CONSTRUIR UN MUNDO EN EL CUAL EL DESEO DE CONSUMIR NO SEA LA ASPIRACIÓN ESENCIAL: LIPOVETSKY
CONSTRUIR UN MUNDO EN EL CUAL EL DESEO DE CONSUMIR NO SEA LA ASPIRACIÓN ESENCIAL: LIPOVETSKY
De Persona a Persona
POR JUAN PABLO ROJAS TEXON
Uno de los temas que en materia social se ha vuelto
cada vez más fehaciente a causa de sus múltiples aristas es el consumo, a
saber, la necesidad del hombre por tener más y, mediante ello, quizás llegar a
ser más. El consumo es una actividad que el hombre de todos los tiempos ha
practicado, es parte de su vida; sin embargo, en nuestra época ha alcanzado un
papel preponderante, dado que la sociedad de hoy tiene características bien
distintas a las pasadas. En palabras del sociólogo francés Gilles Lipovetsky,
vivimos en una sociedad de “híper-consumo”.
Él destaca cuatro grandes rubros de híper-consumo
en la sociedad de hoy. Primero, el rubro del “siempre más”. Hay consumo de
todo: energía, aparatos eléctricos, viajes, etc. Se trata de la “sociedad de la
hipertrofia”, pues en todas partes hay imágenes publicitarias que nos invitan a
consumir. Dicho en otras palabras, el imperio mercantil entró en cada ámbito de
la vida. El problema de este rubro es que las actividades más elementales de la
vida han pasado a formar parte de este imperio. Un ejemplo: hablar. Hoy hay que
pagar por hacerlo cuando se visita al psicólogo. Otro: correr. Si no es con
tales zapatos deportivos o en cuales gimnasios (ambos, por cierto,
“dispositivos de consumo”) no se disfruta igual. La misma Navidad se ha vuelto
una “orgía de regalos”. Una característica de este cuadro es que incluso la
clase social de menores recursos económicos consume como si no tuviera
carencias; sus miembros ya no se hacen a la idea –como antes– de que son
‘pobres’.
El segundo tiene que ver con la
“híper-individualización del consumo”. En los años 50, dice Lipovetsky, había
un ‘semi-consumo’. Los aparatos eran para uso doméstico; había un televisor
para toda la familia, con un solo canal y un solo programa. Actualmente, hay
uno en cada habitación, con 100 canales, de los que cada miembro elige el que
desea. Las tiendas de ‘fast food’ son otro gran reflejo de ello. Es muy difícil
que todos los integrantes del seno familiar coman alrededor de la misma mesa y
la misma hora –como en su momento lo promovió la religión. Hoy cada cual come
adonde quiere y la hora que puede.
Esto lleva al tercer rubro: “la desestandarización
de los comportamientos”. Hasta hace algunas décadas los comportamientos de
consumo estaban determinados por la sociedad: el obrero vestía como obrero y el
burgués como burgués, y aunque la diferencia entre uno y otro sigue existiendo,
ya no existe un comportamiento de clase. El rico tiene su fortuna, pero no está
obligado a ir a la ópera y, si lo prefiere, puede asistir a una fiesta con
pantalón mezclilla. El síntoma de este rubro es la necesidad de consumir
marcas. Mientras el pobre no se ‘resigna’ a ser pobre y aspira a tener algo que
lo identifique con la clase alta, un rico bien puede darse el lujo de comprar
objetos costosísimos y, de cuando en cuando, entrar en un almacén de menor
prestigio para comprar prendas de costo medio. Lo cierto es que las necesidades
en la sociedad del “híper-consumo” son cada vez más grandes, con base en la
premisa según la cual “sólo tenemos una vida”.
En cuarto lugar está el “híper-consumo de tipo
emocional”: el nuevo consumidor es más un consumidor de experiencias que de
estatus; la gente ya no viaja para presumir, sino para sentir. Dado que los más
de los productos de consumo ya no generan admiración, cada vez es más difícil
que alguien compre cosas para mostrarse a los demás; consecuentemente, el
modelo de “consumo por estatus” caducó. Lo que no parece quedar a discusión es
que
mañana los hombres querrán consumir aún más que hoy
–pequeñas cosas, no grandes, pero nuevas–, porque el hombre moderno no se
acostumbra a vivir en la repetición.
A este respecto, Lipovetsky se pregunta: ¿consumir
nos hace realmente más felices? Hoy consumimos tres veces más energía que en
los años 60, pero ¿acaso somos tres veces más felices que la gente de ese
tiempo? Si nuestro salario aumentara 15 por ciento, ¿seríamos 15 por ciento más
felices? Tenemos cada vez más, pero de ahí no se sigue que seamos más felices.
No hay que satanizar el consumo, porque es necesario para el progreso, pero
tampoco hay que sacralizarlo, ya que vivir para consumir implica una
irremediable despersonalización.
Nacido en París en 1944, y a tan sólo ocho días de
haber recibido el Doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad
Veracruzana en el marco de la XXII Feria Internacional del Libro Universitario
(FILU), para Lipovetsky el consumo no debe ser el sentido de la vida; el hombre
está destinado a cosas más grandes: a la creación, a la solidaridad, al amor, a
construir un mundo en el cual el deseo de consumir no sea la aspiración
esencial. Debemos ayudar a los hombres a volverse ricos interiormente, a
construir su propia existencia, proyectos de vida personal; sólo entonces el
consumo pasará a segundo término y el hombre podrá ser verdaderamente más
feliz.
Publicado originalmente el 2 de mayo de 2015