EL COATEPEC DE AYER
Por Rafael Rojas Colorado
3ª. Parte
Tengo presente la terminal de los autobuses de la línea Excelsior, se ubicaban en la calle Pedro Jiménez del Campillo. Trasportaban a los pasajeros que iban a la ciudad de Xalapa o puntos intermedios por la carretera de Briones. En la parte exterior y techo del autobús tenía instalada una canastilla para las mercancías de quienes viajaban en la unidad móvil, ya que el piojito tenía más de una década que fue retirado de su servicio. El cobrador después de exigir el pago del boleto al usuario solía viajar en la escalerilla que, exteriormente, llevaba el autobús en la parte trasera, sin duda se exponía a un fatal accidente, pero era la costumbre de ese oficio. No fueron pocas las veces en la que los pasajeros se retaron a golpes por ganarse un lugar dentro del camión. Los Aztecas llegaban y salían de su terminal de la calle Juan Soto y a su paso por este suelo los Teocelo seguían su curso entre barrancas, ríos y vasta vegetación.
Fueron comunes los gritos, chiflidos, sombrerazos y golpes en las butacas del Cine Imperial, esto sucedía cuando el héroe de la película acudía en auxilio de quien estaba en peligro. Los enamorados pagaban boleto para fundirse en apasionados besos y abrazos porque la función no les importaba en lo mínimo, solo amarse en esa momentánea oscuridad.
La gente se preguntaba ¿Por qué devastan la floresta cerca del puente de los bejucos? La respuesta fue una fábrica de la Compañía Nestlé que sería fuente de trabajo para la región; uno de los principales maestros albañiles lo fue don Tomás Murcia, su procedencia la ciudad de México. La planta productiva se inauguró el 8 de marzo de 1956 siendo su primer gerente el señor Hans Holmes Calder, algunos obreros de la primera generación: Ángel, José y Filemón Reyes, Antonio Montero, Jorge García (el oso) Adolfo Rodríguez (Chavarrillo), Pompeyo Sánchez, Luis Montero, Aarón Jácome, Guillermo García, Roberto Castillo, Gaspar Carbajal, Eusebio Martínez, Aurora Abdón Castellano y de la segunda a Rafael Arredondo Colorado, Manuel Castañeda, Álvaro Hernández Colorado, Hilario García Mávil y muchos más, –no es la finalidad en este relato nombrar a todos– fueron los primeros atisbos del progreso que comenzaban a perturbar la tranquilidad de un pueblo.
Al medio día los barrios de las orillas se apreciaban imperturbables, solo el soplo del aire los visitaba; los vecinos se entrelazaban entre sí y parecían conformar una familia, organizaban y vivenciaban las costumbres y tradiciones como las vísperas, las posadas, los cumpleaños y los festejos de la cruz entre otras más. El sereno cumpliendo su ronda nocturna, su silbido se mecía a lo largo de la calle y a veces se mezclaba con las canciones de alguna serenata bajo un cielo tachonado de blancas estrellas.
La fe en el pueblo crecía, nuevos adeptos se sumaban a la legión de Cristo Jesús, las iglesias parecían ser insuficientes, por esta razón el sacerdote Juan Manuel Martín del Campo, por el año de 1960 colocó la primera piedra en un cimiento en el que se erigiría la capilla El Perpetuo Socorro, por el rumbo de Pastoresa. En el barrio Ignacio Manuel Altamirano conocido como paso ancho, rodeado de la emoción de muchos feligreses, el padre Martín del Campo acompañado del presbítero Pedro Leal, instauró la primera piedra para que los vecinos edificaran la Capilla de San Miguel Arcángel, a pesar del acontecer del tiempo en estos recintos sagrados está presente la huella del siervo de Dios. Continuará.