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CUMPLE 100 AÑOS DOÑA ELVIRITA

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CUMPLE 100 AÑOS DOÑA ELVIRITA

Siempre recuerdo la anécdota que cuenta aquel doctor que le dijo que si contamos de uno en uno todos los años que ha vivido una persona de más de noventa nos podemos dar cuenta de que, en verdad, son muchos. Del uno al 100, uno por uno, todos esos años se van volviendo como los peldaños de una escalera de espiral, los primeros los vamos subiendo lentos, calculamos la altura, miramos bien por dónde pisamos, titubeamos a veces y nos sostenemos del barandal o las paredes, luego tomamos confianza, para cuando llegamos a los primeros 20 escalones sentimos que podemos acelerar, los pies se mueven como máquinas, a eso de los 30 somos expertos de subir, tenemos fuerza y experiencia, para los 40 parece que entendemos todo de esa escalera, ya ni miramos cómo movemos los pies, subimos y basta, pensando a nuestros asuntos, concentrados. Luego, para los 50 es posible que nos pase que no tenemos muy claro para dónde estábamos subiendo, miramos alrededor sin detenernos, hacia abajo la escalera es tan larga que se siente una especie de mareo: todo eso hemos andado, cada uno de los escalones está ahí para recordarnos algo. Ahora los escalones pasan más rápido, pero también los pies comienzan a resentir el cansancio.

 

Tal vez para los 60 se va más despacio, pero se comienza a disfrutar de una forma distinta la subida, se respira a cada paso. A los 70 subir es una costumbre demasiado arraigada, como levantarse cada mañana, revisar a los pájaros en sus jaulas, mirar el cielo por la ventana de la cocina para ver qué nos tocará en suerte ese día, luego barrer el patio, atender a las plantas. Así se llega a los 80 con calma, sin ninguna prisa, disfrutando lo cotidiano, pensando más en los otros y sus propios pasos. Para los noventa cada paso se va volviendo más lento, tiemblan un poco las piernas que han avanzado tanto, los brazos que cargaron tantos niños y abrazaron tanto se vuelven a sostener de los barandales y las paredes como en los primeros años.

Se respira muy despacio, se hacen pausas largas en el andar cotidiano porque cuando se levantan los ojos se mira todo lo que pasa a su lado, pero también lo que ya ha pasado, la memoria es tanta que se vuelve una proyección permanente frente a los ojos que mientras ven las hojas nuevas asomándose piensan en todas las otras hojas que han crecido, madurado, hasta desprenderse de sus ramas para irse volando.

 

Vivir los 90 años como doña Elvirita los ha pasado es algo que pasa muy pocas veces, es en realidad, un milagro. Pero no de esos inexplicables que uno no sabe cómo es que pasaron, no, este es un milagro hecho a la medida, bordado a mano, con la paciencia de esas manos tranquilas que se calientan con su taza de leche tibia, parten el pan, reposan en el regazo una sobre la otra como las parejas de palomas que se han hecho la ronda. 

La cumpleañera rodeada de su hija Reina Olvera de Iturriaga y de amigas del Grupo de Bordado "Bertha Cervantes Bock".

No todas las personas que han vivido todos esos años tienen el mismo mérito, no todas las vidas valen lo mismo a la hora de ponerlas sobre la balanza de las cosas justas. La de doña Elvirita es uno de esos milagros justos, que llegan porque se ha vivido “a dios rogando y con el mazo dando” con el esfuerzo cotidiano, pero también con la alegría de hacer cada cosa, de estar a cargo, con la expresión limpia que solo da una vida sin remordimientos. Ahí en los surcos de su expresión se puede ver cuánta alegría se ha cultivado en esa vida, también cómo se ha sabido aceptar los años en que ha tocado cosechar tristeza y despedidas, aceptando lo que la tierra da y la misma tierra quita. Cuando aprendimos a contar, de uno en uno, íbamos “a las carreritas” y aunque éramos niños sentíamos que para decir ochenta o noventa con todas sus letras se pierde un poco el aliento, pero como sea, llegar a los 100 era siempre la meta.

 

Esta mujer maravillosa ahora lo ha logrado, cumple sus 100 años; la madre, la abuela, la bisabuela. Esta señora hecha a mano, cocinada a fuego lento, hecha de puro esfuerzo como su receta del mejor mole poblano, con su mirada intensa y sus palabras bien sazonadas, con su juicio picante al punto justo y esa alma dulce y perfumada que se queda a nuestro lado por un buen rato cuando en cada despedida la abrazamos. Esta señora hoy llega a ese escalón de los 100 años, desde ahí arriba nos está mirando, nos dice que no ha sido para tanto, que veamos cómo está ahí tan tranquila como siempre, durmiendo como santa y madrugando como beata. Nos dice con su sonrisa que a ver si la alcanzamos ahí arriba, ella no tiene ninguna prisa, estará ahí tranquila, en su silla haciendo florecer las esquinas de las servilletas con margaritas, bordando de recuerdos los largos manteles con los que ahora celebramos su maravillosa vida. 

 

Y así la tendremos siempre, bordada ella misma en los pañuelos de nuestra memoria, la señora buena de cabellos blancos que saluda cada mañana a sus pájaros, barre su patio, se mira al espejo para ponerse cada día unos aretes nuevos, lee sus noticias, se indigna con los males del mundo, se indigna también con los protagonistas de las telenovelas que actúan de manera igualmente indigna. Y mientras una cosa y la otra, sigue bordando, mientras se acuerda de su rancho, piensa en sus muertos para los que cada año hay que preparar los tamales y el dulce de tejocote, hace sus cuentas y planifica sobre las cosas más importantes que son las celebraciones de la vida. Piensa también en los que no tiene cerca y sus pensamientos vuelan como si sus manos que parecen palomas acurrucadas se hubieran vuelto mensajeras y pudieran llegar hasta los rostros lejanos para acariciarlos. Ahí está su presencia, incluso para quienes no somos su familia verdadera, pero que la queremos tanto que ojalá lo fuera.  

!Felicidades doña Elvirita¡ señora tan buena, por vivir una larga vida que nos enseña a seguir con la sonrisa por delante. Sus hijas y sus hijos, sus nietas y nietos, los bisnietos que ya van llegando, la celebran hoy por este siglo vivido bien y bonito. Nosotros, Alessio mi esposo y yo, la celebramos a la distancia con la pena de no haber cumplido nuestra promesa de estar ahí en esta gran fiesta, usted en cambio sí ha sabido cumplir la promesa de hacer la cuenta de todos esos años y nosotros no podemos estar más felices por saber que hoy se celebran sus 100 años en su tierra, con la casa llena donde ya me imagino cómo habrá estado la cocina, tan viva, como en sus mejores días, cuando todos los hijos están ahí conversando y preparando las comidas. Que siga así por muchos años latiendo como su corazón de niña bonita la cocina generosa de doña Elvirita.  

 

Con todo mi cariño, su nieta de mentiritas Selene.