El juego de la (promiscuidad) política
Por
Aurelio Contreras Moreno
El transfuguismo es
una de las prácticas más detestables de la política, pues de suyo implica una
total ausencia de respeto hacia los ciudadanos que le confían su voto a un partido
y a sus candidatos, además de que revela falta de compromiso, deslealtad y una
enorme simulación.
Quienes brincan de
un partido a otro, de una bancada a otra, de un interés a otro, exhiben su
proclividad para incumplir lo que ofrecen, su facilidad para mentir y lo
sencillo que puede ser corromperles. No es gratuito que los políticos sean el
sector más desprestigiado del país a los ojos de la población.
Este tipo de
prácticas minan por completo la poca confianza que todavía puedan generar entre
la sociedad, que por esa razón termina por volverse apática, por desinteresarse
en la política y los asuntos públicos, lo que –todavía peor- se vuelve en su
contra, pues esos mismos políticos y políticas sin escrúpulos toman decisiones
que terminan afectando –casi siempre en sentido negativo- a la propia gente. El
desdén nos ha salido muy caro, pero sin duda tiene una poderosa razón de ser.
Ningún partido,
ningún color, ninguna institución está exenta de lo que representa una
degradación de la práctica política pública. Y se da en varios sentidos, de
manera circular y hasta cíclica. Cada etapa histórica, coyuntural y política tiene
alguien que se deja tentar y corromper. Y para eso, obviamente, tiene que
existir un corruptor, que seguramente antes ya fue corrompido también por otro
(a).
En los últimos tiempos,
en el ámbito de la política veracruzana el transfuguismo se ha convertido no
solo en la regla, sino en la vía para mantener y ampliar cotos de poder, para
obtener prebendas y para ampliar las posibilidades de acceder a fugaces beneficios.
Porque es claro que una vez que se ha logrado el objetivo y desarticulado la
fuerza del adversario, los corrompidos son desechados, precisamente porque no
son confiables. Quien traiciona una vez, traiciona siempre.
Los poderes
legislativos, tanto federal como local, son un escenario ad hoc para esta clase de mercenarismo, pues todo se acuerda a
partir de la construcción de mayorías numéricas. Y cabe reconocer que no es
algo nuevo. Sin embargo, lo sucedido en los últimos días es como para vomitar.
El mismo día que
rindieron protesta, cinco legisladores locales que llegaron al Congreso del
Estado de Veracruz por partidos como el PT y el PVEM se pasaron a la bancada de
Morena, sin siquiera disimular el fraude a la ley y a los electores que eso
significa y contra lo que incluso hay disposiciones y criterios legales que,
como muchas otras cosas en la era de la autoproclamada “cuarta transformación”,
se ignoran olímpicamente.
Más grave todavía
fue la cooptación abierta de dos legisladoras que arribaron a la LXVI
Legislatura de Veracruz por la vía de la representación proporcional, esto es,
como diputadas de partido, que en este caso fue el PRD, que a diferencia de los
otros dos que perdieron integrantes, no es aliado del régimen.
Antes de cumplir
una semana en sus escaños, las diputadas Lidia Irma Mezhua Campos –hermana de
un sujeto que ¡pretende ser dirigente estatal del PRD!- y Perla Eufemia Romero
Rodríguez “saltaron” al barco de la “cuarta transformación” en la LXVI Legislatura
del Estado de Veracruz, dejando al partido que las postuló sin representación
en el Congreso. Un acto de grotesca felonía que refleja el bajísimo nivel con
que se hace política en estos momentos, pisoteando la voluntad de los electores
que con sus votos le otorgaron a los diferentes partidos los espacios a los que
accedieron y les correspondían.
No solo en el
Congreso local se burlan de la ciudadanía. El pasado fin de semana una senadora
del PAN, Indira Rosales San Román, pidió licencia temporal para venir a
Veracruz a contender por la Secretaría General del Comité Directivo Estatal de
su partido y representar los intereses del grupo político al que pertenece, el
yunismo. Lo cual en apariencia no significaba nada extraordinario. Sin embargo,
el pragmatismo lleva a hacer acuerdos políticos inconfesables que se vuelven
contra sus protagonistas.
La suplente de
Indira Rosales es Fabiola Vázquez Saut, hija del malogrado “cacique del sur”
Cirilo Vázquez y conocida precisamente por el providencial mercenarismo que caracteriza
a toda su familia –entre otros “atributos” que también los “distinguen”-. Pues
dos días después de asumir la senaduría, dejó al PAN y se pasó a la bancada de
Morena. En plena discusión del Presupuesto de Egresos de la Federación cuyo
dictamen llegará la semana entrante a la Cámara alta.
Para Rosales San
Román fue más importante impulsar una agenda política de grupo que mantener
cohesionado a un bloque opositor que hace agua en el Congreso de la Unión,
regalándole a Morena un voto que ya estaba cantado que se iría a ese bando.
Cuando regrese a su curul el 20 de diciembre, como adelantó, será para cobrar
sus vacaciones de fin de año, pues el periodo de sesiones concluye el día 15.
El transfuguismo,
el pragmatismo a ultranza y la promiscuidad política que se pretenden presentar
como “talento para la negociación”, lo único que de verdad significan es un
profundo desprecio por la ciudadanía. Otro signo ominoso de estos tiempos.
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