Dos carreras
Dos carreras
Por Yuzzel Alcántara
Un par de décadas atrás, hacia 1999, comenzaba a
plantearse una solución a la cantidad de alimento que en un futuro requeriría
la humanidad. Bajo el argumento de ser más resistentes a las plagas, y más nutritivos
porque su modificación genética aumentaría su valor nutricional, se nos
fabricaba la credulidad necesaria para cambiar, sin reclamo, los cultivos
tradicionales a los cultivos transgénicos. O “biotecnológicos”, como les
llamaron ciertos sectores con poder para que nadie se alarmara demasiado.
Sectores con poder como el consorcio AgroBio conformado por Monsanto, Novartis,
Dupont y Savia –esta última propiedad de Alfonso Romo, el mismo que ha
defendido el fracking y el uso de herbicidas cancerígenos, dueño de Enerall, empresa
que dañó el subsuelo explotando agua subterránea en la península de Yucatán, el
mismo que hoy es jefe de la oficina de la presidencia de Andrés Manuel López
Obrador, y cuyo poder es patente en la reciente renuncia de Victor Toledo de la
Semarnat. Este mounstruo multinacional de cuatro cabezas introdujo los
transgénicos a nuestro territorio.
Maíz, soya, algodón, jitomate, calabaza, trigo, frijol, limón… son algunos de los cultivos transgénicos que se habían sembrado hasta el 2017. Entre el 2005-2017 la cantidad de hectáreas destinada a estos cultivos aumentó 23 veces respecto al periodo anterior 1988-2004, sumando 15 millones 400 mil hectáreas plantadas –dicho de otra forma, se pasó de cultivar sólo una décima parte del Estado de Veracruz en el primer periodo, a dos veces el Estado de Veracruz para el segundo periodo. Las consecuencias ambientales, catastróficas: semillas nativas perdidas para siempre porque las nuevas semillas genéticamente modificadas las volvieron estériles, colmenas de abejas aniquiladas por el uso de plaguicidas, cuerpos de agricultores plagados de cáncer por el uso del glifosato y otros herbicidas, y dependencia de los
campesinos a las multinacionales que les venden las semillas para cada nueva plantación. Las consecuencias a la salud de quienes consumimos estos “alimentos” seguramente también son catastróficas, pero las investigaciones o son insuficientes o no se han dado a conocer –dejarlo a que se difunda de boca en boca resulta más eficaz para que nadie lo crea todo o para que todos prefiramos creer nada.
Sin embargo, en
Austria, Italia y Luxemburgo, se prohibió la siembra de maíz transgénico al
identificar que en los humanos causaba resistencia a un antibiótico: la
ampicilina. Esto podía ocasionar que aparecieran enfermedades para las que no
hubiera tratamiento posible.
Si la estimación es acertada, y en el 2030 el 70%
de la población mundial vivirá en ciudades (según la ONU), puede suponerse que
el otro 30% vivirá en el campo. ¿Será suficiente para cubrir la demanda
alimentaria del otro 70? ¿Sucederá la vida en el campo bajo las mismas
condiciones que ahora?, está claro que los transgénicos no son la solución y
está claro también que el campo mexicano no es –ni debiera ser– lugar de agricultores
dedicados a alimentar a la humanidad, mientras son empobrecidos y enfermados
por las grandes multinacionales. Las mismas, también causantes de que a diario
comamos maíz, calabaza, soya, frijol, que ya no son maíz, ni calabaza, ni soya
ni… nada.
Vacunas, aunque escasa prohibición a los
transgénicos.
Dos carreras que se corren a diferente ritmo, la
segunda, como la tortuga, lenta, lentísima, a casi nadie interesa. Si la meta
es la salud, poco servirá que la liebre llegue primero.
Dinero y poder, aceleran lo que les conviene.