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EL SUCESOR

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EL SUCESOR

Por: Alejandro García Rueda

 

En la madrugada, antes de que si quiera comience a clarear, una luz se enciende antes que todas las demás en el interior de un domicilio particular.

 

Una taza de vidrio templado con café caliente y una rebanada de panqué relleno de queso crema se posan sobre el costado izquierdo del escritorio. Por paradójico que suene, se comienza a hablar en silencio.

 

Hay sucesos de los que se habla o se escribe sin conocer los entretelones, la celeridad de los tiempos te obliga a despegarte un poco de la realidad y es así como existen los mitos y se forjan las leyendas. Muchas de ellas están construidas en torno a la figura del asesor político y aun cuando este artículo puede despertar alguna clase de interés tanto a los políticos como a los periodistas, debería pasar lo mismo con la gente que sale a buscar sustento a las calles.

 

Esto va de ver a la política por dentro, en un ambiente en el que inclusive perdiendo también se gana y en el que cada presidente elige, aun sin saberlo, como su sucesor a su mejor creación.

 

La política es el arte de lo que no se ve, pero es mejor dar la cara, al menos, de vez en cuando. Y es atípico, sí, pero el caso se encuentra a la par de la anécdota de un niño que, con 7 años de edad y hasta la fecha, tiene particular interés por lo que verá en el periódico.

 

Se parte de lo nacional para entender lo que sucede en lo local y no, no se vive en una serie de ficción, ni mucho menos: Así como Mariano Rajoy escogió a Pedro Sánchez para llevar las riendas del gobierno español, al presidente Andrés Manuel López Obrador podría tocarle elegir a su sucesor.

 

La política es una labor de equipo y se juega principalmente con tres tipos de emociones: La esperanza, el rechazo y el miedo. No obstante, hay diversas formas en las que puede comprenderse el México de hoy.

 

En un eje “izquierda-derecha” o “nuevo-antiguo” se disputan el futuro perspectivas distintas, la primera, sobre la que se ciernen el autoritarismo y la cerrazón; la segunda, que es específicamente conservadora y la tercera, que es nacionalista-progresista, pero todo se encapsula en un pleito entre “chairos” y “fifís”.

 

Claro está, el primer bando en dar un golpe en la mesa acertará, pero ¿cuál debe ser el mensaje central, el punto fino? La idea general es que, si vamos a caminar, mejor que sea juntos; que si se habla de justicia se haga escuchar la voz del pueblo dispuesto a cruzar el mar rojo y comience a gestarse la conversación sobre temas puntuales como nuevos derechos, la posición de los jóvenes y el e-gobierno.

 

¿Qué papel juega el asesor?

 

El asesor ve la vorágine y no se aleja del epicentro de la misma. Es más, convive con ella, pero si de algo suele tomar sana distancia es de las cámaras y los reflectores.

 

Entre mitos, leyendas y estereotipos, están las de los políticos faltos de preparación que tienen asesores brillantes moviendo los hilos; sin embargo, hay también realidades que poco salen a la luz, como los días en los que un líder puede reír o llorar cuando en el automóvil solo hay espacio para dos.

 

Centrarse en la idea de que un asesor solo cabalga en alguna de las tres sensaciones previamente descritas es, además de simplista, perderse de explorar el territorio que no viene en el mapa.

 

El asesor no se dedica solo a redactar discursos o empaquetar mensajes atendiendo a una lógica shakespeariana. Es un lector que sabe que un candidato que quiere llegar a ser alcalde, diputado, gobernador o presidente puede adquirir tal investidura cuando lanza el mensaje de que no está dispuesto a ocupar el cargo a cualquier precio.

 

Usando el sentido común —que resulta ser el menos común de los sentidos— podemos ver que López Obrador, con sabiduría política y con la voluntad del salmón, no va a poner en riesgo la estabilidad de su proyecto, sobre todo considerando también tantos años de lucha, por la ocupación de una residencia en Estados Unidos.

 

Ciertamente el reportaje publicado por Latinus le ha hecho algún daño, pero estamos viendo que el nivel de discurso político, aunque duro, es a la vez muy bajo. A estas alturas la oposición tendría que estarse dedicando a proponer, mostrar los contrastes existentes entre un proyecto y otro, cuestionar con argumentos sólidos y defender lo que ha construido, pero parece que carecen de un nombre que abandere un liderazgo a la par del presidente.

 

No es lo mismo querer el gobierno a querer el poder, la toma de decisiones ahora debe ir más en función de las ideas que de las ideologías, en las personas más que en los partidos y también con base en ciertos principios.

 

El presidente López Obrador sale cada mañana a explicar un cúmulo de razones por las que las condiciones actuales son difíciles, detalla que sus decisiones pueden causar dudas, pero que desde su óptica merecen la pena los riesgos. Ahora, por definición, ningún político puede alcanzar a explicarse bien pero ahí entra en juego la gente que está detrás de él porque una cosa es tener algunas interrogantes y otra, muy diferente, es hablar —por ejemplo— de contradicciones ¿cierto? Tener dudas es parte de una condición humana y el ser humano comete errores, pero también los enmienda.

 

Si lo llevamos al plano internacional, Barack Obama parecía tener la suficiente capacidad para despistar y no ensuciarse demasiado, pero el mérito debe ser también de un equipo que mantiene una relación compleja con el silencio.

 

El rol que cubre un asesor quizá no sea el de estar detrás del gol, pero sí es el de crear juego, recibir patadas, dar la asistencia decisiva o destruir el juego cuando conviene. Es como ser el mediocampista que pone el balón en una dirección cuando todo el mundo lo espera en otra.

 

En esa labor de equipo, el político debe tener claro que el asesor necesita de un aparato jurídico y logístico que entienda de labores defensivas, de un periodista capaz de jugar a mano cambiada para ser el portero de la información y de un jugador en punta que además de forjarse en las lides comunicativas entienda de temas políticos para jugar como poste o «rebote».

 

Hasta el momento, Andrés Manuel López Obrador se coloca al centro de la conversación y marca el ritmo de la confrontación política durante la semana, mientras la oposición —en el mismo tiempo— solo busca flancos para defenestrar el proyecto del inquilino de Palacio Nacional.

 

Se sabrá cuando un alcalde, regidor, diputado, gobernador o presidente está bien asesorado en el momento en que la polémica no le pasa tanta factura porque una noticia se superpone con otra o porque, como la espuma, se diluya por la tarde.

 

Operación Balmis

 

El espíritu combativo de esta administración puede entenderse bajo la óptica de que la sociedad puede y debe exigir lo máximo al gobierno en turno, pero el gobierno no puede creer que está entregándolo, siempre se debe tener el techo muy alto para seguir haciendo cosas y demostrar en cada oportunidad el por qué está ahí.

 

Una discusión sobre una residencia resulta muy poco para los grandes intereses y fuertes intenciones de derrocar un régimen que incomoda a algunos personajes de la política nacional. Claro, todo ejercicio del poder conduce al desgaste de quien lo encabeza, sin embargo, el mandatario sigue teniendo ventaja en su capital político —sin llamar a la movilización— y del otro lado no se está haciendo nada por sustituirlo.

 

Hay que recordar que son las acciones las que llevan a un político a ser relevante, a que su efigie tenga sentido en la vida pública y sea hegemónico. Por ello, hombro a hombro con el asesor, debe estar dispuesto a ver oportunidad donde otros ven causas perdidas; a ser parte de una «Operación Balmis» informativa de ser preciso y trabajar a fondo de manera diaria y sin reloj.

 

Prospección a futuro

 

La defensa del proyecto alternativo de nación está centrada en el presidente, no en su partido. La Cuarta Transformación está encapsulada en un sexenio, pero el proyecto puede seguir por unos cuantos mandatos más si se renueva y la muestra está en lo que sucedió después del cardenismo.

 

Es una realidad que merece la pena considerar pues, aun cuando el accionar de la oposición luce demasiado pasivo por más herramientas y recursos que tiene a su disposición, no se ve tampoco quien haga una labor de apoyo estructural con miras al futuro.

 

Han corrido los minutos, lo han hecho presurosos y la frialdad lumínica de la habitación se ha difuminado; la calidez de los primeros rayos del sol se asoma por el tragaluz; el silente diálogo llega a su ocaso, la mitad de la rebanada de panqué ya ha pasado a mejor vida y al café, anquilosado, parece que se le han inflado los vapores.

 

La reflexión es una, que se dibuja en pocas palabras, precisamente de cara al futuro: En estos tiempos se necesita de esos políticos y asesores a los que no estamos acostumbrados. En lo tocante a los últimos, con la característica puntual de no estar propiamente ligados a la cultura de un partido sino en un tórrido maridaje con sus ideas.

 

La estrategia política es cortoplacista, pero va siendo hora de que alguien rompa el patrón, el molde, el modelo para ir pensando un poco más allá. En términos ajedrecísticos, el gran objetivo es poner al peón en la casilla 8.

 

Ambos bandos están por ver cómo termina su partida. De momento, la jugada, se sitúa, literalmente en los terrenos de Houston.