Ars Scribendi

De Persona a Persona

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Juan Pablo Rojas Texon 

Jacques Maritain

El “Carnet de notes”, bellísima y franca autobiografía escrita por Maritain durante la vejez, se abre con las palabras: “Yo seré socialista y viviré para la revolución”; y, en efecto, desde temprana edad se sintió atraído por el “idealismo socialista –entonces muy vivo– de transformación radical de la sociedad” (J. M. Burgos). Por principio, Maritain era un “republicano protestante con fuertes prejuicios anticatólicos”. Sin embargo, su ansia de hallar “puntos de referencia absolutos” y descubrir una verdad cierta capaz de inundar la vida le hizo convertirse al cristianismo; primero, estimulado por las enseñanzas de Henri Bergson y, más tarde, por el testimonio de Léon Bloy.

La conversión significó una ruptura con su pasado, con su modo de ver el mundo y con sus creencias más personales, razón por la que en adelante no concebiría la idea de una filosofía ajena a la fe; al mismo tiempo vino a ser la pauta para adentrarse en el tomismo, al recordar el llamado del Papa León XIII en su Carta Encíclica “Aeterni Patris Filius”, según la cual parte del ‘origen de los tiempos tristes que se vivían estaba en los manejos perversos que sobre las cuestiones divinas y humanas habían hecho las escuelas filosóficas’ (§ 2). Por eso era urgente ‘volver a los volúmenes inmortales de Santo Tomás, no sólo con el afán de formarse con su angélica sabiduría, sino para totalmente alimentarse de ella’ (§ 13).

Maritain, entonces, aspira a comprender de qué manera las doctrinas de un filósofo de tan penetrante ingenio como Tomás de Aquino, en las que se separa ‘muy bien la razón de la fe, como es justo, pero donde a la vez se asocian amigablemente, conservándose los derechos de una y otra; y en las que se ve a la razón elevarse a su mayor altura, sin poder levantarse a regiones más sublimes, y a la fe no pudiendo esperar de la razón auxilios más poderosos que los ya logrados por el santo mismo’ (§ 12); de qué manera, habiendo sido tan iluminadoras, perdieron su rumbo en la Modernidad. La respuesta la encuentra en René Descartes.

Al hacer del ‘yo’ el centro gravitatorio del hombre, Descartes opone lo interior a lo exterior y la inmanencia a la trascendencia, cual si hubiera puesto al ser humano una camisa de fuerza metafísica que le aísla por un momento del mundo, que le desliga de los ‘otros’. Vista bajo su aspecto ético, como lo hace Maritain, esta actitud es promotora de un radical individualismo, un ‘ego-ísmo’ puro, causa de desviación del pensamiento tomista –es decir, de la doctrina cristiana más esencial– y de su completa degradación hasta nuestros días. La única manera de afrontarla es complementar dicho individualismo –como decía Tomás de Aquino– con “lo más noble y perfecto que hay en toda la naturaleza”: la personalidad.

Maritain no se opone a la individualidad; sabe que “es lo que hace que una cosa de la misma naturaleza que otra difiera de esta otra en el seno de una misma especie y de un mismo género”; o sea, “la idea de división, de oposición, de separación está ligada a la de individualidad… condición de existencia misma de las cosas”. En cambio, “la personalidad es un misterio más hondo”, ya que sólo puede entenderse en su relación con el amor, el cual va más allá del conocimiento al que nos lleva la razón, más allá del ‘yo’ cartesiano.

Individualidad y personalidad son los dos aspectos metafísicos que se cruzan en la unidad de cada ser humano; no son cosas separadas como serían el hidrógeno y el oxígeno en el agua. “El mismo ser, todo entero, es individuo en un sentido y persona en otro”; “un horizonte entre dos muros”. La individualidad –expresa Garrigou-Lagrange– fomenta “las pasiones, hacerse el centro de todo y concluir por ser esclavo de mil bienes deleznables”; por su parte, la personalidad “crece a medida que el alma se eleva por sobre el mundo sensible, se apega por la inteligencia y la voluntad a la vida del espíritu”.

Así, para Maritain, la persona no es una mónada sin puertas ni ventanas, sino un mundo completamente abierto al otro, cuyo horizonte es formar una comunidad con base en el modelo trinitario, “donde el bien del todo es pura y estrictamente el bien mismo de cada Persona, porque constituye su propia esencia”.

Nacido en París un 18 de noviembre de 1882, Jacques Maritain fue, a decir de Juan Pablo II, “uno de los principales artífices de aquel “renacimiento tomista” que el Magisterio de la Iglesia había deseado y promovido como respuesta a las principales necesidades de la cultura moderna”; vocación a la que se mantuvo fiel siempre. El día de su muerte su amigo Pablo VI dijo: “fue un gran maestro en el arte de pensar, vivir y orar”. Pero si queremos saber qué pensaba Maritain mismo de sí, escuchémosle un poco más de cerca: “¿Quién soy? ¿Un profesor? No lo creo: enseño por necesidad. ¿Un escritor? Lo espero. Pero también una especie de romántico de la justicia pronto a imaginarse, después de cada combate, que ella y la verdad triunfarán entre los hombres”.

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