Entre Columnas

Complicidades.

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Martín Quitano Martínez

mquim1962@hotmail.com

La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad;

la cobardía es un consentimiento;

existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer.

Victor Hugo (1802-1885) Novelista francés

 

El ejercicio público nacional se encuentra marcado profundamente por las omisiones, las connivencias, las incompetencias, generando una condición social de postración, indefensión y temores; la vida nacional en el desastre de la corrupción, la impunidad y la muerte.

 

Quedan truncas las esperanzas sociales por una realidad que da pocas oportunidades para creer ante la sordidez de los escenarios de vida directamente predominados por las notas que demuestran las arbitrariedades de un modelo económico y un sistema político, hechos para la expoliación y el control desde un ejercicio de poder descarnado y ruin.

 

En el mar de los desahucios, la pobreza domina el quehacer cotidiano; funcionarios, representantes políticos y amplios sectores sociales al accionar imbuidas de visiones retrógradas, individualistas, y de la ley de la selva, poco espacio dejan a comportamientos comprometidos, honestos, que a pesar de todo aún existen.

 

En un espacio institucional quebrado, los dislocamientos son evidentes y no se ve como recomponerlo, porque la complicidad de la clase política exacerba lo peor de las practicas públicas y los quehaceres sociales, entendiendo por esto el mal uso de las funciones gubernamentales y representativas, y las alianzas con poderes facticos de todo orden y tipo, dando cobertura a cualquier comportamiento por ilegal que sea, sin otra obligación real que el ejercicio de allegarse fortunas sobre las miserias de los más.

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Pactos y alianzas oscuras que se vuelven tapas de la impudicia colectiva, porque no son los acuerdos de los diferentes para enfrentar los problemas, sino que son complicidades que acuerdan protecciones mutuas de las arbitrariedades compartidas, de opacidades coincidentes, de corrupciones compatibles. Todos los políticos – dice la vox populi- son iguales y pareciera la realidad dar razones para no atisbar argumento que la contradiga; rojos, azules, amarillos y los otros, cobijan los mismos males, dimensiones distintas pero las mismas prácticas, la aseveración es en sí misma escabrosa y desilusionante.

 

En un país de muertos, fosas, secuestrados, desaparecidos, abundan las simulaciones, las mentiras, las verdades a medias, abusos que espantan cuando se conocen los robos, la violencia, los desfalcos o cuando 97 de cada 100 delitos quedan sin castigo. Por ello podemos afirmar que la impunidad es la gran protectora donde se arremolinan y comparten los nuevos y los de siempre, que han detentado la capacidad para hacer de México un país sin esperanza.

 

La compleja y temible red de complicidades parece imposible de tocar; poco se apuesta porque pueda ser desmontada para dar paso a alternativas distintas.

 

Revertir esta condición existente requiere que, los que pese a todo pensamos de manera distinta, hagamos lo que nos toca comenzando con no quedarnos solo en el diagnóstico de los males, dejando de ser también espectadores cómplices al bajar los brazos, sino siendo proactivos al realizar nuestras responsabilidades laborales y sociales con compromiso y eficiencia, actuando socialmente con civismo, con respeto y tolerancia, fomentando la organización para enfrentar los problemas pese a las resistencias y obstáculos que ello pueda suponer. Se trata de no ceder, no claudicar, es no asumir que todo está perdido.

 

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

La iglesia católica insiste en excluir a la diversidad, ¡válgame dios!.

 

 

 

Los vacíos de autoridad, de institucionalidad, de capacidades para actuar en el marco de la integridad, tienen como base el descompuesto y funesto comportamiento de aquellos que han reivindicado y usufructuado los espacios políticos y públicos

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