Descuido
Juan A. Morales.
Mariano llega de madrugada, me incorporo, escucho como sube la escalera, patea la puerta del baño, sin éxito se provoca una arcada, se lava y viene tambaleante a la recámara. Violento exige su cena, tengo miedo, me acusa de holgazana, me insulta, me saca de la cama, un golpe con su arma reglamentaria me cierra el ojo derecho, me jalonea, desgarra mi camisón, a empellones me empuja escaleras abajo pero en lugar de llevarme a la cocina me saca al jardín, casi desnuda. Por la lluvia dudo que los vecinos escucharan mis gritos. Me escondo entre los rosales, lloro de impotencia, pero esta vez no llamaré a mi madre, ni iremos al Ministerio Público donde lo protegen. Rompo un vidrio, entro por la ventana de la cocina y tomo un cuchillo para poner fin a esta situación.
Hace meses ante el espejo, vi con preocupación la imagen marchita que no corresponde a mis treinta años, decidida tomé el frasco de las píldoras que toma a diario mi marido y me las tragué. Una hora después los retortijones y el dolor me doblaron, no logré llegar al retrete, llamé a mi madre, me llevó al hospital y el médico me regañó <<Coma fibra, pero no tome laxantes>> ¡Maldita suerte, los medicamentos y sus nombres raros! El doctor sonríe para serenarme y yo bromeo <<Traté de suicidarse y por poco me mato>>, le digo, en eso llegó Mariano hizo su numerito y quedó, ante todos, como la víctima de una vieja histérica.
Escurriendo me cuelo por la ventana, tomo la lima de carnicero, doy varias pasadas al cuchillo de puntilla, que es chico pero resistente, me corto un dedo, mi sangre mancha el mármol de carrara escaleras arriba, entonces siento una mirada que se me clava en la espalda. Volteo, es una mujer, que no sé cómo entró ni quién es, pero me ve obsequiosa con largo cabello atado en la frente con una correa de cuero, una blusa sin recato que transparenta su turgencia, la falda a medio muslo, sandalias de correas atadas en la pantorrilla y, en general, me extrañó su vestimenta hippie que ya pasó de moda, entonces se me acerca, mi temor se incrementa y trato desesperadamente de quién es y dónde la vi. Entonces escucho a Mariano que sale de la recámara profiriendo ofensas.
Cuando lo conocí, yo trabajaba en “D’ gula”, la Fonda de mi mamá y, él era cliente habitual. Me deslumbró su galantería, presumía de casa, automóvil, llamaba por teléfono a cada rato y sus propinas eran generosas; pero solo fue un ardid para conquistarme. Los apuros económicos, la falta de experiencia y mi necesidad de independencia, me orillaron a casarme con él a los diecinueve años, pero cuando realmente lo conocí resultó ser tacaño y violento. No había pasado ni medio año cuando me convertí en la esclava del Comandante Mariano y sus compañeros policías me platicaron que lo mismo le corrió a su primera esposa, pero ella no se dejaba y vivían a la greña, hasta que ella saltó por esta escalera, entonces la autopsia reveló que estaba borracha, se declaró accidente y dijo el juez <<Fue un descuido>>.
La mujer me ve desnuda, vulnerable. El viento de la madrugada entra en chiflón por la ventana, sube por la escalera y hiela mi cuerpo desnudo. La luz que entra de la calle hace resplandecer el cuchillo, mi sangre corre y cuando la mujer avanza. Dejo caer el arma en el peldaño más alto de la escalera porque me siento torpe, me duelen las piernas, no puedo sostenerme en pie y la mujer viene hacia mí, seguramente para atacarme, entonces recuerdo que la vi en una vieja fotografía, aún no sé dónde, pero grito para que escuchen mis vecinos. Bajo los escalones de espalda para no dejar de verla, pero los pies se me enredan en el abrigo que dejó tirado Mariano y caigo sin meter las manos. El golpe es seco y ruedo hasta el rellano dejando un hilo de sangre que mana de mis dedos.
Estoy inmóvil, me falta aire, mi pulso disminuye, con el frío me duele todo el cuerpo, sangro de la cabeza y pese al ojo hinchado veo a Mariano que le dispara a la mujer que se mueve como gacela, ríe a carcajadas y él la ofende <<Púdrete en el infierno, maldita>>. Ella baja al descanso, se esconde tras de mí y él dispara pero ya no tienen balas, ni cargador y toma el cuchillo. Cómo no puedo escapar me arrastro hacia abajo, ella sube y con una fuerza increíble, lo levanta en vilo, lo arroja por el barandal, se clava el cuchillo, chilla como marrano en matanza y ella se carcajea, me guiña un ojo y baja flotando hasta la puerta. No sé cómo porque no la vieron los vecinos, ni la policía que ya había llegado. Trato de levantarme, pero tengo rota la tibia derecha y caigo en un profundo sueño. Despierto al tercer día. Mi madre y los vecinos atestiguaron la constante violencia de Mariano y gracias a las denuncias previas, no me culparon, y no hizo falta hablar de Martha, la primera esposa de Mariano, de todos modos, quién creería que volvió del otro mundo para ayudarme. Sólo fue un descuido.