Ars Scribendi

De Persona a Persona

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 Juan Pablo Rojas Texón  

 

Maurice Nédoncelle

 

En una carta dirigida al filósofo español Carlos Díaz, fechada el 7 de febrero de 1973, Maurice Nédoncelle se denomina como “un animal apolítico”; rasgo bien extraño para un personalista que vivió en el tiempo de la contagiosa fiebre del marxismo y de las ruinas y trastornos que dejaron a su paso las dos grandes Guerras, justo cuando el grito de E. Mounier llamaba a una revolución espiritual con base en el compromiso social. Pero así era su talante, nunca motivado por el activismo y cuidadoso de ‘participar lo menos posible en la política, pues lo terrible de ella es que para evitar ciertos abusos ha creado otros y para vencer la violencia, astucia y corrupción de un adversario se vale de una mayor violencia, astucia y corrupción’. Su campo de lucha fue más que nada el ámbito académico, ese que deviene al compás de las reflexiones de clase, a raíz de las cuales dio forma al que sería su proyecto intelectual más sólido: las relaciones interpersonales.

La búsqueda a fondo de la estructura de la persona y de su subjetividad lo lleva a la conciencia humana. Para Nédoncelle nadie puede llegar a la indiferencia total de sí mismo o del otro, pues el abandono de sí o de todos detendría el mismo pensamiento que se tiene de las cosas; por ende, “toda conciencia es unión” (RC §1). Esto implica la negación de la idea moderna según la cual la conciencia individual es germen de la autonomía y dignidad del sujeto, ya que al cogito cartesiano que aísla Nédoncelle antepone la comunión, seguro de que no es el ‘yo’ sino el ‘nosotros’ la realidad en la que el hombre crece verdaderamente como persona; no es la subjetividad sino la intersubjetividad su principio fontal.

En efecto, un ‘yo’ sólo puede ser si es querido por otro ‘yo’ y, a la vez, si quiere a ese otro ‘yo’, porque ‘otro’ no quiere decir ‘no yo’, sino voluntad de promoción del ‘yo’ y, por ello mismo, transparencia del uno con el otro; se trata de una ‘coincidencia de los sujetos’ en la que el ‘yo’ no es absorbido por el ‘tú’, sino que el ‘tú’ es aprehendido en su alteridad precisamente porque el ‘yo’ deja de referirse a su propia particularidad. Por eso sólo cuando el ‘yo’ logra vaciarse de toda su suficiencia, y renuncia a sus límites y a su separación, halla su liberación y subjetividad absolutas sin haberlas buscado. Entonces se revela lo que Nédoncelle llama una ‘conciencia comunal’, o sea, un ‘nosotros’ (RC §269).

Lo que hace posible esta ‘comunión de conciencias’ es el amor; sin él la superación del egoísmo no sucedería, como tampoco la donación recíproca de las personas. De ahí que ‘persona’ y ‘amor’ estén íntimamente ligados, pues el amor no puede ser impersonal y la persona es incomprensible fuera de una red de amor entre sujetos. En el amor hay un deseo de ayudar al otro a ser, a poseer para darse, a no aislarse, a establecer el orden de todos los sujetos y a encontrar allí mismo su desarrollo. Sólo por el amor se llega a entender que el ‘tú’ no es un límite para el ‘yo’ sino una fuente de crecimiento y que, dado que el ‘yo’ no está jamás completamente hecho, debe buscar llegar a ser haciendo llegar a ser a otros ‘yo’.

En esta inclinación humana a la reciprocidad Nédoncelle advierte “un fundamento divino, un reflejo de Dios en el hombre, porque anuncia la plena comunión con Dios y con todos los hombres a la que estamos llamados” (J. A. García Cuadrado). Sin embargo, por sí mismas, las relaciones interpersonales están incompletas, son inciertas y caducas, por lo que no pueden ser causa de una realización personal absoluta. La plenitud del encuentro no puede explicarse más que por Dios; Él es la obra común por la que dos seres que se aman se saben sobrepasados; es la causa a la que dos amigos se entregan por ubicarla más allá de su individualidad. “Sólo en Dios tiene su asiento el orden de las personas y este Dios debe ser personal”.

Nacido un 30 de octubre de 1905, Nédoncelle es –como ha dicho J. M. Burgos– “un nuevo tipo de personalista”: el estudioso dedicado a hallar los fundamentos metafísicos del personalismo. Sacerdote, prelado del Papa y profesor de teología en la Universidad de Estrasburgo, fue distinguido por la Universidad de Lovaina con el doctorado Honoris Causa y como Oficial de la Orden nacional de la Legión de Honor. Pese a no haber participado de ese “personalismo combativo” tan característico de su época, su semilla es de las más ricas de cuantas se plantaron en tierra personalista, tanto que Jean Lacroix escribe: “en un tiempo en que los filósofos declaran que lo interior no existe, Nédoncelle ha querido salvar lo interior de la vida espiritual”.

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