¡COMAN PASTELES!
Doña María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo, primera dama de la corte francesa simplemente por ser esposa del encopetado Don Luis XVI, cuando salía a surtir su guardarropa, emperifollarse de alhajas, mercarse una que otra peluca o a proveerse de zapatos de catálogo, con el poder de su firma daba rienda al derroche, empleando los dineros de los impuestos.
La plebe la odiaba por ser una manirrota, insolente, promiscua y de tener un pasado lleno de devaneos en las candilejas. Aversión causaba a los vasallos, al verla en portadas de revistas o magazines, de ahí que le hayan apodado “Madame Déficit” y la “Loba austriaca”; uno que otro harapiento le decía la “lady palmípeda advenediza”.
Un buen día, un incondicional adulador contratista de obra pública, no conforme con haberle erigido la maison-blanc cerca de Nantes, le mandó a hacer un collar de diamantes, pero el joyero tuvo el desatino de ir a cobrar su artesanía a la corte, ya que la había entregado a valor entendido y sin algún documento comprobatorio. La soberana, como era de esperarse, no se hizo responsable de ese despilfarro, aunque declaró que, por sus ingresos ganados como farandulera, tenía los suficientes ahorros para pagar esa prenda y otros lujos más. El rey por supuesto, como buen absolutista, después de envaselinar su peluquín, le echó tierra al asunto, pero el pueblo no olvidó acusándola de inmoral, ya que la prenda jamás fue devuelta.
Desde sus aposentos, tomando fresco en los pinos del Palacio de Versalles y como buena consejera del marido, la tal Antonieta, para desquitarse del orfebre, propuso más gravámenes inventando aumentar el precio de la harina de trigo, que era la gasolina con que la muchedumbre se energizaba. El pueblo esmirriado y famélico, inmediatamente protestó con estentóreos gritos de “tenemos hambre”, “no nos alcanza para comprar el pan” y con sonoro desdén, su “graciosa majestad”, bramó: si no tienen pan, ¡COMAN PASTELES!. En verdad, qué graciosa era la majestad.
El 14 de julio, del año de 1789, los parisinos, ya encabronados por tanta injusticia, impunidad y desigualdad, salieron a tachar las boletas, donde pidieron las cabezas del Luis XVI y de la María Antonieta, y la masa enfurecida, de paso quemó las puertas de la Bastilla. Ese día, ensartadas en sendas picas, fueron paseadas “bajo el cielo de París”, las molleras del gobernador y del alcalde, vociferando la turba que apenas eso era el principio del fin. Cuatro años después, al matrimonio real, fue condenado a marcharse de este mundo. Cada uno por su lado y en fechas distintas, subieron al cadalso al redoblar de los tambores y envueltos del clamor obsceno y morboso de la alegre concurrencia. En ambas ejecuciones, el verdugo tuvo que trabajar horas extras, pues aparte de desconocer el funcionamiento de la guillotina, alguien les escondió las cestas de mimbre donde iban a depositar las testas ensangrentadas.
Amigos, esto sucedió hace apenas 229 años, y Jean Paul Marat, periodista de la época, en una frase sintetizó todo el evento: “siempre una obediencia ciega, supone una ignorancia extrema”. ¡No totol!… cuánta razón de este canijo… la incultura llega a cansarse.
Escuche usted la versión de audio en la voz del «Jarochito»:
¡Ánimo ingao…!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz