro, y tras horas de camino se perdía entre la espesura. De esto hace ya 20 años, pero lo recuerda como si fuera ayer. Acompañado de dos de sus compadres, se internaba en la selva consciente de los riesgos y peligros. Cuenta que cierta noche, los despertó un zumbido extraño que jamás había escuchado. Armaban una pequeña casa de campaña con hules sostenidos entre troncos. Pasadas las dos de la mañana, alrededor del nylon pudo ver sombras que se unían una a otra entre murmullos. Asustados los demás, nadie se atrevía a abrir los ojos. Valiente como era, “El Veloz” tomó un machete y se aventuró a salir. No terminaba de abrir la improvisada puerta hecha con ramas, cuando una cauda de murciélagos invadió el pequeño espacio. Como pudo intentó salir, mientras los demás gritaban sin saber lo que pasaba. Los murciélagos entraron y salieron en un abrir de ojos. Cuenta que el olor a plátano y el alimento para aves, había atraído la atención de los quirópteros. Repuestos ya del susto, no durmieron más. Al día siguiente encaminaron sus pasos hacia la montaña una vez que salió el sol. Les llevó seis horas subir hasta lo alto. En el camino se maravillaban con el verdor de los árboles, y con la sinfonía propia de la selva. Lo colorido del paisaje lo recuerda incluso ahora. En el trayecto había monos y serpientes. La aventura duró poco más de una semana. Comían una vez al día, y calentaban su itacate con el fuego de las hojas. La merienda era un té de limón endulzado con “lechera”. Había muchas aves, tantas que las pequeñas jaulas que llevaban eran insuficientes. De vuelta a casa, transbordaban igualmente de un camión a otro hasta llegar a Coatepec. Solían visitar Los Tuxtlas dos veces al año. Cada travesía deparaba historias nuevas; historias que se fueron hilvanando aquella tarde, mientras la lluvia caía con fuerza en mi precioso Coatepec. Sin percatarnos de la hora, pronto se hizo noche. La luz tenue del foco en la cocina parecía bostezar junto a nosotros. Doña Lupe, la esposa de “El Veloz”, preparó unas tortillas con frijoles y les puso salsa encima. Nos volvió a servir café y nos dispusimos a cenar. Corría un poco de viento que se colaba hasta la calle. Al fondo, los cocuyos. Y seguía la plática. La charla de “El Veloz” se vuelve una cátedra de vida. Mi infancia la viví con él entre el canto de las aves, y la escuela. Oírlo me genera paz, pero también muchos recuerdos. Hace poco estuvo mal. La diabetes se ensañó con él, y estuvo a punto del colapso. Por fortuna, se recuperó y hoy se encuentra como nuevo, aunque duerme poco y le baja la presión. Roberto Báez, “El Veloz”, es un hombre bondadoso, dispuesto a darlo todo por los suyos, y amigo de sus amigos. Cada tarde suelen visitarlo en su taller de jaulas, jóvenes y adultos. Irradia esperanza y alegría a través de los ojos. Es un niño grande, como le dice Josué. A Mario, el mayor de mis hijos, lo quiere y lo aconseja mucho. Platican, se ríen y al final un abrazo los despide hasta la puerta. Terminó de llover. Huele a tierra húmeda. La calle luce sólida y muy fría. Unos cuantos caminantes dan las buenas noches. Me regreso a casa, no sin antes agradecer la cena y las historias de “El Veloz”. Mi deuda con él y con su familia jamás podré pagarla. Dios lo bendiga y nos dure mucho tiempo.

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