El Gurú y la sucesión
—Mira, mi pequeño saltamontes (perdón, ¡pero no pude resistir la tentación de llamarte así!), en esto de la sucesión, que traerá un nuevo gobernante para Veracruz a partir del 1º de diciembre del año próximo, hay muchas ideas, ocurrencias, puntos de vista y calenturas, de modo tal que prácticamente cada ciudadano trae su propia interpretación de las cosas.
Aprovecho un respiro del Gurú y meto mi cuchara, para ver si equilibro algo el chistecito del pequeño saltamontes:
—Pues puede haber cinco millones de opiniones diferentes, pero la realidad es una, mi querido Gurú.
—Una y diversa, y por eso permite la exégesis al infinito. Eso no es malo, la versatilidad en el análisis siempre es conveniente. El problema aquí es que todos defienden su impresión particular como si fuera la única que se puede tener: Va a ser éste, porque tiene todo el apoyo de tal secretario… No, va a ser aquél, porque es íntimo de cual secretario… Mentira, va a ser otrosí, porque ya dio la orden el Presidente.
Alcanzo a percibir un dejo de exasperación en nuestro personaje, como que ahí podría estar el detonante que por fin orillaría a sacarlo de sus casillas; él. que es tan comedido.
—Veo en la mayoría de la gente una necesidad completamente inútil de tener la razón, de ganar las discusiones, cuando lo que verdaderamente importa es deducir quién sería el mejor hombre para que Veracruz vaya bien. Hermanos contra hermanos, hijos contra padres, esposas contra esposos… amigos que se convierten en enemigos feroces… todos quieren que su candidato sea el bueno, no porque lo sea para el estado, sino porque va a cumplimentarles -según quieren creer- sus necesidades y sus sueños.
El Gurú se ha ido impacientando, al menos en la voz y la actitud. Veo que está afectado por esta exhibición de las bajezas de la naturaleza humana.
—¿Y el interés supremo de Veracruz? —la pregunta es más bien retórica, y la contesta a renglón seguido—. Pareciera que a nadie le importa. Todos quieren que sea uno u otro para, a partir de ahí, obtener poder y riquezas; para estar en condiciones de “vengarse” de tantos años de ostracismo (las vidas de muchos son una larga serie de fracasos); para volver a ser o llegar por primera vez al pináculo del éxito, ése que consiste en estar cerca del Hombre y ser su consejero, aunque sea áulico…
El momento que sigue es un silencio largo. El maestro se ha quedado callado, se ensimisma y recupera la compostura que estaba perdiendo. Ha sido un buen espectáculo verlo con sus pasiones sueltas, aunque nunca desbocadas. Y más interesante contemplar su capacidad de autodominio, de autocontrol.
—En fin, Saltita, —encajo el diminutivo con toda paciencia, porque conozco su sentido del humor— ya nos tocará ver los saltos descompuestos de los que se fueron de bruces con un candidato y les resultó otro; las trampas de la fe que tendrán que ejecutar para enrolarse en la carreta de la que se habían bajado. Volverán de nuevo con sus cabriolas los artífices del chaquetazo, y una vez más no les resultará la jugada.
—Caray, —la clase llegaba a su fin— si es tan fácil acogerse a la frase del Hombre Leyenda: Contra Veracruz nunca tendremos razón.
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