EL ROSTRO DE CRISTO SE RECONOCE EN EL ROSTRO DE LOS MÁS DESFIGURADOS POR LA POBREZA
EL ROSTRO DE CRISTO SE RECONOCE EN EL ROSTRO DE LOS MÁS DESFIGURADOS POR LA POBREZA
Pbro. Juan Beristain de
los Santos
La Palabra de Dios tiene una
voz, pero también cuenta con un rosto visible determinado porque ha tomado
nuestra condición humana (Jn 1,14). Por eso, la Encarnación del Hijo de Dios es
y será el corazón mismo de la fe cristiana.
La Palabra Viva y Eterna ha
entrado en nuestra historia, de ahí que se haya hecho visible y que haya
provocado en muchos el deseo interior de ser vista: “Queremos ver a Jesús” (Jn
12,20-21). En toda relación personal con los demás, las palabras sin un rostro
no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro personal cara a
cara, como recordaba el justo Job, cuando llegó al final de su dramático
itinerario de búsqueda: “Solo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis
ojos” (42, 5).
Para todo creyente, Cristo es
“imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col 1, 15). Pero,
sobre todo, Cristo es Jesús de Nazaret, que camina y caminó por las calles de
nuestras ciudades para ofrecer la salvación y darles rostro a las personas
desfiguradas por la pobreza y la violencia que azotan también ferozmente a muchos
ciudadanos de nuestra patria.
Cristo se ha querido
identificar, sobre todo, aunque no exclusivamente, con el rostro de los que más
sufren (Mt 25,34). Hoy la verdadera identificación de fe con Cristo no se mide
únicamente, como anunciaban los profetas bíblicos, por la adhesión exterior,
por los actos de culto, por la ostentación, sino por la íntima fidelidad a
Cristo, por la pureza del alma, por el amor efectivo al más necesitado.
La elección de fe en el amor
verdadero a Cristo y a los más desfigurados por el dolor y la pobreza es la que
abre de par en par las puertas del reino de los cielos. Ya San Pablo veía esta
exigencia al decir, en su carta a los romanos, que: “El reino de Dios no es
comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que
en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres” (Rom
14,17-18).
Solo podemos vivir dignamente
si reconocemos la dignidad divina de nuestro rostro en el rostro de los más
excluidos de nuestra sociedad.
Arquidiócesis de Xalapa