CRISIS POLÍTICA Y LA NOMENCLATURA
CRISIS POLÍTICA Y LA NOMENCLATURA
Por Uriel Flores Aguayo
En esencia los problemas estructurales de la
política mexicana se mantienen intactos o empeorando. Se trata de una
prolongada y expansiva crisis política que atraviesa al sistema de partidos, al
aparato de representación y sostiene a una nomenclatura renovada o reciclada.
Tal vez la única novedad es que sus actores hegemónicos actúan con un discurso
que habla de una transformación. Más o menos así ha sido siempre. Recuerdo
conductas similares desde los años setenta, en vivo y a todo color. La
transición democrática que vivimos del año 97 al 2011 trajo aires de cambio que
han terminado deformados o en línea de fracaso. Para más claridad en el
análisis tomo como muestra la política local.
Los partidos políticos en lo general, con
excepciones en aspectos localizados, no cumplen con su papel legal y
democrático. No procesan demandas sociales, tampoco son escuelas democráticas y
actúan en la más absoluta opacidad. Son costosos aparatos burocráticos de auto
consumo. Sin partidos no hay representación política y democracia pero con los
que tenemos estamos hundidos en la mediocridad, cuellos de botella y
simulación. Se esperaba algo mejor, cambios en las prácticas políticas, del
nuevo partido gobernante. Evidentemente no supo o no quiso intentar hacer algo
diferente, superar la vieja política. En los hechos son idénticos a la añeja
clase política. Cuando hablan de grandes logros y de hazañas en el Gobierno
simplemente se están engañando o pretenden desafiar la inteligencia y el
sentido común de la ciudadanía. Después de este sexenio, fallido en oxigenación
del sistema de partidos, habrá que volver a la agenda respectiva. En tanto, es
lo qué hay a la mano. La representación
legislativa de Senadores y diputaciones federal y estatal ha dejado firme
testimonio de proceder a la antigüita, como en los tiempos dorados del PRI. En
general brillan por su ausencia en la vida pública, no opinan, no defienden
causas ni aparecen junto a los grupos sociales que se manifiestan. No se
comportan como representantes populares. Sus esporádicas apariciones son para
defender a los gobernantes e impulsar la agenda partidista. Estamos ante una
sería crisis de representación y de autonomía de un poder que renuncia a serlo.
Sin ello, desaparecen o descienden de nivel los equilibrios y los contrapesos
del sistema político estatal, concentrándose el poder en pocas manos,
propiciándose, naturalmente, los abusos y la corrupción. Sin un verdadero poder
legislativo y auténticos representantes populares se niega la democracia y el
estado de derecho. Es paradójico que los fines del cambio se hayan hecho a
nombre del «cambio verdadero» para repetir los vicios y deformaciones
del pasado.
A una limitada trayectoria y escasa formación
política, con déficit cultural en general pero con casi nulo compromiso
democrático, se agrega un contexto de permisividad clientelar y patrimonial en
la nueva clase política, la emergente nomenclatura del poder. Basan su quehacer
en la máxima “el fin justifica los medios»
y en la fusión de los actos de gobierno con los del partido oficial. Es decir,
como antes. Igual que en los tiempos del poderoso PRI hay una distancia enorme
entre la gente común y esta clase política. Es un poco peor cuando viven en un
ambiente que les hace creer o afirmar que están transformado algo. Esos modos
de simulación casi generalizada lleva a la mentira sistematizada. La propaganda
con que sustituyen las ideas y la verdad funciona un tiempo, después es
anécdota.
Esos son algunos de los elementos de la crisis
estructural de la política mexicana y veracruzana. Sin su modificación
democrática no se puede hablar de cambio alguno, seguiremos estancados y
perdiendo el tiempo. Ya será cuestión de otros momentos para intentar avanzar
transformando de verdad o comprobar que estamos apelando a una utopía.
Recadito: en unos años nos reiremos de cosas
ridículas que hacen ahora los gobernantes.