Día del Maestro
Por Sergio González Levet
Por razones de entregas y publicación, adelanto el tema, que en rigor debiera ser publicado el domingo, cuando en todo el país se reconoce a los buenos maestros y el Gobierno federal celebra hasta a los malos del sector público, que también reciben, a cuenta de las “conquistas sindicales”, una larga serie de estímulos, bonos, canonjías, premios, días libres y otras linduras con motivo de que el 15 de mayo es el Día del Maestro.
Pena les debería de dar en conjunto a los profesores que se les celebre algo, cuando los indicadores de la calidad educativa en el país están por los suelos. Veinte años después de que lo reveló Gilberto Guevara Niebla en su famosa investigación que publicó en la revista Nexos, seguimos siendo un país de reprobados.
Una alta funcionaria educativa me decía hace poco que en Veracruz “nos comimos a la gallina de los huevos de oro”, en específico con tanta corrupción en el área de recursos humanos del sector educativo federal y estatal. Y lo decía porque desde hace varios meses la federación se encarga de pagar la extensa nómina que en nuestra entidad incluye a más de 150 mil docentes de educación básica, media y normal. De esta manera, la administración estatal dejó de manejar muchos miles de millones de pesos anualmente, con los que antes hacía verdaderas cabriolas desde la famosa licuadora financiera.
¿Qué celebrar este día, si nuestros niños y jóvenes no saben restar y multiplicar correctamente; si no conocen las reglas elementales de la sintaxis y menos la prosodia; si no les enseñaron valores morales como el respeto a los mayores, y éticos como la honestidad?
¿Qué celebrar, si los profesores se adjudicaron dos días libres -el viernes 13 y el lunes 16- porque el feriado cayó en domingo, en un juego de perezas e irresponsabilidad que permite la autoridad?
Y sin embargo sí hay que celebrar, porque en este ambiente enrarecido por los profesores camorristas, por los expertos en manifestaciones y paros y destrozos, refulgen también buenos maestros, docentes por vocación que enseñan bien y enseñan el bien.
Son los que caminan horas para llegar a su aula y enseñan en las peores condiciones de infraestructura; ésos que tienen alumnos de excepción, porque más que rellenarlos de datos los han formado correctamente, como seres humanos virtuosos y estimulados intelectualmente(la educación no es un vaso que se llena, sino una lámpara que se enciende, dijo con toda razón el romano Plutarco en su obra Vidas paralelas hace miles de años; esta misma idea se atribuye erróneamente al chino Lao Tse, creador del taoísmo).
¿Qué celebrar? Me quedo con maestros excepcionales que tuve o conocí, como Guillermo Pelayo Rangel y Antonio Balderas, o Ciro Barradas y Pablo Salazar, o como la maestra Carmen Roa. Eran los profesores de la primaria Manuel Gutiérrez Zamora de Misantla, y eran sabios, porque conocían perfectamente las materias que impartían, porque tenían la letra más bonita y la mejor ortografía, pero sobre todo porque nunca faltaban a clase ni acosaban a los alumnos ni pedían prebendas especiales.
Como aquellos formadores reales de hombres nuevos, de mujeres inteligentes sigue habiendo para bien de nuestra educación.
Pero ¡ay!, son tan escasos que su halo bienhechor se demerita en medio del barullo de los picapleitos, ésos que solamente saben exigir mucho, y a cambio no ofrecen nada.
Felicidades, pues, pero a los maestros verdaderos.