EN TINIEBLAS
Pedro Peñaloza
“Justicia hay, y no puede estar muy lejos, estando tan cerca la mentira”
B. Gracián.
1. La muerte como vitrina. Frente a 43 jóvenes ausentes, tres muertos y dos heridos, nadie es culpable, o mejor dicho, es necesario esconder las responsabilidades. Quizá, un pretencioso presidente municipal, su cónyuge y un jefe policíaco pueblerino pueden llevarse toda la carga de este caso. Los demás, desde el Presidente de la República, sus colaboradores, un gobernador y los partidos políticos, son simples «coadyuvantes». El estiércol en ventilador es espléndido y tiene para todos. Faltaba más.
2. Cambios, trueques y simulaciones. La clase política es lenta de reflejos, pero pragmática y notablemente oportunista. Mover las piezas en Guerrero sin que se caiga el tablero es la oferta para incautos y despistados. Por eso, para sustituir a Ángel Aguirre, se necesitaba un merolico dispuesto a rendirle pleitesía a Peña, modelo similar al de Michoacán, en donde el celofán académico permitió la puesta en marcha de la legitimación y del manejo de los circuitos políticos de los de siempre, de los mismos que detonaron la crisis y siguen tan campantes. No es casualidad que Ortega Martínez -gobernador sustituto- le agradezca el apoyo al inquilino de Los Pinos, y muestre su espinazo dúctil, y le diga sin sonrojo, «si usted me ayuda, le voy a entregar buenas cuentas». En pocas palabras, un pobre gobernador que ignora que el Presidente no es su jefe. ¡Patético!
3. Movilizaciones, reacciones e inercias. Frente al creciente descontento que ha provocado la infausta desaparición de los 43 jóvenes, el gobierno peñista ha reaccionado con las fórmulas tradicionales y repetidas en otros escenarios de crisis. La misma ecuación que en Michoacán, Tamaulipas, Morelos, entre otras, se convierte en un reflejo primario de un puñado de políticos no ejercitados en la confrontación y la polarización social. El expediente es sencillo y tosco: más policías, más soldados y unas gotitas de acciones sociales. Dicho de manera apropiada, estamos en presencia de la exhibición de una clase política torpe, insensible y atrabiliaria.
Por eso, el joven Peña sólo atina a prometer para Guerrero, «Estado de derecho, legalidad y orden», vocablos, solo vocablos, que se pierden frente a una realidad social que tritura la demagogia cotidiana y repetitiva. La democracia política no alcanza para englobar a los vectores económicos y se queda en una feria verbal de lugares comunes, insulsos y rebasados.
4. ¿Y qué pasará un día después? Todo movimiento tiene límites, no hay manifestaciones eternas, no hay pliegos reivindicativos para siempre. La búsqueda y localización de los jóvenes ausentes tendrá que tener una fecha frontera. No sabemos cuándo se les localice, ni en qué condiciones, pero, cuando suceda ello, las movilizaciones adquirirán un sentido distinto y es ahí, donde las energías y sentimientos de justicia serán medidos en otra perspectiva. Es éste un punto que no debemos evadir de cualquier análisis multidimensional.
Epílogo. Los costos diversos que tendrá la clase política ante los crecientes procesos de descomposición, no sólo en Guerrero, si no en amplios espacios y núcleos del territorio nacional, no pueden ser vistos como una crisis momentánea, si bien es cierto que la desmemoria es una característica de la población nacional, también lo es que el coctel de factores que afecta a la mayoría de la población tienden a profundizarse. Pobreza, inequidad, desesperanza, crecimiento económico mediocre e impunidad galopante, son motores de acciones inimaginables de una población despreciada y subestimada. Si se confirma, que la Suprema Corte rechazará las iniciativas de consulta popular de la izquierda electoral, la gasolina se usara para apagar el fuego. ¿Sí estamos en tinieblas? O ¿está claro el panorama?
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