Entre Columnas

Complicidad con la corrupción.

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Martín Quitano Martínez.

mquim1962@hotmail.com

 

“México está en un periodo muy oscuro, quizá el más oscuro de su historia,

quizá incluida su independencia porque aún cuando hubo mucha violencia,

 había idearios y hoy, hay una gran mediocridad, una enorme corrupción política”.

Edgardo Buscaglia

 

Tal parece que el “aquí no pasa nada” veracruzano ha permeado nacionalmente, de ahí que los resultados de la investigación de la Secretaría de la Función Pública sobre la “Casa Blanca” no aportaron nada adicional a lo que se ventiló desde el inicio de la pesquisa. Fue sin duda un trato de cuates, pues no se encontraron –porque no se buscaron ni se trabajó con todas las hipótesis- elementos para sancionar los actos cometidos, donde ni siquiera se realizaron recomendaciones preventivas. Desde siempre esa fue la idea que generalizadamente se tenía de los resultados que arrojaría el procedimiento y así sucedió: el la adquisición de estas propiedades no hubo conflicto de intereses y punto.

Por ello  no se entienden o están fuera de lugar las disculpas de Peña Nieto, ¿de qué se disculpa cuando no se cometió falta alguna? En todo caso los que deberíamos disculparnos somos todo el resto del país que especuló tan negativamente de los esfuerzos y dividendos logrados por la pareja presidencial.

Corrupción e impunidad pasean de la mano tranquilamente por nuestro país. El terreno público y social ha sido propicio para que desplieguen campantemente sus atributos; la formación de fortunas de forma ilegal, el abandono de la ley, la violencia y la injusticia sin castigo, la voracidad y los contubernios, el deterioro ambiental, la falta de oportunidades, los compadrazgos cómplices, la derrota de las instituciones, la ley de la selva, la oscuridad, es nuestro momento.

Poco o nada se hace frente a la cantidad y dimensión de los pendientes, escatimándose esfuerzos reales para generar alternativas; es más fácil y lucrativo empoderarse de los espacios que abren la impunidad y la corrupción, la familia revolucionaria y los que se les han sumado, sean del partido que sean, gozan de la debilidad complaciente de la mayoría de la sociedad frente a sus fechorías.

Los esfuerzos de algunos por presentar propuestas inteligentes y viables para enfrentar los abusos constantes de los ejercicios de la corrupción, se pierden en la sordera de los que dirigen la política y las instituciones, se ahogan en el marasmo y la apatía de una mayoría que cómplice desdeña la participación, los compromisos por cambiar conductas, por exigir sanciones. Algunos aspirarán a estar como los señalados, gozando del enriquecimiento impune.

Como en México, en Brasil la corrupción lo inunda todo; las coincidencias son palpables en los defectos, solo que ahora hay una diferencia básica y profunda: ahí las protestas contra la corrupción han arrinconado a la clase política y al poder económico hasta meterlos en la cárcel. Ahí se rinden cuentan, las leyes se activan para aplicar sanciones, a diferencia de nuestro país en donde no pasa nada.

“Declaracionitis” sin resultados. Allí están los datos nacionales y aquí tenemos nuestra realidad veracruzana, por donde se escurren datos sobre la postración de las finanzas gubernamentales, la infraestructura malograda, el incremento de pobres, la ausencia de planeación, proyectos y ejecución de programas, todo ello frente al atracón impune que ha llenado varios bolsillos.

No todo es culpa de ellos, de los que malgobiernan; nosotros también jugamos un rol protagónico con nuestros “agandalles” diarios, con nuestras negativas a participar ya no digamos de los grandes problemas sino de los cotidianos, en la escuela de nuestros hijos, en nuestros trabajos, en nuestros barrios o colonias, en solapar los comportamientos antisociales, en voltear la cara, en elegir a los de siempre pese a que nos han demostrado de que están hechos. El viejo dicho de “te quejas pero te dejas” nunca ha sido más pertinente, más actual, y detrás de ello una verdad que debería calarnos: tenemos el gobierno que nos merecemos.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Con un poco de sentido común se descubre el tamaño y el verdadero destino de la deuda veracruzana, el análisis de los datos lo confirma.

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