Cuerpos de carne y hueso
Por Yuzzel Alcántara
Era una sucesión en cadena: el desayuno, alistarse, salir a trabajar, saludar de beso, platicar con los amigos y colegas y armar agendas, para este fin, el siguiente, y el próximo mes. Pero nos hemos quedado sin plan porque el presente se ha quedado sin futuro –lo avizoramos lejano y cualquier plan se nos escurre entre las manos. ¿Qué pensamos entonces si no podemos pensar en futuro? En futuro.
Desde niños se nos ha enseñado a pensar nuestra versión a largo plazo: “¿qué vas a hacer cuando seas grande?” (entendido a menudo con hiato entre la a y hacer para mantener la confusión entre hacer y ser como dos versiones de lo mismo, como si el hacer terminara por definir lo que eres, como si la economía –el hacer, la actividad– se sobrepusiera a la filosofía –el ser, el pensamiento– o, como si y sólo fuéramos eso que hacemos) y se nos ha ido inoculando, cada vez con mayor insistencia el síndrome Aquiles – Alejandro Magno – Julio César. Cuenta un historiador romano del primer siglo que, con 33 años, Julio César tenía a su cargo un puesto administrativo menor en Hispania. Durante un viaje oficial, llegó a Gades, actual Cádiz, y visitó el templo de Hércules. Una vez adentro, se detuvo atónito frente a la estatua del macedonio Alejandro Magno, y lloró, inconsolable, porque a su misma edad, Alejandro ya había muerto después de conquistar una gran parte del mundo conocido hasta entonces, mientras que él, Julio César, tan sólo era un magistrado menor en Hispania. Con apenas 3 décadas, se sentía demasiado viejo para satisfacer la vorágine de hazañas que su ambición le exigía. Fue asesinado 23 años después, y en tan sólo esas 2 décadas, tuvo tiempo de sobra para montar un triunvirato, perpetrar masacres en las Galias, contribuir a una guerra civil, escribir varios libros clásicos, derrotar a sus enemigos con asombrosos despliegues tácticos y dejar su nombre al mes de julio y a la cesárea. Julio César ambicionó con ser Alejandro, como en su momento Alejandro quiso ser –o hacer– más que Aquiles. Hay un problema con nuestro entendimiento de heroísmo: este comportamiento exclusivo de contados individuos excesivamente ambiciosos, se ha convertido hoy en un obstáculo generalizado que desgasta nuestras vidas en una competencia torpemente infructuosa para la sobrevivencia social.
No entiendo economía, pienso que los números a menudo pecan de abstracción. Allá afuera, no veo a ningún Aquiles, Alejandro, ni Julio César, veo cuerpos de carne y hueso que se encargan de sembrar lo que comeremos mañana, lo despachan en los mercados, nos traen vegetales, les entregamos nuestra basura y ellos se encargan de deshacerse de ella… y se piensa que son ellos quienes salen porque necesitan sobrevivir, porque viven al día, cuando en realidad, hacen mucho más que eso, se encargan de que nosotros –los encerrados– también sobrevivamos y no muramos en el intento. Y son esos oficios los peor pagados pese a que mantienen con vida a toda una sociedad. Y son ellos quienes harán posible un futuro –hay quienes lo planeamos y hay quienes sin plan alguno posibilitarán que suceda. Y son suyas las grandes hazañas como no son justas las retribuciones económicas que reciben a cambio.
Armamos un mundo tan desigual, tan sin futuro, en donde vivir, tan sólo y tan atrozmente, nos cuesta el cuerpo. En palabras de Wislawa Szymborska –poeta polaca–: “La vida en la tierra sale bastante barata. / Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo. / Por las ilusiones, sólo cuando se pierden. / Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo”. Mientras que unos nos rehusamos a tener que pagar con nuestro cuerpo los estragos de la covid, hay un sinfín de cuerpos allá afuera que no tienen elección, son los peor pagados aún cuando pagan por el resto de la población.