De Persona a Persona
JUAN PABLO ROJAS TEXON
Dietrich von Hildebrand
Siendo aún Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger dijo sobre Dietrich von Hildebrand que fue “un hombre cuya vida y trabajo han dejado una marca indeleble en la historia de la Iglesia en este siglo de tragedias y triunfos”, tanto que “cuando en el futuro se escriba la historia intelectual de la Iglesia católica en el siglo XX, su nombre estará entre las más destacadas figuras de nuestro tiempo”. La misma Alice von Hildebrand, en el fascinante retrato que hace de su esposo, escribe que “su ardiente preocupación fue poner todo su esfuerzo y energía al servicio de la Iglesia, a la que amaba como a una novia”.
En efecto, von Hildebrand “fue excepcional en muchos aspectos”. Su defensa de lo que él sentía como verdad le llevó a oponerse al totalitarismo y a padecer por ello. Luchó contra Hitler desde los primeros años en que el Nacional Socialismo empezaba a difundirse como ideología y prefirió exiliarse a Austria, a vivir en la pobreza y radical inseguridad, antes que jurarle lealtad al abominable sistema político alemán. Tildado como el “enemigo número uno” del régimen, en Viena milagrosamente escapó de la muerte; luego se refugia en Francia, donde, a la llegada de los nazis, en 1940, se vio forzado a esconderse junto con su familia; sólo ayudado por la gracia divina logra establecerse en Estados Unidos.
Es precisamente la experiencia de la gracia de Dios lo que le lleva a comprender que la Verdad descansa en la Persona de Jesucristo y para hallarla es preciso vivir en auténtica comunidad con los demás y vencer todo signo de egoísmo y solipsismo. Amar al prójimo es amar a Cristo y amar a Cristo es amar a Dios. Porque “Cristo es al mismo tiempo la Palabra eterna del Padre dirigida a nosotros, la epifanía de Dios, y el mediador entre nosotros y Dios, nuestra Cabeza; solamente a través suyo podemos adorar a Dios de modo adecuado”.
Pero la vida de y en Cristo resulta toda un misterio y es imposible para el hombre en esta vida terrena comprender a fondo el conjunto de su verdad revelada, así como brindar una respuesta última a sus varios aspectos. Encarnación, Nacimiento, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo constituyen un verdadero enigma para el hombre. Sólo la experiencia de Su amor puede llevarnos a ser conscientes “del carácter incompatible y único de este amor divino, su modo de ser absolutamente nuevo y misterioso, y su inefable santidad”. Por ello, es en la adoración del Sagrado Corazón donde von Hildebrand advierte que “el misterio de la infinita caridad de Dios se manifiesta de la manera más profunda”.
Que Dios sea caridad (amor) se torna el más íntimo secreto de cada alma, la realidad más inconcebible; y si nos ama es justamente porque Todo Él es amor (caridad). Pero si el amor sólo puede sentirse y transmitirse con el corazón –como pensaba san Agustín–, entonces Dios es el más puro y pleno de los corazones, cuya muestra más perfecta y hermosa es la entrega de su Hijo Único a cambio de la salvación del mundo. Así lo expresa la Letanía al Sagrado Corazón: “Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, en quien habita toda la plenitud de la divinidad”. Por extensión, también “el corazón es la esfera más tierna, más interior, más secreta de la persona”.
En un tiempo en que el odio del hombre atenta contra el hombre mismo, en que la dignidad humana se desvanece y la indiferencia y la pereza amenazan al mundo entero, sólo apelando al corazón es posible recibir una luz de amor que reencauce a la humanidad. Por eso, siempre que el oprobio nos quiebre por dentro y sintamos desfallecer, cuando esperemos consuelo sin hallarlo, cuando hambrientos nos den veneno y, sedientos, vinagre (Sal 69, 21-22), tendremos oportunidad de vivir con todo nuestro ser el Sagrado Corazón de Jesús, o sea, la Santísima Humanidad de Cristo.
Discípulo de E. Husserl y amigo de M. Scheler, Dietrich von Hildebrand fue “un incansable luchador contra la injusticia, con una juventud gloriosa y una formación intelectual y cultural que puede verdaderamente ser llamada única”. Cuenta su esposa que, próximo a morir, le habló en la bella lengua de Dante; su voz era apenas un susurro: ‘Yo solía ser un león, y aunque ahora no soy más que una cosa desamparada, mi alma sigue rugiendo’. Así, un 26 de enero de 1977, con 88 años encima, dio el paso hacia la vida eterna este pensador extraordinario, quien en vida “luchó, no por una corona humana, sino por la gloria de Dios”.