Especial

Chocolates

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Juan A. Morales.

El bochorno aletarga la franja pálida anaranjada con pinceladas doradas y unta el crepúsculo sobre el gris marino y más arriba, algodones de plata bruñida esconden al sol que languidece. En un balcón del Hotel Malecón el vientecillo juega con su falda etérea, abierta hasta el muslo que musita sensual. Anrim parece ausente viendo el horizonte, estruja la carta que la citó aquí y la arroja hasta la sofá donde yo aguardo <<¡Sabía que no vendría!>>. Esperaba una explicación del hombre que hace un mes la dejó plantada y embarazada. El viento descubre su muslo largo, moreno y sudado que ahora grita voluptuoso, contengo la emoción pero me descubre <<Prométame que será un caballero>>, asiento con la cabeza pero la falda se eleva, vuela y entonces subraya <<Así no, dígalo con todas sus letras>>.

Días atrás encontré en mi ventana un papelito que decía ¡Hola! Otra ocasión, un turrón ensartado en el pasador de la rejilla, bombones en el buzón, caramelos en la celosía de mi ventana… detalles ñoños y baratos, hasta que encontré una caja de chocolates envueltos en unas medias de seda negra y me cansé, tenía que atrapar al autor de las tropelías con las que se reía a mis costillas y me aposté a esperar al malandrín pero resultó ser la mujer de treinta y algo, que cada día llaga al Café de Artistas con su abanico a toda vela, cabellera al aire, sonrisa espléndida, pupilas de beata y mirada de lujuria. “¡Esto pasa una sola vez en la vida!” —Pensé al salí del escondite y ante sus ojos desorbitados separé de la caja de chocolates las medias que enrollé, guardé en mi saco y abrí el paquete para ofrecerle una tableta <<¿Gusta?>>, le dije, me la arrebató y se fue contoneando su vestido vaporoso que se escurría en su cuerpo de serpiente <<Son para para Perjuro Lozano>>, me grita.

Al jubilarme trataba de adaptarme a la vida ociosa cuando aparecieron los primeros dulces en mi ventana, por aquellos días se cambió a Veracruz la compañía en la que trabaja mi hijo, los trabajadores emigraron y él alquiló un departamento con un amigo para compartir gastos, creí entonces que por fin había llegado mi añorada tranquilidad. Como Anrim ya era mi amiga me esforzaba por serle agradable porque a veces era desdeñosa pero como decía mi abuela —que en gloria esté— “¡Quien porfía mata venado!”, ¡total, ella inició la travesura!

Desde el día de los chocolates la perdí de vista casi un mes y reapareció en el Café de Artistas con sus ojos de mora y exagerados devaneos, se paró a mi lado para que le acomodara la silla en la que se aposentó a mover el abanico con la gracia de una libélula, echó a la taza dos terrones de azúcar sin mover la cucharilla sorbió y prestó atención a una canción que hablaba un hombre infiel que desde el motel se lo confesaba a su novia. Nos pareció de mal gusto la letra y me escudriñó buscando respuestas en la mente <<¿Y, su hijo?>>. Digo con hombros y muecas que no sé y se acerca para susurrarme <<¿Y si emparentáramos?>>. Me emociono porque sería bueno tener una nieta morisca y la veo radiante, aunque el cabello atado en la nuca le hace ganar edad.

Desde el sofá imagino que contempla en el balcón los barcos mercantes, los niños que juegan en el bamboleo de las olas y yo disfruto de los arrebatos del vientecillo que le sube la falda, de repente alza los brazos para extenderlos en cruz y me levanto pensando que saltará por el balcón y cuando estoy junto a ella arquea hacia atrás su columna vertebral, reposa su nuca en mi hombro y unta el arco descalzo de su pie en mi rodilla. La abrazo, siento su vientre húmedo y deja que se le escurra la falda hasta los tobillos y la embriaguez de su transpiración me trastorna.

Pienso en el nieto que viene pero me empuja al lecho y peina mis sienes canosas con una ternura que yo no conocía —Anrim —Intento razonar— pero sus mordiscos callan mis labios, <<No estoy embarazada —cuchichea— fue un ardid para traerlo aquí>>, trato de frenarla pero con mirada resuelta toma mi rostro y lo hunde en su pecho para besar mi frente con la sutileza que se besa la Cruz <<Me excita pensar en su hijo>>, —balbuce y monta al viejo jamelgo que espolea hasta que tira coses para recuperar el aliento y cubre con su falda el rostro del rocín —si quisiera podría asfixiarlo— suplico que se detenga, el pulso se me escapa por la carótida <<¡Lástima de Perjuro!>> dice untando sus palabras en mi papada —¿Por qué lo dices? —Pregunto indignado, <<¿Recuerdas los chocolates?, pues con ellos tu hijo conquistó a mi novio, el muy maricón me lo robó>>. Llora y deja escapar su coraje <<¡Ya estamos a mano!>>.

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