EL PUENTE DE LOS BEJUCOS
EL PUENTE DE LOS BEJUCOS
Puente de los bejucos, por donde pasaba el tren, es ahora una elegancia
puente de la Nestlé…–fragmento de un poema dedicado a Coatepec, inspirado por
el niño Rafael Villa García en aquel ayer, 1984– Se dice que el río Píxquiac
surcaba al fondo de dos acantilados en tiempos remotos, una belleza ornamentada
por la misma naturaleza.
Abundante vegetación y fuertes
bejucos. Pero la necesidad del hombre requería cruzar de un lado hacia el otro
sin mucha dificultad para satisfacer sus necesidades, Entonces se pensó en un
puente. Sobre todo, cuando fue necesario el transporte para agilizar el
comercio. Tal vez ya existiese un puente improvisado, pero la Jalapa Rail Road
and Power Company, exploró detenidamente la zona y las posibilidades de tender
rieles de un lado hacia el otro, el proyecto lo llevó a la realidad.
Los trabajos se iniciaron en el año de 1895 y en 1898
estaba listo para la inauguración. La tecnología extranjera fue vital para
adaptar el accidentado suelo a los materiales que se utilizarían para la
construcción de la primera vía que sería de Cauville o sea vía angosta por la
que transitaría la primera máquina jalando vagones, que fue acercada de Inglaterra por Mckinley, hermano del presidente de los estados unidos, el señor J.
Mckinley, optó por vivir en este suelo por algún tiempo alejado de su familia,
quizá trataba de estudiar a fondo la zona para aplicar sus conocimientos con la
construcción del acero. Todo esto lo afirma su nieta la doctora Susana Mckinley.
El acero era el metal de moda en ese siglo y los utilizaban muchos países del primer
mundo en sus tecnologías.
Pero
no es el caso de esta columna comentar la historia de la vía que ya muchas
personas han escrito, sino de evocar, al menos momentáneamente, ese paraje
virginal que fue elegido para instalar un puente donde pueda cruzar un
trenecito de aquel ayer. Donde se designó otro verdoso paraje para edificar a
la fábrica Nestlé que fortaleció la economía de Coatepec y la región. Evocar la
estación de la Orduña, en la cual hizo escala el tren el día de su inauguración
y descendió el general Porfirio Díaz Mori para hacer una oración, antes de
llegar a Coatepec. –En esa estación que en la actualidad son bodegas, hasta
hace unos años aún se leía en una de sus paredes la presencia del héroe del dos
de abril–. Imaginar al piojito cruzando ese moderno puente con su silbido y su
parsimonia para entrar al pueblo de Coatepec y seguir otras rutas a pueblos
aledaños. El cómo se sorprendía y se sentían cautivados las personas y chamacos
que lo conocían por vez primera.
Una
abuela cuenta a su nieto, “Hay mi hermano José, nos encontrábamos cortando café
en la barranca del puente de los bejucos muy cerca del río, cuando escuchó que
el tren venía, se soltó el tenate de la cintura regando mucho café y comenzó a
correr como desesperado hacia la cima para alcanzar a verlo de cerca; yo me
sobresalté, imaginé que, si se acercaba mucho a la vía, el tren lo iba a matar
y me fui detrás de él. Cuando llegué a la orilla del puente mi hermano estaba
pegadito a las vías, la máquina silbo con tanta fuerza que mi corazón se
alteró, y más cuando mi hermano quedó envuelto en la nube de vapor que exhalaba
el tren como si fuese vomitando. El tren pasó y se alejó hasta convertirse en
un punto en la distancia. ¡tonto! Le dije a José, qué tal si te mata; con mucha
emoción mi hermano me contestó: ¿sabes julia? cuando pasó el piojito sentí
muchos deseos de brincar hacia la parrilla que lleva al frente e irme montado
allí hasta la próxima estación ¡Santo Dios! Exclamé. Esto jamás lo supieron nuestros
padres.
Como
esta hay muchas anécdotas y vivencias de las personas que vivieron esas épocas
en las que el piojito parecía ser un poema de la esperanza, un poema inspirado
en las vías, puentes, estaciones, vegetación y la gente que se entrelazaban en
el diario vivir, y que hoy es un dulce recuerdo que estremece el alma.
Fotos del archivo histórico de Rafael
Villa García.