EL CUADRO
Rafael Rojas Colorado
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Para Elma Quevedo
La pintora afinaba los últimos detalles para la exposición, cada una de sus pinturas estaba enmarcada en un cuadro distinto, cada uno debería de ocupar el lugar preciso. La muestra de pintura era el atractivo más importante del festival cultural del pueblo y participaban connotados artistas.
A escasos minutos de que el evento fuera inaugurado los nervios de la artista no desaparecían, le temblaba el cuerpo, no era para menos, sus competidores exhibirían buenas obras de arte. Pero ella depositaba la confianza en que alguna de sus pinturas fuera electa por el jurado calificador, y en verdad lo merecía, sus creaciones se notaban reales, como si únicamente estuvieran conteniendo la respiración.
Su cuadro preferido carecía de nombre, se trataba de una musa de medio cuerpo a la que con una gama de colores le fue cubierto el rostro ocultando así la belleza de la ninfa. Algo sustancial poseía esa imagen, tal vez cierto misticismo inaccesible para el vidente común. La pintora estaba convencida de que ese rostro oculto por los colores de la pintura que, además, le suturó los labios para mantenerla en silencio, enamoraría a quien la contemplara. La musa enmascarada parecía emitir sutilmente destellos del alma de su creadora.
El cuadro sin nombre merecía un lugar especial en el biombo, naturalmente, que se lo tenía reservado, pero en el momento de acomodar el cuadro en su sitio de honor el nerviosismo de que la pintora era presa, provocó, que se le escapara de las manos, estrellándose en el piso y partiéndose en pedazos. Ella exclamo, ¡Dios mío! ¿Qué hice?
Con una mezcla de impotencia y nerviosismo recordó aquellos días que deseaba inspirar una buena obra de arte. Perdida en un sinfín de ideas visualizó a la que se propuso convertir en realidad. Su estudio fue las entrañas que develaría esa idea que parecía poseer una obra maestra en potencia; entre la soledad de ese espacio en el que siguen desfilando nuevas ideas, que muchas de ellas, pretenden robarse la original, o simplemente, ayudan a perfeccionar la ya establecida, se avocó plenamente a realizar su trabajo. Se veía confundida, con sumo cuidado seleccionaba el bastidor más adecuado, ellos fueron la base o la textura telar por la que dócilmente deslizaba con su frágil mano el pincel y los lápices, a menudo recurría a las espátulas para reafirmar la textura de la musa, y con los colores contenidos en su paleta, hacía varias pruebas. Al cabo de los días se dio cuenta que se acercaba exitosamente a su propósito. Cierto es que gastó muchas horas de trabajo haciendo y deshaciendo bosquejos; buscando formas idóneas para culminar el objetivo. La diaria lucha, las emociones, a veces el desaliento, pero el disfrute de su trabajo lo superaba todo. Sus dudas, sus palabras y sus alegrías se difuminaban en el silencio de ese espacio que es su estudio, en el que se desdobla el talento y se depura con pasión un estilo. Solo la soledad conoce la vida del artista.
Pero ningún incidente la perturbaría en su vida profesional, ella era una mujer poseedora de fortaleza espiritual y creía en sí misma. Sabía que su inspiración era superior a cualquier técnica de la pintura. Ella siempre experimentaba que su sensibilidad provenía de las semillas que germinan en su alma y que la hacen sentir que está viva. Sabe que su ternura la inspira a pintar los colores más sublimes de la vida, aún en las superficies más ásperas.
Ese instante en el que concibió una idea y las plácidas horas de trabajo para llevarla a la realidad, ahora yacían esparcidas en la duela de esa galería.
Todo estaba preparado para las 17.00hrs. de esa fecha en ese festival cultural. Justo en ese momento el presidente municipal del pueblo, cortó el listón declarando inaugurada la exposición, pronto entraron numerosos visitantes en busca de sosegar la curiosidad y calmar su sed por el arte.
La pintora recobró la seguridad en sí misma y caminó con paso firme mostrando su obra a los visitantes. Su voz era segura y explicaba detalladamente cada una de sus imágenes que revestidas de belleza y sensibilidad ganaban la atención de la concurrencia. La artista sabía que la pintura del cuadro de honor, en realidad, no estaba hecha pedazos, sino que conservaba delicadamente las líneas de su textura en lo más hondo de su alma.