Entre Columnas

El Amor en los tiempos del PVD.

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Por Martín Quitano Martínez

mquim1962@hotmail.com

twitter: @mquim1962

 

Aprender a reinar es fácil, a gobernar, difícil.

Goethe

 

Sumidos en una problemática que se desborda, los veracruzanos aspiramos legítimamente que la situación de horror y desesperación que aqueja nuestra vida diaria, se mejore a partir de que los actuales gobernantes logren los cambios ofrecidos. Existe una exigencia de que las acciones de gobierno sean suficientes y eficientes para solventar los compromisos contraídos por una administración que se comprometió a asumir los retos de llevarnos a un mejor lugar.

Los datos críticos sobre la situación veracruzana muestran que en prácticamente todos los rubros se amontonan los pendientes y las cosas mal hechas, elementos que derivan del abandono, que se fueron acumulando, hasta prácticas ilícitas que fueron impunes, pasando por la soberbia y la ineficiencia.

Los retos de la nueva administración son mayores, todos lo sabíamos y los nuevos gobernantes y administradores sin duda con mejores elementos, por ello mismo deben de tener claro que atender la situación requiere mucho más que el empuje de la buena voluntad o del actuar honesto; se exige también tener el respaldo de la capacidad técnica y de la experiencia al servicio de las transformaciones urgentes.

El Plan Veracruzano de Desarrollo 2019- 2024 se entrega al Congreso y con ello se presupone definida la ruta que amalgame los elementos conceptuales y técnicos, reconociendo fortalezas y debilidades para enfrentar las condiciones críticas de nuestra entidad. Ello conlleva que se cuenta con los factores humanos que operen y dirijan la puesta en vigor de ese ejercicio que permita ir construyendo los andamiajes para que las líneas marcadas en el PVD sean aplicadas y logren los cometidos a los que se aspira.

Según sus promotores, el PVD se manufactura con una forma “novedosa, diferente” de abordar los temas y de presentar las líneas estratégicas y de acción que le dan sustento, de la mano también de una nueva forma del quehacer público, que a decir del documento establece que “las actitudes, groseras, prepotentes, indiferentes o abusivas deben de ser excluidas del comportamiento de quienes ejercen un cargo público”. Para reforzar esta sentencia, el PVD inicia con la conceptualización del Amor en el ejercicio público mismo que, junto con la definición de libertad, se perfilan como guía y razón del resto del contenido. Es un mensaje político que no tiene soporte.

Comienza mal un documento que desde sus primeros párrafos es confrontado por la realidad. La paradoja comienza a ser visible frente a la carga de prejuicios y desdenes de que son objeto en gran parte de las oficinas los trabajadores que no llegan con los nuevos funcionarios. El menosprecio y la sospecha permanente recaen sobre la clase burocrática existente, y los afecta directa o indirectamente, aun asumiendo sus claros oscuros.

El PVD tendrán que leerlo y releerlo los nuevos jefes, pues hay un abismo entre lo escrito y su comportamiento, entre las palabras escritas y las proferidas por los que ahora definen los rumbos de la administración veracruzana.

Esperemos que el resto del PVD sea solvente y congruente con ese discurso machacón, perseverante y ojalá posible, de que se lograrán los cambios que se requieren, sin embargo los mensajes enviados hasta ahora, como el desdén y descalificación prejuiciada de muchos servidores públicos, no resultan halagüeños.

Debates estériles que se suscitan permanentemente, la lejanía real de los funcionarios respecto de sus subalternos y sus responsabilidades. Es notable la ausencia de voces garantes y serias que muestren claridad en los quehaceres que se realizan, el doloroso crecimiento de la inseguridad y muchos otros temas que pronto dejarán de ser culpa del pasado inmediato, son muestra de que los que toman decisiones deben poner atención y realizar ajustes, porque enfrentan una realidad  que impone una vara muy alta.

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