¿EN DÓNDE QUEDÓ EL ALMA?
¿EN DÓNDE QUEDÓ EL ALMA?
Mónica Mendoza Madrigal
Las activistas estamos en redes y nos organizamos a
través de los múltiples grupos en los que rápidamente comenzamos a activarnos.
Así lo hicimos el 19 de julio, cuando a la llamada
de las compañeras de “Yo Cuido México”, comenzamos a recabar firmar para exigir
al gobierno de Zapopan, Jalisco actuar para aprehender al agresor de nuestra
compañera Luz Raquel Padilla, quien luego de recibir incontables amenazas por
parte de su vecino y la familia de éste –incluida su madre y su hermana– fue
rociada con cloro de uso industrial, lo que le causó quemaduras de 2° y 3er
grado en el 90 por ciento de su cuerpo y pese a la denuncia interpuesta, las
autoridades no la protegieron y no actuaron en contra del presunto agresor.
Fue demasiado tarde.
Cuatro horas después de que se viralizó la
carta con la que se recababan las firmas para exigir la actuación -ya tardía-
de las autoridades locales, Luz Raquel murió.
Ella era madre cuidadora de un niño con Trastorno
del Espectro Autista que padecía episodios graves que ocasionaron la ira, la
intolerancia y la discriminación extrema del hombre que la agredió y finalmente
la mató, y también de la familia de él.
Y aunque se dice que podría también tratarse de un
lesbocidio, hoy las madres cuidadoras han sacado a la luz la terrible realidad
de violencia y discriminación que padecen, realidad que se aúna a la ya difícil
situación que implica dedicarse a cuidar a sus personas enfermas.
El dolor ante este aberrante acto aún no abandonaba
nuestro cuerpo, cuando este martes murió Margarita Ceceña, quién en Cuautla,
Morelos fue rociada con gasolina y prendida con fuego presuntamente por un
familiar, sobreviviendo casi un mes para finalmente morir por ese atentado.
¿Es éste el preludio del infierno? La vileza del
alma de quienes cometen estas barbaries es la más clara evidencia de que los
discursos de odio no son solo palabras. Hacen efecto en quienes están
predispuestos al crimen y con extrema frialdad meditan la forma propicia para
cometer sus actos. Unos siembran odio y otros cometen sus barbaries; y en ese
juego perverso nadie escapa de responsabilidad al momento de pasar factura.
Pero aunado a ello, hay omisiones tan profundamente
graves, que hasta parecen irreales.
Y es que la torpeza, miopía, ineficacia y –hay que
decirlo– cobardía de los gobernantes es tal, que cuando ya era imposible
esconder la evasión de su responsabilidad ante la tragedia de Luz Raquel, ahora
pretenden hacer parecer que el feminicidio fue suicidio.
Para elevar a grado máximo la imbecilidad
gubernamental, el gobierno de Jalisco filtró la versión de que Luz Raquel
habría comprado alcohol, sugiriendo así que tal vez fue ella quien decidió
quemarse, con la misma misoginia con la que se nos culpa también por portar
ropa provocativa, o por no separarnos a tiempo de nuestros agresores.
Luz Raquel había interpuesto denuncia por las
graves amenazas, cuyas imágenes no es necesario reproducir para sobrecogerse de
pensar lo que era salir de su departamento y mirar el barandal de las escaleras
con esas pintas que le recordaban el peligro que la acechaban a ella y a su
pequeño Bruno, y pese a ello, las autoridades no consideraron prudente
otorgarle la medida cautelar del “pulso de vida”, equivalente del botón de
pánico, lo que tendría que conducir a la inmediata renuncia de la persona a
cargo del mismo.
Jamás habrá programa o acción gubernamental que
funcione con esas mentalidades. No han entendido nada. No saben protegernos
pero sí saben cuidarse sus propias espaldas.
No cabe duda que la frase hecha consigna de “la
policía no me cuida, me cuidan mis amigas” es la más clara evidencia de hasta
qué punto todos los gobiernos están rebasados y somos nosotras las que debemos
defendernos. Y somos nosotras las que lloramos a nuestras muertas.
Apenas terminamos de legislar la violencia digital,
la política, y la simbólica, y estamos impulsando la “Ley Sabina” y la Vicaria,
cuando ya nos urge incorporar a la hoy ya llamada “violencia ácida”. ¿Habrá una
ley que les impida odiarnos?
A las mujeres nos han quemado vivas desde hace
siglos, pero los ataques con sustancias están creciendo peligrosamente como una
forma extrema de seguirnos demostrando su odio y ejerciendo su violencia. Así
nos lo recuerda nuestra querida María Elena Ríos, estandarte de la resiliencia,
cuya dignidad en todo espacio –como en la Guelaguetza– reclama su legítimo
derecho a la justicia, aunque a los gobernantes eso les ofenda.
¿Tanto nos odian? Once mujeres asesinadas diario,
siete niñas desaparecidas cada día, una violencia alarmante que se ha disparado
y hoy, el peligro inminente de ser rociadas y quemadas vivas también nos
acechan.
¿En dónde quedó el alma de la humanidad?
Tal parece que la hemos perdido.
@MonicaMendozaM