Dejemos que los niños sean niños
René Sánchez García.
Cuentan las historias, más bien las personas cercanas a él, así como también sus biógrafos, que la infancia del escritor argentino Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), fue totalmente distinta a la de otros niños de su edad y posiblemente a la nuestra, aunque ya tenga muchos años que la tuvimos. Primero fue su padre Jorge Guillermo Borges, quien a los seis años le enseñó a leer y escribir, no sólo en castellano, sino en inglés, además de revelarme el gusto y el poder de la poesía. La extensa y rica biblioteca de este, fue el primer jardín de juegos del futuro escritor. Se comenta que a esa temprana edad, Jorge Luis escribió sus primeras poesías infantiles y a los diez años tradujo El príncipe feliz de Oscar Wilde. Igual en esos años leyó la obra de Voltaire y Víctor Hugo, clásicos de la literatura.
Después y por casi 70 años, Jorge Luis Borges, recibió la poderosísima influencia de su madre Leonor Acevedo Suárez (Uruguaya de nacimiento), quien gracias a que aprendió a hablar y leer el inglés por su esposo, se dedicó por varios años a traducir textos y libros para una editorial extranjera. Ella y su esposo educaron a la manera inglesa a su pequeño, al igual que a su hija. Cuentan sus biógrafos que la escuela elemental (primaria en el caso nuestro) resultó traumática para Jorge, pues “los compañeros se mofaban de aquel sabelotodo, que llevaba anteojos, vestía como niño rico (siempre de saco y corbata, así como de abrigo, paraguas y gorra inglesa cuando llegaba el frío), que no se interesaba en ningún deporte o juego y para desgracia, hablaba tartamudo”.
El mundo de Jorge Luis Borges se reducía sólo por instantes a jugar con su hermana menor, pero los minutos, horas, días, semanas y años enteros los pasaba en esa biblioteca mágica. Ese encierro con los libros le permitió escribir: “ontologías fantásticas, gramáticas utópicas, genealogías sincrónicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados”. Su ceguera progresiva no le permitió viajar, divertirse, disfrutar la vida junto con la naturaleza, tener amistades (las pocas eran sólo escritores), hacer noviazgos, mucho menos matrimoniarse y tener hijos, conducir automóviles, practicar deportes, etc. Todo eso que cualquier niño, joven adolescente o adulto joven sueña hacer.
Si bien Jorge Luis Borges se perdió de todo aquello, encontró la felicidad en la lectura y la escritura. Hoy es considerado como uno de los escritores más destacados de la literatura universal del siglo XX, y aunque por razones políticas nunca obtuvo el Premio Nobel, realmente no le hizo falta ese papel. Es seguro que pasarán muchos y muchos años para que alguien lo iguale y lo supere. Con motivo de que este día 30 en México se celebra El Día del Niño, me permito trasmitir a ustedes su poema “Instantes”, esperando sea de su especial agrado. Felicidades niñas y niños de Coatepec y la región…
Instante
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años…
y sé que me estoy muriendo.
sagare32@outlook.com