DOMINGO DE RAMOS
DOMINGO DE RAMOS
Relato
Aquel día en el imaginario del pueblo se
dibujaba un rey montando un caballo pura sangre; vestido con su armadura de
guerra, yelmo, escudo y espada. Detrás una legión de soldados aclamando su
nombre y sus hazañas al tiempo que elevaban las lanzas, pues esa era la imagen
de una realeza dominante y dueña de sí misma en esa época. Todos se preparaban
con flores para derramarlas sobre su cabeza y vitorearlo como a todo un
conquistador, un guerrero de mil batallas y todo un emperador.
Sin
embargo, la realidad fue otra, Jesús entró a la gran ciudad de Jerusalén,
montado en un burro, vistiendo las ropas y sandalias con la que caminaba por él
desierto y las montañas, con las que iba predicando la palabra de pueblo en
pueblo, con las que se internó en el desierto cuarenta días para buscarse a sí
mismo, decidir si era un hombre de dios o del mundo. Las mismas con las que
sanaba enfermos, sordos, ciegos y tullidos; con las que subió a la montaña para
bendecir a más de tres mil pastores y darles como legado las bienaventuranzas
para enriquecerles el corazón. El ropaje que cubría el cuerpo quemado por el
sol de un hombre que llevaba como estandarte el valor de la humildad y la
obediencia selladas en el corazón. El mismo que pescó en el lago de Tiberiades
o mar de Galilea cuando todos los pescadores habían renunciado por falta de fe
al trabajo; la misma túnica con la que iba cuando multiplicó los panes para
alimentar a cinco mil personas. Un grupo de hombres y mujeres valientes lo
esperaban con olivos en las manos, lo esperaban tal cual es, resplandeciente de
humildad montando un burro como rey de reyes que era, él y los que lo
acompañaban entraron triunfante a la gran ciudad de Jerusalén; el pueblo de los
doctores del conocimiento –Fariseos–. La sociedad pecadora del Sanedrín. El
pueblo dominado por los romanos. Sé escuchaban a los cuatro vientos los cantos
de ¡hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del señor! Y las
palmas de todos oscilaban en el aire de un lado hacia otro con suma alegría,
proclamando la gloria del cielo para ese salvador de la humanidad, pues se
trataba de un día de fiesta espiritual en el que pronto se celebraría la
pascua, el paso de la esclavitud hacia la libertad para ir en busca de la
tierra prometida, alimentándose del mana y heridos por los rayos del sol y las
ardorosas arenas, de la victoria representada por el símbolo del olivo, la cual
reafirmaría días más adelante al vencer la muerte para resucitar victorioso y
ascender a los cielos. Las palmas simbolizaban lo sagrado, la esencia o
sustancia del espíritu; una manera de aceptar la renovación para recibir
limpios a Cristo y convertirse en la fe hacia lo divino; pocos lo entendían, ni
siquiera sus apóstoles. Lastima.
Jesús
demostró la humildad que otorga riqueza al alma humana, su vestimenta era
sencilla, daba a entender a cada uno de los que lo recibieron en esa entrada
triunfal, que era como cualquiera de ellos, de carne y hueso, claro está menos
en el pecado. Este pasaje histórico, fue el primero de lo que más adelante se
llamaría semana mayor. Jesús conocía los designios divinos, estaba consciente
de que se cumplirían y él se preparaba para para ser parte de ese misterio que
aún prevalece en el alma de la humanidad. Iba a la cita con su destino, no la
podía eludir; llegó para cumplir su misión terrena, lo sabía, la cruz ya lo
esperaba impaciente, todos aquellos que lo aclamaron en pocas horas lo estaban
crucificando, rápidamente se olvidaron de quien era, así se comporta el mundo
en la vida del ser humano. El que hoy sonríe mañana traiciona y así
sucesivamente se viven muchos ejemplos en la vida cotidiana.
Pero
antes de todo él cenó con sus discípulos, tranquilo, sereno, pero con carácter
de estadista. Hablo con ellos e instituyó dos importantes sacramentos, la
eucaristía y el sacerdocio. El señaló que allí se encontraba, entre los que
decían amarlo, un traidor del grupo, un hombre que lo entregaría, pero se
guardó el nombre. Prefirió salir a caminar, deseaba paz en su interior, se
dirigió al monte de los olivos, una montaña de más de ochocientos metros sobre
nivel del mar, lo llamaban Getsemaní, deseaba orar, apenas eran las diez de la
noche cuando se internó en ese huerto, la luna se asomó y plateo el lugar.
Deseaba conversar con Dios, prepararse para que lo recibiera tal cual es una
meditación similar a los cuarenta días en el desierto. Fue interrumpido con
brusquedad por un grupo de soldados, Judas, uno de sus fieles apóstoles se le
acercó y lo besó en la mejilla en plena oración, fue el momento de la traición,
de entregar al hermano y al maestro al enemigo, de mostrarse a sí mismo la
bajeza moral y la mezquinidad. Recibió algunas monedas de plata, de nada le
servirían, por su propia mano terminó su vida con una soga al cuello. Los
soldados condujeron al maestro a la casa de Anás, este judío lo escupió, lo
interrogaron, fue maltratado física y moralmente a pesar de ser inocente. Lo
llevan a la casa de Caifás, miembro de Sanedrín, lo siguen insultando, lo
maltratan, lo rebajan a miseria humana, pero lo más doloroso, que uno de sus
mejores hombres como lo es Pedro, afirma no conocerlo, porque también teme por
su vida. Lo presentan a Poncio Pilatos, lo acusan falsamente ante el gobernador
Romano, lo calumnian, este prefiere que el problema lo resuelva Herodes, le
falta carácter, autoridad y seguridad en sí mismo. El rey lo humilla y se burla
de él, pero tampoco lo encuentra culpable de nada. Lo vuelven a presentar a
Pilatos, este pretende dejarlo en libertad, pero los judíos amenazan al
gobernador y Jesús es sentenciado a morir en la cruz. Es llevado a monte
calvario o cerro del Golgota, donde es crucificado. Cuando Jesús expira, un
soldado romano le abre con la punta de la lanza un costado y le brota agua, es
la primera presencia del espíritu de Jesús en la tierra, su legado, aquel que
comenzó en las bodas de Caná, el mismo que predijo cuando enunció “Derriben el
templo y en tres días lo construyo”, lo demostró al morir y resucitar al tercer
día venciendo a la muerte para ascender a los cielos, él es el templo.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx