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De la escucha a la democracia

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De la escucha a la democracia

Miguel Angel Duran Hernandez

Si alguien te pregunta ¿qué es la política? Lo más probable es que en tu mente aparezca la imagen de un sujeto trajeado parado frente a un pódium dando un discurso ante una multitud de gente. Si ahora te pidiera un ejemplo de democracia, es muy probable que pienses en votar o en una asamblea de varias personas hablando y poniéndose de acuerdo. Pero no te has preguntado ¿por qué las principales características de la política y la democracia implican hablar? Para Mariflor Aguilar, esta es una pregunta muy importante porque cuestiona por qué se pone tanta atención en el habla, en la expresión oral, pero casi nadie pone atención en la escucha.

Escuchar es una habilidad que, se supone, es natural en las personas, asumimos que hay alguien que nos escucha siempre que hablamos. Pero escuchar es más complicado que la mera estimulación de nuestro aparato auditivo por las vibraciones del sonido, más allá de la distinción general entre oír y escuchar, la escucha de la que habla Mariflor Aguilar se trata de abrir no sólo nuestros oídos, sino también nuestro ser completo a lo que tienen que decir todo aquellos distintos a nosotros, y esta no es una habilidad que se posea por naturaleza, se debe desarrollar y se debe aprender.

Esta propuesta implica atender a todas las formas de expresión, sea oral, sea escrita, sea con imágenes o señas, puede ser con arte, puede ser con destrucción, puede ser con gritos, protestas, vandalismo o hasta con el silencio, lo importante es identificar la forma en que aquello que es diferente a mí se expresa y atenderla con apertura de nuestro ser para tratar de entenderlo, de comprenderlo. Esta es una habilidad que se debe aprender, que se debe practicar, que se debe ejercitar constantemente y, sobre todo, que se debe enseñar.

Pero ¿qué tiene la escucha que tanto empeño se pone en reflexionar sobre esta? Siempre se nos ha enseñado que en el ciclo de la comunicación hay un emisor, un mensaje y un receptor, pero el énfasis siempre se ha hecho en el emisor y el mensaje, en ser capaz de expresarse con claridad, correcta retórica y elocuencia, sin embargo, no todos hemos tenido la oportunidad de acceder a la misma calidad de entrenamiento ni capacitación para expresarnos con la misma eficiencia.

Comúnmente se cree que, para participar de la democracia y de la política, es necesario hablar, gritar, denunciar, hacerse escuchar, tanto se cree que la palabra tiene tal poder que existen frases como “dar la voz a los que no la tienen”, y es cierto, sin embargo, de qué sirve la palabra si nadie la escucha, si nadie le atiende.

La excesiva obsesión por la expresión oral representa, en sí misma, un muro excluyente que separa a aquellos que pueden emitir un mensaje elocuente y los que no, los que tuvieron la posibilidad de acceso a un correcto entrenamiento y dominan la capacidad de expresarse correctamente, los que son capaces de presentarse ante un público o una cámara y hablar, incluso separa a los que físicamente tienen capacidad de hablar de los que no pueden. Sobrevalorar el habla es acentuar las desigualdades sociales.

La democracia, según Aguilar, debería definirse desde esta noción de escuchar, antes de la expresión de ideas, de los discursos, del debate y discusión, debe estar la escucha.

Escuchar puede dar miedo, porque significa permitir que el otro influya en uno mismo, “el que escucha en un sentido radical sabe que se arriesga a cambiar la propia vida, se arriesga a estar dispuesto a dejarse transformar por las implicaciones prácticas de lo que el otro dice”, como dice Aguilar. Escuchar significa aprender del otro, lo que nos permite desarrollar un diálogo más efectivo y una democracia que permita una verdadera participación políticamente activa del pueblo.