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Diálogos con mi padre

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Diálogos con mi padre

Con amor para ti

Miguel Ángel Rodríguez Peralta.

Padre, llevo orgullosamente tu sangre y tu nombre. Seguiremos conversando, como lo hacíamos tan a menudo, con la única diferencia que hoy ya no te tengo físicamente frente a mí.

 

Me acostumbraste a tus pláticas, a tus consejos, a tus recuerdos, a tus enseñanzas, a tus añoranzas, a tu sabiduría que dan los años y hoy, simplemente, experimento el vacío de tu presencia irremplazable.

Fuiste un hombre con defectos, quién no lo es y, como alguien me dijo, a cambio de eso tuviste muchas más virtudes. No eras perfecto, lo sé, pero para mí lo eras todo, porque eras mi padre y nunca huiste a ese compromiso. Ahí estabas siempre, a veces con cuestionable entrega, pues las ocupaciones, responsabilidades y quizá un mínimo de egoísmo lo impedían. Tú no tuviste un ejemplo de quien aprender, porque tuviste un padre distante y, sin embargo, ejerciste la paternidad como creíste debías de hacerlo; no reprocho nada, lo sabes, más bien te lo agradezco todo, en todo cuanto vale.

Los recuerdos se me agolpan, lloro, pero también me inundo de alegrías, porque las vivencias que tuvimos son enseñanzas que me van labrando en un hombre de bien. Tuve el privilegio de tenerte de padre, revivo tus exigencias para hacerme cumplir las tareas escolares; me inculcaste el gusto por la ciencia, el arte, la cultura física, la vocación de servicio; me hiciste un libre pensador, pero también infundiste en mí, el tener hambre del alimento espiritual.

 

Sacrificios, como buen padre, los tuviste en abundancia. ¿O pensabas que había olvidado aquellos años de mi tierna infancia? Ejemplos muchos. Recuerdo que tendría unos 6 años cuando te percataste de mi inicial afición al futbol, deporte ajeno a los que practicaste, y me lo procuraste. Aquellos domingos madrugabas antes de las 5:00 AM, caminabas a la “xalapeña” a esperar las primeras teleras, regresabas a casa a prepararlas tú mismo de frijoles con huevo, echar unos plátanos, manzanas y naranjas al morral, después despertarme de mi fingido sueño para que me bañara, mientras le hablabas al buen “Fillo” Sosa para que tuviera listo el taxi y, entonces sí, al puerto, al “Pirata” Fuente a ver a los “Tiburones Rojos” contra el Cruz Azul, Guadalajara o América. Eran los inicios de la década de los setenta del siglo pasado.

 

Nadie me ha dado consejos tan valiosos como los que me diste para mis trascendentales decisiones. Tus palabras convencían, pero tu ejemplo arrastraba. Tu experiencia sirvió para alertarme a no cometer más errores. Fuiste un padre, cuyo modelo, me enseñó a tratar de ser un buen hijo. Me diste lecciones de como un hijo trata, sobre todo en la adversidad, con respeto, constancia, devoción, cariño, honra y paciencia a sus padres. Te admiré también, papá, porque fuiste reflejo fiel de la cultura del esfuerzo y por tener la valentía de reconocer públicamente tus debilidades, como un inicio de enmienda y, testigo de eso, son los grupos de “24 horas”, en los que dejaste huella.

 

Desde chico me acostumbré contigo a desayunar, comer y cenar política y, como colofón, decías que querías que aprendiéramos de política, pero que no viviéramos de ella. Pasado el tiempo, rememoramos eso y concluimos que la política es el mejor instrumento para servir a nuestros semejantes, y la misión de todos es servir. Ojalá que Coatepec encuentre pronto una figura con la pasión y entrega con la que tú fuiste Presidente Municipal. Mucho me gustaría.