CLASIFICACION “C”
La cárcel no apta para menores
Héctor Larios Proa
“Es mejor educar a los niños que castigar a los hombres”.
Pitágoras
Hace unas semanas fuimos de invitados un grupo de 40 personas a realizar actividades en el Centro Tutelar, con los internos. Una experiencia agradable por la disposición de los jóvenes y sus instructores. El orden y la disciplina siempre presente. El acceso es rápido en relación a otros centros de reclusión, las instalaciones en buen estado, el sol brillaba en la soledad de las paredes, el verde de los jardines contrastaba con la oscuridad que endurece sus rostros que acompaña la desconfianza hacia el extraño. Nos recibieron con gestos muy amables, tal vez es rutina obligada.
Pasaron las horas desarrollando las actividades hasta que apareció la espontaneidad natural de unos jóvenes, que llevan meses y otros años de encierro, tal vez arrastrando olvido.
Gracias a las actividades de re-creación propia del juego y la competencia natural, misión de la visita, relajó el ambiente, y propició la espontaneidad juvenil encerrada. Teniendo un acercamiento que salió de lo estrictamente planeado, los jóvenes pidieron tomar la voz para felicitar a los visitantes por su talento (niños de 12 a 15 años) y les preguntaron cómo habían desarrollado sus habilidades. El más pequeño del grupo invitado respondió que entrenando, gracias a sus padres que le acercaron a actividades culturales y deportivas él había descubierto su facilidad y gusto por una disciplina cultural, a él solo le quedo hacer lo que le gusta. Mientras él chavo que había preguntado, derramó un par de lágrimas, que inmediatamente enjugó para borrar la fragilidad “no permitida”.
El dialogo fue un torrente de historias personales, nos llevamos pasajes de sus vidas que los dejaron marcados, el encierro hoy corona la visión dominante de marginación y exclusión social que vive México. Episodios novelescos que terminaron en tragedias. Ausencias de padres, madres, de cariño, amor y apoyo de maestros, vecinos u algún otro quijote. Los hijos de nadie llenan el circuito penitenciario para convertirse en estadísticas oficiales de carne y hueso, hijos de la deserción escolar, carentes de lo mínimo necesario para el desarrollo humano y expulsados de una vida socialmente aceptada, sin estudio, empleo, atrapados en la informalidad, acechados por la delincuencia.
Confirmación del fracaso de instituciones sociales incapaces de brindar seguridad social por la miopía asistencialista de los programas como OPORTUNIDADES hoy transformado a PROSPERA que surgen con propósitos clientelares.
Ahí en medio de esta jornada, me encontré a uno, a dos, tres, a cuatro…jóvenes-niños de la región, si de Coatepec, a quienes no tuvieron la oportunidad y el derecho que recita la constitución de ser sujeto de igualdad de oportunidades. Ahí están pagando sus culpas y los desaciertos de políticas criminológicas retrogradas que cargan el derecho penal bajo el brazo, dirigidos por criterios excluyentes, que solo arrojan pobreza, marginación, delincuencia y resentimiento social. Crecieron rodeados de factores de riesgo, la calle es su hogar, el hambre su sombra, la soledad les persigue acompañados de malas influencias. Desconocen el calor familiar, la orientación recreativa, la formación académica, el gusto por descubrir una aventura literaria, artística, incluso religiosa.
La descomposición social se agudiza ante un estado parapléjico que sólo usa el poder punitivo, y está ausente en el desarrollo social, compromiso de todo estado que se diga democrático y de derecho. Cuanta tristeza, dolor y desperdicio arroja la desigualdad, nunca como hoy la pobreza se criminaliza.