Duele, sangra.
Martín Quitano Martínez.
“El paisaje mexicano huele a sangre”
Eulalio Gutiérrez.
Presidente de México elegido por la Convención Revolucionaria de 1914.
Duele México y se sufre. Nuestra nación ha sido llevada a angustias que hoy por hoy y más allá de cualquier pesimismo es realmente trágica; la violencia se enseñorea y reivindica sus haberes arrasando, lastimando profundamente, arrinconando las ilusiones, las esperanzas, el futuro.
El terror es una emoción que se ha vuelto consustancial a nuestra cotidianeidad. Saberse en la fragilidad, en la vulnerabilidad más absoluta, es una condición reconocida por muchos, por casi todos, sabiendo también que la institución creada por el hombre en sociedad para hacerse cargo de la seguridad del grupo, del resguardo básico de bienes y personas, ha sido rebasado por su descomposición y las debilidades institucionales acaecidas por la corrupción e impunidad de sus representantes.
Llueve sobre mojado cuando angustiados buscamos ayuda y nuestros asideros se ubican en instancias gubernamentales permeadas por la estupidez y la miseria institucional de una clase política que desconoce o desdeña el origen y compromiso de su función. Nosotros, la sociedad, no somos su prioridad.
Nuestro País se debate en sus dolores, en sus carencias de futuro, en la mentira de quienes gobiernan, en la fortaleza de los poderes facticos que nos arruinan, nos controlan, nos aterran. El espanto y la indignación nos llenan los ojos, muchos muertos que son más que un dato estadístico, mucha muerte y violencia que llena de sangre cualquier rincón nacional.
Jóvenes asesinados por el poder incuestionable que se resguarda en la impunidad, en la colusión y la corrupción, esa misma que solapa los saqueos financieros de las arcas públicas, que oculta los castigos para los responsables de las muertes de la guardería ABC, esas pestilentes actividades de todos los días que realizan funcionarios y representantes políticos como parte de una actitud cínicamente justificada, y lo peor, ampliamente aceptada por una sociedad que entre otro de sus males es la de no tener la suficiente ciudadanía.
Con ira, impotencia, temor frente a lo que padece nuestro país, se respiran los olores de la sangre derramada; los vientos frescos son muchos menos, los discursos del optimismo, de las reformas, se vuelven peroratas oficiales lejanas de las vivencias sociales, porque se trata de un discurso gubernativo hueco que no es respaldado con acciones reales, frente a condiciones cada vez peores.
Nuestro país se encuentra desgarrado, asediado, puesto en el oscuro túnel donde la muerte tiene permiso, donde pese a todo sobreviven destellos de esperanza que vagamente alumbran este horrible camino, esperanza que sin ingenuidad tiene que existir en la rabia por lo que vivimos, que se nutre del coraje y se fortalece con la dignidad, en las ganas de construir aún con los retazos, la oportunidad de cambiar y ser mejores.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
De luto por la sinrazón de la muerte normalista