CHUCHO MONROY
CHUCHO MONROY
Rafael Rojas Colorado
El último viernes de
abril, fui invitado a una plática acerca del coleccionismo de figuras, máscaras
y objetos de lucha libre. Él espacio en el que se llevó a cabo el significativo
evento, fue la galería de arte Xanadu. En realidad, fue una rueda de prensa
para registrar lo más relevante del deporte del pancracio. El corte del listón
lo hizo Adalid Guerrero Herrera, candidata a la alcaldía del pueblo por el
partido político “Partido del Trabajo”. Ricardo Yaravid, Héctor Barragán y
Alejandro Reyes Pale, fueron quienes la invitaron para darle mucho más realce a
esta charla deportiva con tintes culturales.
Antes
de la conferencia, se hizo un pequeño recorrido por las instalaciones, se
apreciaron muñecos luchadores, un buen trabajo artesanal de los organizadores.
Las máscaras con sus vivos colores que llaman la atención al aficionado; se
notan místicas, la imaginación las aprecia escondiendo la personalidad de un
desconocido, pero que sabe regalar un impresionante espectáculo en el ring. Me
pareció, como palomas, ver volar a muchos luchadores cumpliendo su actuación
frente a los aficionados dentro de un coliseo o arena como se conocen en la
actualidad. Hay misterio, técnica, rudeza, dolor, alegría, voces y acrobacias
dibujadas en el aire. Los presentadores del evento afirmaron que la lucha libre
es cultura popular y que va mucho más lejos de lo que se cree vivir en el
cuadrilátero, es pasión, misticismo, leyenda y filosofía de la vida en toda su
expresión. Presentaron un grupo de niños que practican la lucha libre, los
reconocieron con diplomas y mucho aliento para seguir adelante. Después de una
hora de ponencias y anécdotas, se pidió a los presentes que tomaran la palabra.
Me
acercaron el micrófono y comencé hablar. Les compartí mi afición infantil en la
lucha libre. Al primer luchador que recuerdo haber visto, fue a Henry Pilusso,
mi padre me llevó a la arena que se ubicaba en la calle Úrsulo Galván, intenté
trasmitir la emoción que sentí cuando pasó a mi lado y me rozó con su capa.
Vaya, que vivencia a finales de los años cincuenta del siglo XX. Tiempo
después, en la calle de Sayago se inauguró la Arena Xalapa cuyos propietarios
fueron el señor Rafael y la señora Ana Herrera. Fue la catedral de la lucha
libre profesional en aquel lejano ayer en la capital del estado. Me llenaron de
emoción técnicos como Hiracliys Fenerly, quien llegó a ser campeón estatal
(falleció el cinco de septiembre del año 2018. Comenté que uno de mis ídolos lo
era Jesús “Chucho” Monroy, nativo de Martínez de la Torre. Estatura media, piel
morena en contraste con Hiraclys, pero muy ágil. Verlo luchar con sus
adversarios me llenaba de felicidad y emoción. La gente lo coreaba, pues fue un
ídolo de la afición y muy amado por sus seguidores. Siempre dispuesto a dar el
mejor espectáculo con los recursos que contaba, es decir su técnica, su deseo
de triunfo, el amor por la lucha libre, valores y virtudes, todo un profesional
del deporte de los costalazos. En mi caso como en el de muchos, fue un luchador
que llenó mi niñez de momentos muy felices y emotivos, tan felices que me
cuesta mucho describirlos a pie de la letra. Verlo tirar patadas voladoras,
levantarse con rapidez para aplicar una llave a su adversario, sujetándolo
hasta que el referí daba tres palmadas en la lona para levantarle las manos
como un gran triunfador de esas caídas. Jesús Monroy, como otros más, fueron
muy profesionales en sus actuaciones deportivas cuando la juventud le sonreía a
plenitud, que más podría pedir a esa edad y en esos años. Monroy fue todo un
consentido de los aficionados, junto al Angelito, Jungla Negra, Universo,
Hiraclys, Ray Márquez, Estrella Sureña, Pantera, Zenén Hernández. Chamaco
Moreno, Alberto Rojas Cárdenas y mucho más.
Desde
las gradas miraba como se iba llenando la arena de aficionados, mientras tanto
se escuchaban canciones en boga, algarabía, murmullos, antojitos en venta, de
repente no quedaba espacio alguno, costaba moverse por estar un poco
apretujado. Encendían el reflector central al tiempo que apagan las luces de la
arena, el cuadrilátero quedaba iluminado. Cuando la emoción llegaba al máximo,
la arena se cimbraba como si se tratara de un terremoto, eran los gritos a todo
pulmón de los aficionados, manos en movimiento y alaridos con suma pasión. Se
ponían de pie apoyando a sus ídolos. Eso fue la lucha libre de aquellos lejanos
años de una provincia que no era perturbada por la tecnología, porque la vida
de la ciudad, se comportaba más sosegada y no la necesitaba, todo era más real.
Hoy
me encuentro en la edad senil, pero hace pocos años me enteré que Chucho Monroy
vivía en la calle Mártires del 28 de agosto de la ciudad de Xalapa. Que era
propietario de un pequeño taller automotriz, pensé, voy a ir a buscarlo para
escribir algo respecto a su etapa de luchador profesional, esa fue mi idea.
Seguro le agradaría cuando le comentara que fue mi ídolo y lo iba ver luchar
los días domingo. La emoción le embriagaría su cuerpo, no me cabe duda, seguro
estoy de ello; quizá reflexionara lo que es el tiempo y la misma vida al darnos
la oportunidad de conocernos. Yo también me emocionaría. Ahora que los años me
hicieron comprender la realidad de la lucha libre, podríamos charlar al
respecto. En fin, esa oportunidad no es común, solo faltaba decidirme, tomar el
autobús o un taxi e ir en su busca. Es probable que estuviese trabajando y me
citara para otra ocasión, pero de que me daría información me la daría.
En
esos días se me presentaba la oportunidad de que, al escribirle en un periódico
sus hazañas deportivas, le acercara cierta felicidad, como el me la brindó sin
saberlo cuando fui un niño. Después de que leyera lo que escribiría de él es
probable que guardara silencio y que los recuerdos visitaran su mente
haciéndole palpitar su corazón, o la nostalgia le acariciara el alma al
evocarle su popularidad, no sé, pero muchas cosas hubiesen sucedido en esta
entrevista, tan importante para él como satisfactoria para mí. Pensé ir a
visitarlo mañana, luego pasado, más tarde la semana que entra y así se fue el
tiempo, hasta que por los medios de difusión daban a conocer su deceso.
Demasiado tarde ya nada se podía hacer al respecto, le robe cierta dicha,
cierta alegría y satisfacción de que se dijera a sí mismo, “Me siento
satisfecho por mi pasado deportivo, valió la pena lo que hice, dejo un legado
deportivo a las nuevas generaciones, sin embargo, me quedé con las emociones
imaginadas, con la boca amarga y un vacío en mi ser. Él se marchó de esta vida
ignorando que tuvo un admirador desde la infancia. Yo también me robé a mí
mismo la experiencia de entrevistar a un gladiador que tanto admiré en la
inocencia de mi niñez. Jesús “Chucho Monroy Martínez”, descansa en paz, tu
recuerdo prevalecerá en quienes te vimos luchar en la Arena Xalapa de los años
sesenta.