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Entre Fidel y Cuitláhuac, ¿a quién prefieres?

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Por Edgar Hernández*

 

¡Bastó un round para que el “Cuícaras” cayera noqueado!

De manera por demás imprudente y sin convencimiento de que la ociosidad es mala consejera, el gobierno de Cuitláhuac García determinó en días pasados dar por muerto al ex gobernador Fidel Herrera Beltrán, quien hace años solo mira con el rabillo la política veracruzana.

 

Hace un par de años el de Nopaltepec sufrió un serio quebranto en la salud lo cual lo tiene recluido en su casa de la Ciudad de México.

Acaso habla con amigos, con aliados, con ex colaboradores y con sus fieles seguidores que de la noche a la mañana han visto como la imagen del inquieto político ha sido colocada por la opinión pública como “el mejor gobernador que ha tenido Veracruz en las últimas décadas”.

Quienes lo dieron por muerto, sin estarlo por supuesto, jamás imaginaron que en el comparativo con Cuitláhuac García, Fidel emergería como un campeón.

Para colmo el desliz de la noticia falsa se sucede en el marco de la pandemia y la inmovilidad de Cuitláhuac quien inopinadamente se decide, no por el liderazgo de la sanación, sino por el cantinfleo y acometer censurables decisiones como pagar los impuestos multimillonarios que la UV adeuda al SAT cuando la urgencia era de otra índole.

Por ello Fidel se lo comió de un bocado. Lo hizo sin mover un dedo.

Todos esos recuerdos del uso sospechoso –ya que nunca la comprobaron nada- de los recursos públicos, sus excesos personales, sus trampas, motes, mañas y pintar de rojo a Veracruz, se fueron al cesto de la historia, para el olvido de los más.

Todavía en las últimas horas en las redes se evoca a un Fidel –cuando las inundaciones durante su sexenio- en plena faena repartiendo despensas, recorriendo albergues, procurando por la población desvalida con ejércitos de médicos y enfermeras.

Equivocado o no, en su tiempo nunca paró.

Era un ansia de poder, un goce intrínseco por el ejercicio de la política, una lucha diaria por servir y un desesperado afán de reconocimiento social.

De día y de noche acudía al auxilio de la gente y de manera personal constataba como se entregaba el apoyo. El WTC de Boca del Río fue cobijo para damnificados y enfermos; los estadios y campos deportivos municipales puentes de ayuda y las oficinas públicas hervidero de apoyos día y noche.

Mientras, en ese comparativo odioso, del otro lado del mostrador, una década después, ocho millones de veracruzanos observamos a un gobernador, Cuitláhuac García, dando clases ¡de Matemáticas por TV!, empeñado en demostrar las trampas de agua para que se ahoguen los malvados mosquitos del dengue “que nos van a visitar a nuestros domicilios”, y explicando a su modo que “el ISSSTE es el ISSSTE” y que eso del coronavirus “no son más gotitas que para evitar el contagio hay que estornudar así…”.

No sabe de programas sociales que no sean los marcados por el guión de la federación; voltea para otro lado para no reconocer las cifras reales y se entrega a su secretario de Salud, Roberto Ramos Alor, quien más cree en la brujería y las “rameadas” que en la ciencia y la medicina.

En contraflujo a Fidel nadie lo paraba.

Se endrogaba a lo cabrón. Exigía a la Federación recursos financieros del Fonden. Llamaba a los empresarios a que se mocharan. Invitaba a los dos presidentes de la república en turno que le tocaron en su mandato, para que vinieran con dinero, con programas, con ambulancias, con granos… con todo.

Fidel quien a partir del 2010 sería objeto de una brutal campaña de desprestigio recrudecida en el mandato de su mejor amigo convertido en su peor enemigo, Miguel Angel Yunes, mutó en las últimas semanas.

Se convirtió, nos guste o no, en el “ejemplo” de lo que debería hacer el gobernador ante una emergencia nacional.

Ese el arte de la política, el saber cómo se maneja el aparato sin ocurrencias, ni caprichos. Es la sabiduría adquirida a lo largo de una vida. Es atajar la improvisación.

A Cuitláhuac todo le llegó en 16 meses y como él mismo dice “todo es todo”.

Por ello cuando su familia y aliados asaltaron el poder continuaron las prácticas de las raterías y la corrupción sin fin, el reparto de concesiones para los amigos y los amigos de los amigos.

Y ese dejar hacer y dejar pasar a las organizaciones criminales. El no poder sentarse a gobernar con esas ganas que dicen que tiene. El no representar a cabalidad la investidura que carga sobre sus espaldas.

Es ese todo que te hace nada si no sabes hacerlo.

Como hemos de estar que en plena pandemia, Fidel Herrera Beltrán, el malo del pasado se ha convertido en el bueno del presente y Cuitláhuac García, la esperanza de Veracruz, como el peor de los gobernadores, no solo en nuestra tierra, sino en la percepción de toda la república.

¡Vaya orgullo!

Tiempo al tiempo.

 

*Premio Nacional de Periodismo

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