CIUDADANOS
CIUDADANOS
Uriel Flores Aguayo
Al final y para siempre aquí
estaremos los ciudadanos. Seremos invocados y todos se justificarán con
nosotros. Los menos nos llamarán
sencilla y correctamente, los más nos omitirán o convertirán en pueblo, como
expresión hueca pero lucidora. No somos individuos visibles sino masa anónima
para discursos y poder. Los gobiernos ejercen un poder de autoconsumo,
evadiendo responsabilidades aun básicas, los legislativos se auto representan y
los partidos son cascarones cuyas diferencias no van más allá de su color.
Vivimos dos mundos radicalmente diferentes: el de la política y el de la
sociedad. Más claro que nunca.
Los problemas se acumulan
junto a actos solemnes y discursos irreales. La vida común camina sola,
mientras el poder se regodea. Fingen no darse cuenta de los problemas, los
eluden o los posponen. No cumplen responsabilidades indispensables, como la
seguridad. Es costosísimo mantener el aparato público para resultados exiguos.
Salen muy caros por sus ingresos y lo que desvían.
Dan malos servicios y se ausentan de lo
importante. Lo suyo son las campañas y los votos. Concentran y aumentan su
poder, suyo, para lucirlo y disfrutarlo, no para emplearlo en beneficio social.
Son cascarón en muchos sentidos, son espejo de vanidad.
La vida común transita en otro
carril, la vida de la gente sigue como si nada, poco sabe de ser sabia, estar
empoderada y querer transformaciones. Más bien se le utiliza dolosamente y se
le atribuyen cualidades inexistentes, más bien se manipula a su nombre. Sirve
para legitimar lo que sea.
No es algo nuevo u original. Es lo mismo de
los fenómenos ocurridos en otros países tal como la historia lo documenta. Hay
casos trágicos donde se hablaba de un hombre nuevo que terminó echado al mar en
escape suicida y buscando comida en la basura. Ante la brutal evidencia se
continúa hablando a su nombre y ofreciéndole un futuro luminoso en ciertos
países. Es un engaño terrible que persiste en niveles demenciales. Nosotros ya
lo vivimos, venimos de eso no hace mucho y vamos en silencio hacia allá, hacia
algo similar.
Las estructuras políticas
habitan su mundo propio, con condiciones favorables y muchos privilegios.
Resuelven poco o nada, pero no les importa. Lo suyo es jugar a la
representación y anular lo poco que funciona. Son expertos en crear problemas.
No construyen ciudadanía, no les conviene; optan por masas fácilmente
moldeables. Con dos o tres consignas asociadas a ciertas imágenes les basta
para mandar. Lo suyo no es la verdad ni la inteligencia. No intentan crear
ambientes de reflexión ni apelan a argumentos, no es lo que les favorece su
retórica. Están inmersos en prácticas demagógicas que les facilita todo.
Lo diferente es levantar
ciudadanía, esto es, gente consciente e informada, que busque datos y verdad,
que cuestione y ejerza derechos. Es la clave para ser una sociedad fuerte y
madura, participativa. En esa medida tendremos gobiernos mejores, responsables
y profesionales. Para lograrlo es elemental guardar distancia de la demagogia,
la idolatría y la condición lacayuna. Ser ciudadanos es igual a dignidad, a no
ser tomado como número y masa; a exigir y ser libres.
No hay razón alguna para
conformarse con tan poco. No condenemos a las nuevas generaciones a tener
gobernantes mediocres e inútiles. Seamos cuidadosos a la hora de definirnos:
somos o no somos, hacemos algo o nos hundimos. Más allá de los colores, aun en
minoría pequeños grupos de ciudadanos decididos y valientes marcan la
diferencia y hacen cambios.
Recadito: ¿Con
el nuevo secretario Ahued, seguirán acarreando a los empleados públicos?…