¡El anillo del Peje!
Por Edgar Hernández*
Rumbo a la tercera etapa de la pandemia López Obrador
¡ni suda ni se abochorna!
Habría que revisar, sin albur, que tan grande es el anillo de Andrés Manuel López Obrador, que ha dado lugar a tanta crítica hiriente en su contra.
Ya mismo lo que diga o lo que haga, sea por la buena o por la mala, con ironía con enojo o sorna, es descalificado por los fifís, por los conservadores, por sus opositores, por la opinión pública nacional, por la prensa vendida y por todos los que le desean que le vaya mal, que no son pocos, excepción hecha, desde luego, por el “pueblo bueno”, el mismo que debería ahorita estar dándose de besos y abrazos, comiendo en las fonditas y saliendo a las playas en esta víspera de la semana mayor.
No le ha ido bien en popularidad, menos en argumentos políticos o justificaciones y su gobierno –a 16 meses de haber llegado- como el agua, se le deshace entre las manos.
Quien esto escribe va para medio siglo de haberse iniciado en esta digna profesión en donde me ha tocado ver y reportear a presidentes muy locos como Luis Echeverría –solo como estudiante observé cómo era el genocida de Gustavo Díaz Ordaz-.
El punto es que Echeverría no fue más que un populista que empinó a la primera gran deuda pública a pagar en los siguientes 30 años. Lo recuerdo como un obseso del trabajo. No se levantaba de las reuniones de 10 o 12 horas ni para ir al baño. Era quien todo lo resolvía y cuando no podía creaba un fideicomiso para que el problema durmiera el sueño de los justos.
Sería Echeverría, el del agua de Jamaica y comida mexicana, el del rosa mexicano en los recintos púbicos y su mujer, María Esther Zuno, vestida de china poblana para recibir a los visitantes extranjeros, el mismo que anhelaba perpetuarse en la presidencia para al final entregárselo a su compadrito del alma, a su amigo de la primara, José López Portillo, galán otoñal, quien sin remilgos cedió parte de su poder a su hijo José Ramón “orgullo de mi nepotismo” y la Secretaría de Turismo a su novia Rosa Luz Alegría.
Con su otra novia, Sasha Moontenegro, terminaría casándose, dejando al pueblo de México una devaluación y deuda impagables.
Su sucesor Miguel de la Madrid, empeñado en acabar la corrupción ¿dónde hemos oído eso? encaminó su gobierno a un programa de “Renovación Moral”, como la Cuarta transformación de hoy, pero no pudo. Era tan gris, tan mediocre, tan falto de carácter que sus propios y más leales le ganaron la partida llevándose todo el pastel.
Acaso como venganza De la Madrid deja al pueblo de México al peor de todos, a Carlos Salinas, cabeza del neoliberalismo y gestor de las peores atrocidades cometidas contra los de su clase y los mexicanos.
Presunto autor intelectual del magnicidio de Luis Donaldo Colosio y un país desbaratado por la guerra del EZLN suma al final de su gestión los asesinatos del cardenal Juan José Posadas Ocampo y su propio cuñado, José Francisco Ruiz Massieu, entregando el poder a quien considera el más tonto del equipo, a Ernesto Zedillo Ponce de León.
Y sí, el más tonto ya que tras sus primeros 27 días de mandato decide devaluar la moneda derrumbándose el país que estaba prendido de alfileres.
Este tonto con iniciativa, es el mismo que emprende una feroz persecución contra su padre putativo y creador, Carlos Salinas, encarcelando a su hermano Raúl y echando del país a quien lo puso.
Triste papel el de Zedillo quien decidió no entregar la banda presidencial a otro tonto, sino a un ignorante, a Vicente Fox, un panista de última hora, quien decide abrir las puertas de par en par al crimen organizado, embestida criminal que busca revertir su sucesor Felipe Calderón, el “hijo desobediente” logrando a cambio alebrestar al avispero al dejar al final de su sexenio un cementerio de más de 110 mil muertos entre sicarios, burreros, traficantes y el pueblo de México.
Calderón, presidente fruto de una negociación, no tuvo más que regresarle al PRI la Presidencia de la República, que se decide por un producto de maquillaje con el auxilio de Televisa que hasta esposa le enjareta, a Enrique Peña Nieto.
De este se podría decir todo en contra, son sin embargo, tan conocidas sus rapacerías y la escalada de corrupción que en esta oportunidad lo obviamos en ahorro de espacio que no de ganas.
Peña Nieto es quien se decide por Andrés Manuel López Obrador.
Es quien encabeza la cruzada priista para votar por Morena. Es quien –para salvar el pellejo- encamina al aparato electoral para que alcanzara una abrumadora votación de 30 millones de sufragios en favor de quien por 20 años tocó la puerta del Palacio y nunca se la abrieron. Es quien lo acerca con las fuerzas de poder, dinero y crimen más oscuras. Es quien lo abastece de líquido porque una campaña presidencial no cuesta un billete, cuesta un billetote.
Por ello y muchísimas razones más Enrique Peña Nieto jamás irá a la cárcel –pido a Dios comerme mis palabras-, porque el Peje se la debe, porque fue una sucesión pactada y porque como viejo priista Andrés Manuel López Obrador jamás romperá un compromiso de sangre y vida con quien lo llevó a la silla del águila.
Otro día le seguimos con eso de la pandemia del coronavirus que le cayó como anillo al dedo que más debió ser la corona en la testa del emperador Peje.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo