CUANDO LA INSTITUCIÓN SE VUELVE SÍNTOMA
CUANDO LA INSTITUCIÓN SE VUELVE SÍNTOMA
Las
universidades, así como los sujetos que las integran, también sueñan, temen,
repiten. Tienen memorias, silencios, símbolos y traumas. Hablar de una
institución es hablar de lo humano que la compone. Por eso, cuando en el
corazón de una universidad se decide extender un rectorado más allá de lo
previsto —sin una reforma legal previa—, no se trata solo de un asunto
jurídico. Lo que se pone en juego es el modo en que se habita el poder, se entiende
el mandato, y se vive el deseo de permanecer.
La
reciente solicitud de la Universidad Veracruzana para prorrogar el actual
rectorado, sin una reforma universitaria consolidada ni un diálogo
institucional amplio, abre una fisura que trasciende la política interna. Esta
situación no puede comprenderse solo desde el marco administrativo o legal;
requiere también una lectura institucional crítica que considere el impacto
emocional y simbólico que este tipo de decisiones tiene sobre la comunidad
universitaria.
Desde
la psicología social, sabemos que las instituciones no son entes neutros, sino
que en ellas se reproducen ideologías, prácticas y estructuras de poder. Cuando
quienes encabezan una institución toman decisiones que se perciben como
unilaterales, verticales o arbitrarias, se activa en los miembros de la
comunidad una serie de afectos complejos: desconfianza, desencanto, apatía o
incluso miedo. En contextos donde se espera participación, la centralización
del poder genera una erosión silenciosa: la comunidad se repliega, se silencia,
se anestesia.
En
psicoterapia se sabe que cuando los vínculos se fracturan, las personas
comienzan a protegerse emocionalmente del lugar que habitan. De este modo los
universitarios y universitarias, que tienen un vínculo con la institución,
podrían vivir esto como una fractura institucional con repercusiones que les
lleven a cumplir sus funciones, pero sin sentido; a trabajar, pero sin deseo; a
enseñar, pero con distancia. La institución, entonces, deja de ser un espacio de
vida y se vuelve un aparato burocrático que solo se soporta ni se construye
colectivamente.
Desde
el psicoanálisis, podríamos leer esta situación como una expresión del
narcisismo institucional: el deseo de perdurar a cualquier costo, la dificultad
para soltar el poder, la fantasía de que “sin mí no puede continuar”. Este tipo
de actitudes, cuando se enraízan, no solo afectan la legitimidad de los
liderazgos, sino que desplazan el lugar de la ley. Y cuando la ley se vuelve
ambigua o maleable según las conveniencias del momento, el malestar se filtra
por todos los resquisicios visible e invisibles.
¿Dónde
queda la voz de la comunidad universitaria? Una porción prefiere callar. Otra
se incomoda, pero no encuentra espacios reales para hablar. Finalmente, la minoría,
alza la voz y enfrenta la incomodidad del aislamiento.
Sin
embargo, hay algo que late debajo de todo esto: el deseo de que la universidad
sea un espacio ético, crítico, abierto. Cuando ese deseo se ve traicionado por
prácticas que contradicen su propio discurso, se produce un duelo simbólico. El
ideal que sostenía el vínculo con la institución se tambalea. Y en esa pérdida,
también hay angustia.
Por
eso es importante preguntarnos: ¿cómo habitamos hoy la institución? ¿Desde la
ilusión, desde el escepticismo, desde la rabia contenida? ¿Qué espacios quedan
para la palabra y el pensamiento crítico? ¿Qué nos pasa como comunidad cuando
normalizamos la opacidad o nos resignamos a que “así son las cosas”?
Desde
la práctica clínica sabemos que solo cuando el sujeto puede hablar de su
malestar, simbolizarlo y asumir su parte en él, hay posibilidad de cambio. Lo
mismo ocurre con las instituciones. Una universidad que se atreve a escucharse,
que permite la crítica, que sostiene el conflicto como parte de su vitalidad,
es una universidad viva.
Con
este texto no se señalan culpables individuales ni se ofrecen soluciones. Más
bien, se busca invitar a una reflexión honesta: ¿qué modelo institucional
estamos reproduciendo? ¿Qué les enseñamos al estudiantado cuando el poder se
perpetúa sin diálogo?
Quizá
este sea un buen momento para volver a preguntarnos por el deseo que nos trajo
a esta universidad. Tal vez también podamos recuperar el lugar de la palabra
como herramienta de transformación, no solo en el aula, sino también en los
espacios donde se deciden los rumbos colectivos.
No
olvidemos que las universidades son, sobre todo, sus comunidades pensantes.
Nos leemos en el próximo Café desde el Diván.
Paulo César Soler Gómez
Contacto: psoler@live.com.mx
Youtube: : https://youtube.com/@paulosoler